La Cumbre de Naciones Unidas para el Cambio Climático de Glasgow, que durante dos semanas ha reunido a la plana mayor de la política internacional (salvo por extraordinarias ausencias, como las de los presidentes de China y Rusia), terminó el sábado con más motivos para la resignación que para el entusiasmo.

Los ecologistas trataron de convencer a los líderes internacionales del valor de la convocatoria, calificándola como la última oportunidad para salvar el planeta.

Y aunque el vigor del adjetivo no ha bastado para arrancar un acuerdo ambicioso, valiente y a la altura de la misión, el compromiso finalmente firmado por 197 países pudo ser peor. Incluso inexistente. Venezuela y Arabia Saudí, por ejemplo, estuvieron cerca de levantarse de la mesa al abordarse la eliminación de los combustibles fósiles a medio plazo. El documento salió adelante con la conformidad de su reducción, lo que relajó los ánimos.

A la luz de las tensiones, es digno de celebración que se mantenga la senda de limitar el calentamiento global a un crecimiento de la temperatura de 1,5 grados hasta 2100. También que Glasgow, entre sus tímidos triunfos, cuente con la primera mención al carbón y los combustibles fósiles en la declaración conjunta de una cumbre de Naciones Unidas en casi treinta años.

Fragilidad

Ha sido el presidente de la cumbre, Alok Sharma, quien ha afirmado que en Glasgow se ha producido una “victoria frágil”. Es cierto que ha dado pie a un acuerdo bilateral entre Estados Unidos y China. También al reconocimiento de las principales potencias de su responsabilidad en el calentamiento global, contrapartida de su desarrollo industrial, y al compromiso aparejado de doblar las ayudas a los países más pobres para que se adapten a la nueva realidad.

Pero el éxito o el fracaso de la carrera contra el desastre climático dependerá de la implicación, sin excepción, de todos los países. Y la realidad es que China e India, dos de los cincos países más contaminantes, abandonaron Reino Unido con la tímida concesión de alcanzar su pico de emisiones antes de 2030.

Esperanza

Queda la esperanza de que el pacto, que no compromete legalmente a ninguno de los firmantes, marque las políticas de la década y termine por empujar a los reticentes hacia la sostenibilidad y la huella de carbono cero.

El informe de 2021 del Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático nos puso sobre aviso. La temperatura global aumentará en 2,7 grados si se mantiene el ritmo actual de emisiones. Las consecuencias, que incluyen sequías y fenómenos meteorológicos más agresivos, ya se están comprobando en algunos rincones del planeta, como Madagascar, que padece la primera hambruna originada por el cambio climático.

El acuerdo de Glasgow recoge poco de la ambición inicial. Y si bien poco es mejor que nada, sigue siendo insuficiente. La última oportunidad para salvar el planeta tendrá que esperar un año más.