España ha despertado. O, al menos, eso es lo que exclamó hace unos días uno de los manifestantes de Ferraz, con la mascarilla de oxígeno pegada a la cara y sin casi poder respirar. Y puede que razón no le falte.

Porque en Barcelona, cientos de personas se han manifestado estos días en contra de la amnistía. También en Valencia, Oviedo, Valladolid, El Puerto de Santa María y en varias localidades más. No todo iba a ser Madrid, ni todo iba a ser Ferraz.

Y luego está el municipio de Don Benito, en Extremadura. Una localidad que contó este pasado jueves con un único manifestante, Eduardo Lanseros, que, con una bandera de España atada a una muleta, protestó frente a la sede del PSOE en contra de la amnistía.

Al parecer, a este solitario manifestante de Don Benito se le unieron durante unos minutos una, dos, tres personas más, hasta dar con el abultado número de cuatro gatos. Y luego, vuelta a la soledad. 

Viendo la estampa de este solitario manifestante y comparándola con las imágenes que nos están dejando las protestas en Madrid, me acordé de algo que Fitzgerald plasma con mucho tino en El gran Gatsby y que tiene que ver con las fiestas multitudinarias, pero que bien se podría aplicar a las manifestaciones de estos días.

Porque si algo bueno tiene la multitud es que deja lugar para la intimidad. O, en el caso de las manifestaciones multitudinarias, para el anonimato. Así, la lucha por la democracia sale un poquito más barata.

No dejo de pensar en que hay algo verdaderamente elegante en esta protesta en solitario, sin focos y sin los alicientes externos que sí se pueden dar en Madrid y que tienen que ver con expresar tu malestar y tu enfado, pero también con respirar la energía, el aire crispado, la vitalidad, el furor de la masa, las risas con colegas, los cánticos ingeniosos, el coincidir con conocidos. El saber que no estás solo.

Una manifestación de una sola persona supone un refrescante contraste con la afluencia que se está viviendo en la capital, porque las manifestaciones en la capital son para los políticos, para Pedro Sánchez, para los medios de comunicación. Para el Financial Times y el The Economist y algún otro medio extranjero que, al parecer, sabe interpretar mejor lo que pasa en España que los propios españoles.

Es refrescante porque las manifestaciones en las pequeñas localidades no son para que te vean los medios de comunicación. Ni para que te vean los políticos. Estas manifestaciones son para que te vea tu vecino, que se queda en el sofá, sin darse cuenta o, lo que es peor, sin importarle que estemos ante uno de los mayores atracos a la democracia en la historia de este país.

No es para que Pedro Sánchez reaccione. Haría falta un milagro. Es para que Juana y Emilio y Dolores y Marcelino vean que algo no va bien si su amigo Eduardo está solo, de noche y con la muleta en alto, protestando en una calle desierta y sin nadie que le haga compañía.

Es una elegancia que tiene que ver con la dignidad. Y con la valentía. Y con el deber que se tiene para con la democracia, aunque nadie te escuche. De protestar y de manifestarte y de clamar cuando se tiene la certeza de que se está cometiendo un atropello contra el Estado de derecho.

El verdadero carácter de España se ha medido y se sigue midiendo por lo que pasa en su periferia, en sus pueblos y pequeñas localidades, lejos del ojo público. Y es en las manifestaciones de cuatro gatos donde se palpa genuinamente el malestar, la indignación y el hartazgo de este país. Porque en tu pueblo, donde todo el mundo te conoce, das tú la cara, enterita y con todas sus consecuencias

Espero que otro Don Benito, Pérez Galdós, tenga razón con eso que escribió en Prim de que "cuando un pueblo tiene metido el motín en el alma, basta que se reúnan diez y seis personas para que salgan diez y seis mil a ver que pasa". Y, sobre todo, que no sólo salgan a ver lo que pasa, sino que entiendan y se rebelen contra lo que verdaderamente está pasando.

Porque ha llegado el momento de demostrar, no sólo en Madrid, sino en toda España, que el ataque contra la democracia ha de tomarse como lo que es: un ataque personal.