Pablo Casado volvió ayer a ser el líder de la moción de censura contra Pedro Sánchez al dibujar de forma meridianamente clara la raya frente a Vox: "Para el PP, la igualdad no es negociable, ni la cohesión territorial, ni la integridad autonómica, ni la integración en Europa".

El presidente del PP no mencionó a Vox en ningún momento, pero el mensaje llegó alto y claro. Alfonso Fernández Mañueco no pactará con Vox porque los de Santiago Abascal son incompatibles con los principios del PP. "No nos vamos a dejar llevar por un puñado de votos. La semilla del populismo es siempre amarga" dijo Casado. 

Al contrario que ese Pedro Sánchez que apenas tardó 24 horas en pactar con Unidas Podemos tras las elecciones generales de noviembre de 2019, Casado ha cerrado la puerta a Vox con la esperanza de que el PSOE facilite la investidura de Mañueco. 

Casado ha cumplido así en parte con la exigencia del presidente del Gobierno, que ayer martes exhortó al PP a romper todos los vínculos con Vox a cambio de la abstención del PSOE en la investidura de Mañueco. "Si quiere pedir la abstención del PSOE, explique por qué Vox es un peligro para la democracia y por qué hay que poner un cordón sanitario".  

Riesgos estratégicos

La apuesta estratégica de Pablo Casado no está exenta de riesgos. Sobre todo a la vista de que la exigencia de Pedro Sánchez al PP no será correspondida con la ruptura de los pactos del PSOE con Unidas Podemos, ERC o EH Bildu. A la vista, también, de que eso deja al PP a merced del capricho de un PSOE que se reserva el derecho de pactar con quien considere conveniente mientras le niega esa posibilidad a Casado. 

Pero el presidente del PP se juega aquí algo más que la presidencia de Castilla y León. Se juega, en primer lugar, las elecciones de Andalucía. Porque un pacto del PP con Vox reduciría las posibilidades de Juan Manuel Moreno Bonilla de repetir como presidente y movilizaría a la izquierda frente a la posibilidad de que Vox entre en la Junta. 

Pero, sobre todo, reduciría sus propias posibilidades de llegar a la Moncloa. Es cierto que el tablero de juego político está desequilibrado en España y que, cegando la vía de Vox, la aritmética condena al PP a conseguir una casi mayoría absoluta en las elecciones generales o apostar de nuevo por la abstención de los socialistas como hizo Rajoy en 2016. 

Pero también es cierto que la realidad es que la sociedad española, y especialmente el centro político, justa o injustamente, considera más inaceptable un pacto con Vox que con EH Bildu, ERC o Unidas Podemos. Y esa es una realidad que Casado no puede olvidar si no quiere que parte de su electorado potencial se refugie en la abstención o decida, en el peor de los casos para él, votar a Sánchez para evitar un Gobierno con Vox.

En manos del PSOE

Si el PP quiere llegar alguna vez a la Moncloa debe neutralizar la idea de que el voto a Vox es un voto útil para forzar a los populares a aplicar las políticas que un buen sector de los votantes de derechas cree que el PP ha decidido no defender (para no estimular las críticas de la izquierda).

El PP vive hoy un enfrentamiento entre dos estrategias muy distintas. La de Casado, es decir, la del no a Vox. Y la de Ayuso, la del sí a Vox con el argumento de que fue Sánchez el primero que abrió la puerta al pacto con populistas y radicales. "Sólo estamos jugando con las reglas que marcó Sánchez" es el mensaje que trasluce tras las opiniones de la presidenta de la Comunidad de Madrid. 

Y es cierto. Como es cierto también que la estrategia de Casado conlleva riesgos y que le deja en manos del PSOE. Pero la estrategia de Ayuso, que no se juega nada en este envite, supondría cambiar de argumentos a mitad de legislatura y traicionar la línea marcada por Casado en la moción de censura de Vox contra Sánchez. 

Ayuso arrasó a Vox en las elecciones de Madrid y su planteamiento es comprensible en ese contexto. Pero Mañueco no es Ayuso y es muy improbable que Casado consiga una victoria tan arrolladora como la de ella en unas generales. El presidente del PP debe jugar por tanto con sus cartas, aunque eso lleve a unas nuevas elecciones en Castilla y León o conduzca a un gobierno del PP inestable y en minoría.

Porque lo que se está jugando Casado en estos momentos es algo más que una comunidad autónoma. Se está jugando la Moncloa. Y si Casado ha de caer, es mejor que lo haga siendo fiel a la estrategia que él mismo decidió en octubre de 2020.