A punto de cumplirse tres meses de la llegada de Pedro Sánchez al Gobierno, queda claro que las rectificaciones son una constante de su mandato. Sánchez se autoenmienda continuamente, gobierna a bandazos, y sus promesas se ven corregidas por la realidad y por la dificultad de gobernar con sólo 84 diputados.

Estas rectificaciones del Gobierno son especialmente significativas en tres ámbitos en los que Sánchez quiso marcar la agenda presidencial: la política migratoria, los impuestos y la distensión con el nacionalismo.

Indefinición

En el aspecto económico, el presidente ha evidenciado su preocupante falta de coherencia en un área que precisa, como ninguna otra, de certezas. Si bien anunció impuestos a la banca o a las empresas tecnológicas para abordar el déficit de la Seguridad Social, a día de hoy ninguna de estas medidas se han aplicado en realidad. De hecho, en el asunto de los impuestos Sánchez se contradice con una peligrosa frecuencia: muestra una cara con las empresas del Ibex y otra cuando tiene que rendir cuentas ante sus aliados. Añadamos la forma en la que ha abordado la negociación del techo de gasto.

La falta de solidez de Sánchez también se hace palpable en la política de inmigración. De anunciar a bombo y platillo la acogida de los inmigrantes del 'Aquarius' o la retirada de las concertinas en Ceuta y Melilla, el Ejecutivo ha pasado a acometer las llamadas "devoluciones en caliente" con las comprensibles críticas de Podemos y otros socios del PSOE. No se olvide que la indefinición y la unilateralidad con las que el Gobierno afrontó la crisis migratoria le valieron las quejas de Marruecos y que el país vecino relajara sus controles fronterizos. 

Recular

Pero si en algo resulta flagrante el modo en el que las circunstancias -y la lógica- han obligado al Ejecutivo a recular, es en lo relativo a Cataluña y a sus excesivos gestos con el independentismo. Que finalmente el Gobierno haya decidido asumir la defensa de Llarena en Bélgica -tras las quejas de jueces y fiscales- demuestra que Sánchez es tan débil en el Gobierno como temerario en sus acciones.

En ningún caso España puede asumir, externa e internamente, un Ejecutivo que ha hecho de las ocurrencias y de las rectificaciones una forma de gobernar.