Hizo bien Pablo Hernández de Cos al aprovechar los focos del II Observatorio de Las Finanzas de EL ESPAÑOL e Invertia para alertar sobre el peligro de perder el control sobre los criptoactivos. "Las autoridades públicas estamos obligadas a intensificar el seguimiento, la regulación y la supervisión de este mercado, incluyendo una alerta e información constante a los usuarios de los riesgos asociados", dijo el gobernador del Banco de España.

Es evidente que, con la creciente digitalización de nuestras sociedades, las criptomonedas se han convertido en activos muy atractivos para los inversores. Tanto el bitcóin como el ethereum, las dos monedas mejor instaladas de este ecosistema, han concedido motivos para el entusiasmo tanto a grandes capitales como a pequeños ahorradores. Basta con atender su crecimiento de cuatro dígitos en el último lustro.

Pero es innegable que las criptomonedas entrañan amenazas que no pueden tomarse a la ligera. Facilitan el blanqueo de capitales, con su sistema caracterizado por el anonimato, y el nacimiento de criptoestados enriquecidos mediante actividades delictivas. Y se caracterizan por una enorme volatilidad que los convierte en elementos altamente peligrosos, capaces de desaparecer a la misma velocidad a la que emergen.

Sin llegar a ese punto, el bitcóin y el ethereum se han dejado, desde finales de 2021, buena parte de lo ganado a lo largo de ese año. Incluso Morgan Stanley, uno de los bancos más importantes del mundo, publicó recientemente un informe que cuestiona la fiabilidad a un futuro a corto plazo del propio ethereum, en detrimento de otros activos como la criptomoneda solana.

Efectos indeseables

Acierta también Hernández de Cos al advertir sobre los riesgos implícitos de la circulación desregulada de activos en este mercado. No invita precisamente a la tranquilidad que cada vez haya más variedad de monedas, convertibles a dólares o euros, y cada vez más inversores que asumen sus valores como fijos. Esto trae una contingencia aparejada.

Puede que los bancos no tengan una exposición directa muy marcada a estos mercados. Pero sus clientes sí, y cada vez más. De modo que, si caen todas las criptomonedas (o muchas de ellas) y lo hacen a ritmos desbocados, pueden poner contra las cuerdas a la banca internacional por el simple hecho de que los inversores decidan vender otros activos más clásicos para paliar pérdidas.

Esto desencadenaría una espiral que puede aproximar escenarios nada halagüeños de nubes negras sobre el sistema al completo.

Urge impulsar normas que, al margen de la desaconsejable prohibición, regulen el uso de las criptomonedas y eviten que, en caso de colapso, provoquen un contagio rápido a los bonos y las bolsas. Lo contrario puede producir un efecto indeseable que no hará excepciones. No regular las criptomonedas es una temeridad.