Aitana en el documental de Netflix.

Aitana en el documental de Netflix.

Columnas Desórdenes

Los dos hombres que le joden la vida a Aitana

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Aitana nunca me ha interesado demasiado. Es dulce y canta así. Es bonita. Está rota. No tiene grandes cosas que decir. Contiene trazas de autoayuda. No importa. Es agradable, también con su ejército mundial de niñas locas que a ratos la vuelve una esclava. La desean de una forma perversa.

Quisieran cogerla en las manos como a una Barbie, quisieran cepillarle el cabello y mirarla un poco sáficamente, naricilla con naricilla, en la soledad del cuarto de juegos, mientras los padres duermen la siesta. Nunca se enterarán. Nunca se enterarán. 

Las niñas están destrozadas. Guardan el corazón en cajas de zapatos y en maletines de acuarelas. Se dicen a sí mismas: "Tú la amas y ella no sabe quién eres, como le pasaba a Joaquin Phoenix en Her: es un sistema operativo que seduce por igual a todas las que son como tú. Es decir, masa". Las niñas no dicen eso, en realidad. Tampoco han visto Her. Esto sólo lo digo yo. 

Las niñas locas quisieran ser ella, que aun berreando parece una virgen dibujada. Pero no la entienden. No le dan entidad. No le permiten tener un carácter puntiagudo. La quieren blanca y mansa y flácida. La quieren pusilánime para que sea intercambiable y valga para todas, como una maniquí. 

Las crías quieren a Aitana en su plato, para tragársela. Es la antropofagia cultural de la que hablaba Umbral: el ser humano tiene sed de ser humano. Nadie quiere conocer la obra de Picasso, sino masticar su vida, sus amores, sus fobias, su pasado: la gente quiere comerse a Picasso por los pies. Con Aitana sucede lo mismo. 

Ella es afectada. Es insegura. Es infantil. Es adorable. Se va volviendo desconfiada y un poco arisca, harta como está de aguantar a subnormales. Es lógico. Me dan ganas de ser su hermana mayor o su amiga y prepararle una sopa caliente y hacerla creer que la vida va a ser una comedia romántica y no todo esto: este zarzal, este fango, esta rueda de hámsters neoliberales. 

No sabe ser sexy. No es del todo consciente de su aterradora belleza. Hay algo encantador y torpe en ella. Algo como un ciervo recién nacido metido en su andar. Algo que refulge y que está a punto de caerse. Es neurótica. Tiene hipocondría, como yo misma, y dosis ingentes de pensamiento mágico. La comprendo. Ya no sabe qué inventarse para dejar de sufrir: quizás habría que dejar de tenerlo todo. 

Pero nada de esto jode a Aitana tanto como los hombres de su vida. Lo digo muy abiertamente después de haber visto Metamorfosis, su documental de Netflix. Es curioso: basta con que una mujer decida imponerse, basta con que una mujer tenga ideas y pasta (¡y las use!)... para que le crezcan los enanos. Dos enanos, en concreto. Basta con que una mujer decida no tener jefe para que tu padre y el tolai de tu novio te intenten gobernar. 

Cosme Ocaña es su gran amor tóxico: el varón que le atraviesa la vida. Un personaje siniestro. La trata como a una novia y como a una cría al mismo tiempo, la más sibilina de las combinaciones. Freud tendría mucho que decir sobre esto. Le repite que es la más guapa, que más guapa no se puede ser (que está "más guapa que ayer", ¿es que ayer estaba fea?, suenan las alarmas del machismo parental, perfecciona a su muñeca para que le guste al mundo, él sabe de qué va esto, él es un hombre); luego le suelta que aún no le ha escuchado ninguna canción verdaderamente buena y que quiere "14"; y, cuando la ve a punto de explotar de estrés por cantar en la Eurocopa, le dice que es un día "histórico" y que para él es un sueño, que eso a él quién se lo iba a decir, ¿no? 

La tutela: la trata como a una imbécil. Se siente el orfebre de su éxito, el maquinista en la sombra. Sin embargo, no para de atosigar a su gallinita de los huevos de oro para que siga funcionando y caliente bajo sus plumas un hit, porque él no tiene ni pajolera idea de cómo hacerlo. Es un eterno espectador. Un crítico feroz y sin talento. Está macerando su propia Hildegart. 

Le dice que su desánimo "lo transmite al equipo". Le dice que si le duele la cabeza, ya le dejará de doler: cuanto más lo piense, peor. Le dice que no quiere que le presente a otro chico que no sea "Sebastián" [Yatra]. ¡Y esto es lo que sale en el documental...! No me quiero imaginar la presión que realmente ejerce sobre ella y cómo condiciona su vida. Aitana ya es autoexigente. No necesita esta carga añadida. Está a punto de reventar y Cosme le pide más y más perfección. Es normal que ella sienta que se asfixia. "Papá, eres mi mayor hater", dice. Pues sí. 

Pero lo peor es Sebastián Yatra, su ya ex. Es el vivo ejemplo de cómo le puedes dar igual a un hombre y que todos lo veamos perfectamente menos tú. Todas hemos estado ahí. Te engañas con migajitas para quitarte el verdadero hambre, el hambre de amor correspondido. El desinterés de Yatra es obvio, de una agonía lenta, mareante. Sacan una canción juntos y le obsesiona que el móvil de ella tenga mala conexión y por eso le pide, tenso, compartir el estreno desde su aparato. Es un ansioso del like, del reconocimiento: maneja un ego colosal.

Se ve todo claro cuando ella se angustia antes de que él se vaya a México a dar conciertos porque van a estar "un mes sin verse"... y él anda tan repanchingado. Fue poco antes de que él la dejara. Se veía venir. Olía como huelen los chicos tibios que te aprecian sin amarte. Cuánto mejor que te detestaran con pasión. En esos días, Aitana estaba en crisis y le llamaba con recurrencia. Él respondía con monosílabos. Era un analfabeto de palabras de amor. 

Estaba haciendo tiempo. Pensando siempre en otra persona, en otra cosa, en otra canción. Esperando que le pasara algo que realmente le emocionara.

En una pareja siempre hay uno que quiere más al otro. Siempre hay uno que, si lo dejaran, mañana no se levantaría de la cama y otro que pediría zumo de naranja en su desayuno en la calle, para vitaminanizarse para lo que viene. Quien dice que no, es porque sabe que él es el menos querido. La vida es así, irregular, asimétrica: no la he inventado yo. Otra cosa es que uno tenga el amor propio suficiente para decidir cómo quiere ser amado y quedarse sólo en los sitios en los que uno tiene lo que quiere y merece. Si no, ciao. Esto último es de una dignidad profunda y casi impensable. Aitana no la tuvo. 

Menos mal que ya se lo quitó de encima. 

Me cae bien esa chica. Una sola uña suya vale más que todos los hombres de su vida.