"¿Qué es cultura?", dices, mientras clavas en mí pupila tu pupila azul. Yo, ni idea. Pero Silvia Abril y Ernest Urtasun lo tienen claro: la cultura es un arma de combate contra la ultraderecha. Un cóctel molotov con el que incendiar sus contenedores de fascismo. Un programa de reeducación para que los votantes de Vox ya no voten a Vox.

Así lo han manifestado con total convencimiento. Uno con tono serio y la otra con la emoción a punto de desbordar.

Silvia Abril quiere más presupuesto para la cultura porque estamos en un momento en el que la ultraderecha está en auge y "todo esto se combate con cultura". Hay que recordar de dónde venimos, dice, porque nosotros podemos votar y nuestros abuelos no podían. 

Porque todo el mundo sabe que en los países gobernados por las ramas más extremas de la izquierda se vota limpiamente cada cuatro años y se gobierna con asambleas ciudadanas en las que se pasan la varita de la palabra unos a otros para ir comentando sus propuestas ecosostenibles. Véase Corea del Norte, Cuba o Venezuela.

Más series y películas sobre esto, por favor.

Abril quiere que la cultura (la suya, claro) esté más presente en las televisiones y en las escuelas. Que se cuenten "las historias que se tienen que contar". Ojo. Las que se tienen que contar. No otras. ¿Cuáles son esas? Ella lo sabrá.

Por suerte para Silvia Abril, parece que el ministro de Cultura está en su misma línea. Así que subvenciones para ella, no vaya a ser que se las demos a los que cuenten las historias equivocadas. Que Urtasun piense que la cultura es un combate no nos tiene que chirriar nada, claro.

Así está la izquierda. Como Quique González, cuya música escucho en bucle, cuando dice que espera que ningún votante de Vox vaya a sus conciertos. 

Como Inés Hernand cuando le dice a sus oyentes que no apoyen a influencers fascistas, entendiendo "fascista" como todo aquel que se posiciona en contra de sus ideas. 

O como Paco Bezerra cuando compareció en la Asamblea a petición de Más Madrid después de que la Comunidad de Madrid censurara su obra Muero porque no muero en los Teatros del Canal. Hecho lamentable, por cierto.

"Yo soy más seguidor de Santa Teresa que usted, y yo respeto más a Santa Teresa que a usted. Personas como usted harían que Santa Teresa acabase yonqui y puta". Precioso. Sencillamente precioso. 

"Es que Santa Teresa no es de ellos", reivindica. Como si los de Vox tuviesen en sus sótanos a Santa Teresa conservada en formol. 

"Si Santa Teresa estuviese hoy aquí, les escupiría en la cara a ustedes, a todos los de Vox, uno por uno". Amigo, Santa Teresa no escupió a nadie en su vida.

Porque no, la cultura no está para combatir nada. No está para escupírsela a nadie a la cara. Santa Teresa, como mucho, te va a remover a ti por dentro hasta dejarte nuevo.

La cultura no es una rueda de prensa declamada, una propuesta de gobierno hecha soneto o la introducción de un par de personajes transgénero en una obra de Lope de Vega

Insisto en que yo sigo sin saber qué es la cultura. Pero la definición que más me ha convencido la escuché en una clase de antropología en la que se dijo que cultura es toda manifestación humana que brota del espíritu del hombre.

Porque la cultura es eso que habla de lo universal, aunque esté producida por particulares. Y esos particulares pueden ser nazis, comunistas, asesinos, sacerdotes, obreros o tantas mujeres anónimas a lo largo de la historia.

Es decir, que la cultura no es una especie de fenómeno generado en el vacío, al que yo puedo acudir para que me diga si mis ideas y mi forma de vivir son las correctas. La cultura no es nada por sí misma, ni mucho menos una trinchera desde la que atacar al otro o una zanja en la que enterrarle.

Pero en estas proclamas de Urtasun, Bezerra y Abril subyace esa visión.

Lo que es peor. Subyace la visión del otro como alguien contaminado al que purificar con las ideas buenas. La cultura es esa ducha de desintoxicación que restauraría el estado de inocencia original que el hombre ha perdido al ultraderechizarse. 

"He aquí un hombre purificado, un hombre con cultura", dirán, satisfechos, cuando ya pueda decir de corrido varios poemas de Luis García Montero y llorar ante la obra de Frida Kahlo

A Agustín de Foxá, Víctor de la Serna o Leni Riefenstahl habrá que quemarlos en la pira, claro. Y a Chaves Nogales quizá podamos dejarlo para que nos cubra la cuota de tolerancia y libertad de expresión. Un buen chico, "aunque andaba algo equivocado", diremos con tristeza.

En el fondo, no saben cómo esconder esa punzante pulsión autoritaria de considerar su cultura como la cultura única que debe ser impuesta para nuestra redención. Cuando piden dinero para "las historias que deben ser contadas", lo están pidiendo para propaganda.

Hablaba hace poco con una amiga fotógrafa que me decía que, en la era de la inteligencia artificial, lo valioso que podemos aportar en el arte es crear una obra que al otro le lleve a decir: "No estoy sola". 

Y yo estoy convencida de que eso pueden hacerlo por mí muchos artistas con ideologías de todo tipo. Espero que el ministro de Cultura también lo crea.