Sea cual sea el resultado de la investidura auspiciada por el independentismo, algo parece claro ya a estas alturas: los separatistas van a mantener su pulso al Estado. Si Puigdemont recuerda cada día desde Bruselas que no tiene intención de pasar página, Junqueras acaba de manifestar que estamos ante "una carrera de fondo" y que el objetivo es "persistir hasta que nos salgamos [de España]".

Así pues, habrá que ver hasta dónde puede llevar Puigdemont su sueño descabellado de ser investido a distancia, pero con él o sin él la Generalitat seguirá siendo un elemento desestabilizador. En el mejor de los casos, el próximo president guardará las apariencias mientras sigue esperando la coyuntura favorable para volver a intentar otro golpe.

Vuelta a las andadas

Desde las propias filas separatistas han dicho abierta y públicamente que las conversiones de sus dirigentes al constitucionalismo, como las del exconseller Forn o Jordi Sánchez, no son más que una estrategia jurídica de defensa para poder salir de la cárcel.

Por tanto, que nadie espere una rectificación de las políticas hechas hasta ahora. Continuará la manipulación desde los medios públicos y subvencionados con el dinero de todos los catalanes, seguirá el adoctrinamiento en los colegios y volverán las embajadas. Esa será la prueba definitiva del fracaso del Gobierno al haber optado por aplicar un 155 blando y exprés.

Un Gobierno nuevo

Lo mejor para España, dadas las circunstancias, sería que otro Gobierno salido de las unas afrontara el desafío separatista. El de Rajoy ha perdido fuerza moral después del fiasco de su gestión en Cataluña y tras los pésimos resultados del PP en esta comunidad. Por ello, lo más oportuno sería convocar unas elecciones generales este mismo año.

En esa línea, Albert Rivera reclamaba el fin de semana un Gobierno "nuevo, limpio, creíble y que tenga un proyecto de país". Y es que la lucha contra el nacionalismo no puede centrarse sólo en el cumplimiento de la ley -de ese ámbito ya se encargan los jueces-, requiere de un impulso político capaz de ofrecer una idea atractiva y potente de España. Justo lo que no puede ofrecer Rajoy, que hoy verá impasible cómo comienza el juicio de la parte valenciana de Gürtel.