El Discurso de Nochebuena de Felipe VI, el primero con Pedro Sánchez en el Gobierno,  ha orillado el conflicto catalán. Seguramente en un intento por tratar de distender la situación, el Rey ha hablado en tono pedagógico y dirigiéndose sobre todo a los jóvenes, lo que habrá agradado al Ejecutivo de Pedro Sánchez.

El mensaje de este año del Rey era particularmente complicado, con un Gobierno que apela de manera permanente al diálogo y enredado en su relación con los separatistas, y con una oposición cuya suma acaba de obtener la mayoría en Andalucía y que reclama la intervención en Cataluña a través del 155. 

El discurso de Felipe VI llega, además, en vísperas de un juicio que va a dilucidar la suerte de los presos que lideraron el proceso separatista, causa que va a ser utilizada contra él, en tanto que encarnación del sistema constitucional surgido del 78.

No fue un discurso histórico

El Rey, que tuvo que convivir con un un Gobierno en minoría como el de Rajoy, ahora tiene que hacerlo con otro que es el más frágil de la Democracia, y cuya estabilidad está en manos de dos movimientos, el separatista y el populista, que tienen como primer objetivo acabar con la Monarquía e instaurar la República.

Es por tanto comprensible que el Monarca haya intentado eludir el drama del momento político español, pero también es lógico pensar que, al hacerlo, habrá defraudado a muchos españoles que esperaban un discurso histórico como el del 3 de octubre de 2017 o el de las Navidades pasadas, en los que actuó como faro del constitucionalismo. Ver cómo el independentismo sigue alentando desde las instituciones la desobediencia y cómo los grupos violentos se enseñorean de las calles en Cataluña es causa de honda preocupación para millones de ciudadanos y, especialmente, para los catalanes no separatistas. 

Felipe VI optó, en definitiva, por un discurso más sociológico, como si se tratara de una prolongación del que hizo el pasado día 6 en el Congreso con ocasión del 40º aniversario de la Carta Magna. Por eso pasó de puntillas sobre el gran problema de España y no mencionó a "Cataluña". La palabra más repetida en su mensaje fue "convivencia" (siete veces) y su sinónimo "concordia" (dos). Pero habló reiteradamente de "diálogo", "entendimiento", "acuerdo" y "consenso".

Políticamente correcto

La apelación a los jóvenes fue el refugio del Monarca para no exhibir la firmeza de anteriores discursos frente al nacionalismo. Sí advirtió de que "las reglas que son de todos" deben ser "respetadas por todos", y recordó que la convivencia es "incompatible con el rencor y el resentimiento". Pero no pasó de ahí.

Sus bienintencionadas palabras para que las nuevas generaciones lleguen a apreciar el valor de los ideales que unieron a los españoles y que permitieron forjar el periodo más fructífero de nuestra Historia son oportunas, pero nada podría movilizar más a los jóvenes que la determinación de plantar cara a los adversarios de ese "legado". Llama la atención, por otra parte, que en su repaso de los grandes problemas no mencionara la inmigración, después de un año en el que este drama humanitario y el consecuente debate sobre las políticas de acogida se hayan agudizado en Europa y en España.

La Nochebuena de 2018 nos ha mostrado al Felipe VI más políticamente correcto de su reinado, bien por prudencia, bien por sugerencias de la Moncloa, y ello en un momento crucial en el que están en juego la Democracia, la unidad del país y la supervivencia de la propia Corona. Desgraciadamente, los que quieren destruir todo este gran "legado" al que el Monarca se refiere, ni valorarán ni corresponderán a esta tregua.