Shon Weissman es el único futbolista israelí (y judío practicante) que juega en la Liga española. Y lo hace en el equipo de mis entretelas: el Granada Club de Fútbol.

De un tiempo a esta parte, el delantero nacido en Haifa es noticia, pero no por sus goles (sólo ha marcado uno desde que llegó a la escuadra nazarí durante el pasado mercado invernal), sino por sus polémicos comentarios en redes sociales sobre el conflicto palestino-israelí y las consecuencias que estos le han traído.

Reaccionó el delantero en Twitter (X) a un vídeo en el que unos soldados israelíes apuntaban con sus armas a unos terroristas de Hamás, comentando que por qué no les disparaban en la cabeza. También, dio sendos me gusta a mensajes que invitaban a bombardear Gaza por toneladas y a eliminarla de la faz de la tierra.

Shon Weissman, durante un calentamiento del Granada esta temporada.

Shon Weissman, durante un calentamiento del Granada esta temporada. Cordon Press

Weissman, además de ser denunciado en la Audiencia por supuesto delito de odio, no fue convocado el viernes 20 de octubre para jugar contra Osasuna, y no se debió a motivos deportivos, sino de seguridad: las autoridades competentes, en sintonía con el club andaluz, acordaron que lo mejor para la integridad del delantero era que se quedara en casa.

Pese a que el israelí no viajó con el equipo, los ultras aberzales del club navarro, los Indar Gorri, le dieron un recibimiento hostil (que lo estaría viendo desde el televisor), ondeando banderas palestinas y llegando a desearle la muerte. Algo que ya ha sido denunciado por LaLiga.

¿Hubieran cargado igualmente los radicales osasunistas contra el atacante granadista de no haberla liado este en Twitter? Seguro, porque Weissman ya lleva la condena en su nacionalidad y en su religión, cuyos preceptos sigue a rajatabla y de la que hace gala continuamente. Hablaré más adelante de ello.

Y no es que estos Indar Gorri o los Brigadas Amarillas (los ultras del Cádiz que el pasado sábado poblaron el fondo sur con banderas palestinas en el partido contra el Sevilla), por ejemplo, sean antisemitas o propalestinos. No hay odio en lo suyo; simplemente es ignorancia y gregarismo.

También a los judíos más ortodoxos de Brooklyn, y hasta los más liberales, les fastidió en su día que Hannah Arendt, en su obra Eichmann en Jerusalén, desarrollase la teoría de la banalidad del mal aplicada a aquel infame jerarca de las SS, Adolf Eichmann, que, capturado por el Mossad en Argentina, fue juzgado y condenado a muerte en Israel.

Eichmann, sostiene Arendt, no obedece a ningún sentimiento de odio contra el judío ni a ningún tipo de patología psicológica. Solamente acataba órdenes como buen funcionario, concluye la filósofa alemana para fiasco de sus correligionarios. ¡Qué vulgar el Diablo!

Igualmente, estos adocenados ultras futboleros sólo obedecen órdenes del cabecilla de turno. Ni saben qué ocurre en la Franja de Gaza (yo tampoco lo sé bien), ni conocen por qué tienen que hacer como que odian al judío.

Ellos han comprado un paquete ideológico (el de la extrema izquierda), como el que adquiere el pack familiar de Movistar Plus+. Y en esta ocasión les toca cambiar la banderita republicana o la que pide el acercamiento de presos etarras por la de Palestina.

No hay más. Es así de banal, de trivial. No busquen mal, ni odio, ni delito de odio. Ni neuronas. Como tampoco pueden encontrar nada de lo anterior en una concentración de nostálgicos del franquismo en Cuelgamuros un 20-N.

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Mas permítanme regresar a la historia de Shon Weissman. Decía al comienzo de este artículo que es el único futbolista israelí que juega en la actualidad en LaLiga EA Sports. Pero no ha sido el primero.

No hace mucho militó en el Depor, Racing y Mallorca el portero Dudu Aouate, nacido en la Nazaret israelí. Otro nombre que volvió a salir a la palestra recientemente por motivos extradeportivos: llamó a Karim Benzema "hijo de puta" en cinco idiomas tras tuitear este, acusado por el ministro de Interior de Francia de estar vinculado a los Hermanos Musulmanes, a favor del pueblo palestino tras la cruel intifada de Hamás del pasado 7 de octubre.

Quizás el pelotero hebreo más conocido en España sea Haim Revivo, el talentoso zurdo que jugó cuatro temporadas en el Celta de Vigo a finales de siglo XX. De Revivo se recuerda la cláusula que tenía en su contrato para no jugar el día del Yom Kippur o del arrepentimiento judío.

Incluso LaLiga, a petición del Celta, llegó a posponer un partido contra el Betis para que el mediocampista de Asdod pudiera disputar al menos la primera parte.

Recientemente y al hilo, el propio Weissman no viajó a Gran Canaria para enfrentarse a Las Palmas por cumplir con el encierro y el ayuno que impone el Yom Kippur.

Ya son tres las ocasiones que el delantero que celebra los goles rezando se pierde un partido con el Granada por motivos religiosos. La otra vez fue el curso pasado, cuando se ausentó por asistir al bautizo de su hijo en Israel. Curiosamente, su hueco en la punta nazarí lo ocupó el musulmán Famara Diédhiou, que justo andaba debilitado por el Ramadán.

Weissman, como contó en sendas entrevistas a Relevo e Ideal, sólo toma alimentos kosher (que cumplen con los preceptos de la religión), que tiene que ir a comprar a Málaga, y los sábados (sabbat: día sagrado para el judaísmo) entre otras prohibiciones, no puede conducir ni utilizar el móvil.

A mí lo que me preocupa de Weissman es que mi equipo haya pagado 3,5 millones por él al Valladolid, y que no haya marcado ningún gol en lo que va de temporada. Su religión me da lo mismo; sólo me despierta curiosidad por lo exótico que me resultan sus costumbres.

Y me alegro en coincidir en esto con el grueso de la afición nazarí que, en sus comentarios a las publicaciones extradeportivas del jugador, se limitan a recriminar el bajo rendimiento deportivo del delantero, obviando cualquier valoración religiosa.

"¿Por qué Ezael no dispara en la cabeza?", tuiteó el dorsal 17 del Granada. Y quizás lo más inteligente hubiera sido responderle: "¿Por qué Weissman no dispara a portería?".