Cartel de Los domingos.

Cartel de Los domingos.

Columnas DESÓRDENES

Los tres detallazos de 'Los domingos' que revelan que es una película crítica con la Iglesia

Sospecho que a la gente le gusta tanto la religión institucional por la misma razón por la que le gustan los perros (más que los humanos): porque no hay que pararse a negociar nada.

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Los domingos es una película maravillosamente ambigua. Qué suerte.

Viva el cine, muera la parodia.

Alauda Ruiz de Azúa nos hace listos. Nos revela. Lo coloca todo en nuestra mirada. En fin, al menos la responsabilidad de la lectura del mundo. Siempre fue así.

El filme, que como ustedes ya saben, va sobre una menor de edad que estudia en un colegio religioso y dice que quiere meterse a monja de clausura ante el estupor o la indiferencia de su desconchada familia, es muy juguetón, está muy vivo, y se deja completar por nuestros traumas y deseos, por nuestro sistema de creencias.

¿Es delicioso este plato de solomillo o salivar ante él es un acto de sadismo?

Qué sé yo, dependerá de si somos o no veganos.

Yo como carne y también atiendo a las voladuras del espíritu: hablemos.

Qué tirante la sutileza de Los domingos y qué altura da al debate. Activa algunos de mis puntos de placer. Los católicos practicantes dicen que es una pieza devota (esto, está claro, es por la vergonzosa crueldad con la que la ficción les ha acostumbrado a la burla cultural: celebran cualquier tratamiento respetuoso por poco frecuente).

Los ateos dicen que es una película de terror.

Yo no soy ni una cosa ni la otra. Atea ni de coña, pero tampoco religiosa en el sentido ortodoxo ni institucional, así que contemplo la belleza de las catedrales y hago el amor y me levanto unamuniana y escribo entre dos aguas, como Paco.

Quizá por eso veo la película como yo me encuentro. Comprensiva con los sentimientos propios y ajenos e interesada en el misterio que vive detrás de las cosas, pero crítica con la Iglesia oficial, su aura elitista y su permanente dedo acusador, baluarte del antiintelectualismo y del dogma que nos empobrece.

La catequesis en España no acaba nunca.

¿Cuándo y cómo distingo que Ruiz de Azúa cuestiona la religión y sus tentáculos?

Venga, van spoilers.

1. La trampa del lenguaje

Durante las casi dos horas de metraje, yo dudo seriamente acerca de si Dios ha telefoneado a la muchacha. O sea: valoro la posibilidad. Qué sabe nadie.

Pero algo sucede cuando la niña pierde a su abuela, es decir, a su segunda madre (ya había perdido a la primera y ya estaba huérfana a todos los efectos, tras la sordera de un padre displicente que sólo piensa en su nueva novia). Llora a su muerta en el reclinatorio. Busca consuelo. Y experimenta una epifanía.

En los ojos de la niña hay desesperación (también habrá que ver por qué a Dios le gusta tanto aparecer cuando estás desesperado y no cuando estás esperanzado).

La desesperación es un impulso, un trampolín.

Tú no sabes si la niña está viendo o está luchando por ver y dibuja en su corazón los arañazos de Dios como quien grita en un patio de corrala. ¿A qué atenernos? No sabemos casi nada de lo invisible. Sólo que existe.

Entonces la chavala habla. Suplica. Emite sus palabras de amor al Señor. Se declara tan bella y radicalmente, con tanta personalidad. Es la primera vez que la escuchamos hablar de verdad en toda la película: la primera vez que se expresa con soltura. Ya era hora, coño.

Quiere ser mirada por él. Quiere ser amada por Jesús ahora que casi todos la han abandonado. Está sola, flotando en la incertidumbre. Sueña un asidero. Necesita a Dios o estará sola para siempre porque el mundo no es suficiente. ¿Para quién es suficiente el mundo, en verdad? Yo no sé.

La escucho hablar y me conmueve. La niña toma las riendas de su discurso y eso me despeja, me hace creer. La veo autónoma. Piensa y siente por sí misma.

Un ser humano es sus palabras. En las palabras de un ser humano cabe su libertad. Uno sólo es uno mismo si elabora su propia plática: única foto posible de nuestro cerebro, de nuestro corazón.

Uno sabe que no está domesticado porque elige su vocabulario y lo ordena para existir de la boca hacia afuera. Por eso en las dictaduras hay conceptos prohibidos. Frases prohibidas. El gobierno de la lengua es el gobierno de la mujer y del hombre.

En todo esto pienso mientras la escucho hablar, y voilá, me siento aliviada, detecto libertad en esta niña. La chiquilla no está captada, me digo, el discernimiento y la pasión son suyos y genuinos y no calcados de la voz del asesor espiritual ni de la prior.

¡Pero entonces la chavala acaba el discurso… y lo arranca desde cero, idéntico, palabra por palabra! Lo repite en bloque. ¡Es una letanía! Son palabras aprendidas: cansadas, manoseadas. Palabras inculcadas. Palabras de otros. Palabras sectarias, zombis.

Aquí lo entiendo todo con pavor. La muchacha ha sido abducida. No es libre ni para elegir las palabras con las que convulsionar de amor. Nada es suyo ya, ni los vocablos con los que se entrega. Ha perdido la individualidad. Es gregaria. Es una víctima.

Mira el crucifijo y dice, de forma muy elocuente, desamparada como está, débil y sin raíces firmes: "Tú eres mi padre, tú eres mi padre". Entiendo. Tras el fracaso del oficial, Dios es su padre adoptivo. Dios no se mueve. Dios no se irá. Él no.

Pienso en lo que decía Goethe. Da más fuerza sentirse amado que sentirse fuerte. El ser humano, desde luego, es una creación brillante. Si no tiene amor, lo concebirá.

Fotograma de Los domingos.

Fotograma de Los domingos.

2. La Inquisición sutil

En la misma línea del estudio de la perversión del lenguaje, escucho con atención cómo el asesor espiritual y la prior le hablan a la muchacha. Se ganaron su confianza a espaldas de su familia, de sus tutores.

Con qué claridad entendemos que es intolerable que un adulto toque las partes íntimas de un menor de edad, pero cuántas dudas nos surgen sobre el trato íntimo de ese adulto con el crío o adolescente si la influencia es verbal. La protagonista llevaba desde los doce años hablando en secreto con estos miembros de la Iglesia. ¿La ayudaron? ¿La condujeron? ¿La amaron? ¿La reclutaron?

Sólo tenemos dos conversaciones en la película a las que agarrarnos para alcanzar la verdad. Y ambas están gobernadas por las preguntas. Ni el asesor ni la prior le dicen directamente a la niña lo que tiene que hacer ni lo que tiene que creer, pero la conducen subterráneamente a un lugar.

Oh, pienso. Cuántas cuestiones, una detrás de otra, qué curiosidad más potente tiene esta gente, macho. Las preguntas, algo capciosas pero ambiguas, acorralan a la niña con dulzura. La acompañan sutilmente, sin empujarla.

Los dos son realmente inteligentes. ¡Grandes entrevistadores! ¡Mucho que aprender de ellos!

Menudos inquisidores, me digo. La Inquisición, pienso después. Sonrío y las piezas, pequeñísimas, encajan.

Los religiosos y la niña no mantienen conversaciones reales. Ellos lideran un interrogatorio. Ella responde.

3. "Rezaré por ti": ¿perdón o soberbia?

Otro momento (otro detalle) en el que el filme me hizo posicionarme.

Descorazona pensar en la frialdad de la cría. La niña no hace nada por nadie. No se preocupa por nadie más que por sí misma: se la pelan la tía, las hermanas pequeñas, la abuela, la amiga, el chaval del coro. Lo hace ver el padre (que tampoco está para hablar) cuando le suelta: “El mundo no gira en torno a ti”.

La chavala está ensimismada. No puede mirar alrededor. Está ciega. Es una herida gigante. Va ganando en desafecto conforme avanza el metraje, va puliendo su egoísmo. Está incapacitada para la ternura. Tanto parlotear sobre el amor y resulta que no sabe practicarlo. Hija, espabila.

Fotograma de la película.

Fotograma de la película.

Monja de clausura, rumio. Me pregunto si es bueno un Dios que nos separa de los otros. Me pregunto si es deseable un Dios que nos aísla, que nos hace sentirnos elegidos (parte de una élite, de los llamados) y nos vuelve sordos al dolor de los demás.

¿Por qué Dios nos querría para sí solo? ¿Por qué Dios no querría que multiplicásemos nuestro amor, que hiciésemos mejor la vida del resto? Cuánto mejor una monja misionera. Ahí sí empiezo a hablar en serio.

Al final de la película, la niña es ya una sociópata. La tía, que ha procurado ser respetuosa con su proceso y que se ha volcado en su amor (es ella, al cabo, quien la lleva, la recoge, la mantiene y la cuida), es maltratada. Es marginada. Es desoída. Es ignorada.

Se frustra y estalla, rota de dolor. Y la niña la ve llorar y no se le mueve un músculo de la cara. “Rezaré por ti”, le dice. Y se va. ¿Qué sabe esta muchacha de la piedad? ¿Ha entendido algo?

Fotograma de Los domingos.

Fotograma de Los domingos.

Hay amigos católicos que encuentran en esta imagen final la ira frente al perdón, la rabia frente a la paz. No estoy de acuerdo: se han pasado de literales. La niña es altiva y se siente superior moralmente.

¿Qué Dios es el que la eleva por encima del resto de criaturas de la creación?

La niña maneja el aplomo del dogma. La unidad del Antiguo Régimen. Se dice incuestionable. "Así lo siento y así es". No hay nada que debatir aquí, no hay más que hablar.

Sospecho que a la gente le gusta tanto la religión institucional por la misma razón por la que le gustan los perros (más que los humanos): porque no hay que pararse a negociar nada. El pensamiento y la crítica están fuera de lugar. Hay una vocación de sumisión.

Sólo que, en cuestiones religiosas, la gente es el perro y el Dios de la Iglesia es el amo.