La comunidad internacional no gana para sustos con las arbitrariedades y desafueros de Donald Trump. El presidente que gobierna a través de Twitter no ha dejado ningún charco sin pisar, ni ningún avispero sin remover desde que accedió a la Casa Blanca hace poco más de un año.

Sigue irritando a México con su proyecto de levantar un muro fronterizo; no ha sido capaz de aclarar la sospecha de que obtuvo ayuda del espionaje ruso para batir a Hillary Clinton; ha criminalizado a las minorías étnicas con amenazas de deportaciones a discreción; ha sembrado gratuitamente la cizaña en Oriente Próximo al reconocer a Jerusalén como capital de Israel; ha avivado hasta hace poco el temor a un conflicto nuclear con Corea del Norte; y ahora parece decidido a iniciar una guerra comercial global.

Mazazo económico

Trump ha anunciado unilateralmente una subida del 25% a todas las importaciones de acero y del 10% a las de aluminio apelando a la seguridad nacional. De acabar entrando en vigor esa barrera arancelaria prevista para dentro de dos semanas, caería como un mazazo sobre el orden económico mundial.

Un gravamen tan elevado sobre el metal perjudicaría los intereses comerciales de la UE y produciría turbulencias en los mercados financieros. Europa exporta anualmente a EE.UU. cinco millones de toneladas de acero, de las que la industria siderúrgica española -con 20.000 empleos directos- produce el 6%. La comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, se reúne este sábado con su homólogo estadounidense, Robert Lighthizer, para intentar convencer a Washington de que la UE quede al margen del tarifazo.

Seria amenaza

Aunque algunos expertos consideran que Trump juega de farol con el propósito de renegociar con ventaja sus acuerdos comerciales con Canadá y México, Bruselas se lo toma muy en serio. De hecho, prepara una denuncia ante la Organización Mundial del Comercio y ya ha preparado una lista negra de productos americanos -desde los tejanos Levi’s al bourbon- para responder a Washington con su misma moneda.

Una escalada proteccionista acabaría minando las economías estadounidense y europea, dinamitaría las relaciones bilaterales en todos los aspectos, lo que afectaría a la imprescindible cooperación en seguridad, y supondría, en definitiva, una involución que la comunidad internacional no puede permitirse.