No somos terroristas, somos patriotas.

Es lo primero que le dice el jefe de la clandestina Organisation de l'Armée Secrète (OAS) al mercenario con el que acaban de reunirse para que asesine a De Gaulle, presidente de Francia, en la película Chacal (1973), de Fred Zinnemann.

La organización no perdona al general que haya ordenado la salida de Argelia tras haber prometido lo contrario al regresar al poder pocos años antes, en 1958, y cree que sus razones justifican cualquier medida, incluido el magnicidio. Un mecanismo, un sesgo, habitual en muchas organizaciones y en quienes defienden sus grandes causas.

Los terroristas, los desproporcionados, los bárbaros, de haberlos, son siempre los otros y los eufemismos son muchos. Desde "lucha armada" a "resistencia", pasando por "respuesta proporcional y legítima". Y tienen siempre el mismo efecto: separar el drama de quienes lo padecen en carne y hueso, y elevarlo a categorías políticas abstractas en los que ese sufrimiento se diluye, haciéndolo menos intolerable.

Es la misma forma de razonar que puede explicar un tuit tan insensible como el que la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, escribió después de la muerte de la hispano-israelí Maya Villalobo durante el asalto de Hamás, el 7 de octubre.

Tras lo mínimo que se despacha en unas condolencias ("Mi sentido pésame a la familia y seres queridos de Maya Villalobo"), enseguida volvía Belarra a su tema, a lo que ella quería destacar, y ante lo que la primera frase se revelaba un mero hito a esquivar cuanto antes (de ahí su austeridad): "Es urgente que la comunidad internacional se implique y logre una paz duradera en la región que termine con la ocupación y el apartheid al pueblo palestino".

Maya Villalobo era tan evidentemente secundaria en su mensaje que uno buscaba instintivamente algún tipo de justificación, como que el mensaje hubiera sido escrito por algún miembro de su gabinete sin mucha empatía, pero no por la propia ministra. Posteriormente, la también secretaria general de Podemos continuó con su periplo por redes y medios, visiblemente dispuesta en su recobrado protagonismo político en un momento malo para su formación política.

[Belarra, Mónica García y otros líderes de Sumar se manifiestan con entidades que apoyan a Hamás]

Es complejo, y casi siempre injusto, cuestionar las buenas intenciones de los demás. De hecho, la segunda parte del tuit de Belarra es también defendible. Pero no lo es la conjunción de ambas frases, ni el momento. Ni la atalaya para decirlo cuando se forma parte del Gobierno de un país cuyo mayor favor al pueblo palestino (y al israelí) es la presión que pueda ejercer en ámbitos distintos al de las redes sociales y los medios.

Belarra no puede ignorar que sus posicionamientos no sólo no ayudan, sino que dificultan cualquier interlocución con Israel para que cese sus intolerables ataques a la población civil palestina, niños indefensos incluidos. No sólo durante estos días de represalia, sino durante las décadas de ocupación y humillación cotidiana. Mensajes que tampoco sirven de nada a los españoles que permanecen encerrados en Gaza y que piden salir del territorio, una medida en manos de Israel.

En su breve y emocionante Salir de noche (Libros del Asteroide) el periodista italiano Mario Calabresi cuenta cómo fue su vida y la de su familia a raíz de que las Brigadas Rojas mataran a su padre, el comisario Luigi Calabresi, en 1972, falsamente acusado de haber arrojado por la ventana a un detenido de su organización.

No hay relleno, no hay elucubraciones teóricas, no hay disquisiciones sobre el bien y el mal, sino la mera descripción sencilla y real de lo que es crecer sin un padre, echarlo de menos cada día, o perder un marido y haberse cortado de raíz todos los planes familiares.

Son las personas sufriendo y tratando de sobrevivir, a veces consiguiéndolo, pero siempre con la sensación de que algo se les arrebató injustamente: las consecuencias del mal que defendían los argumentos teóricos de organizaciones como las propias Brigadas Rojas, Lotta Continua, Prima Linea o los paramilitares de extrema derecha amparados por parte del Estado.  

Hay una sociedad israelí a la que se debe y se puede apelar, pero que se aleja con el oportunismo de comportamientos como el de Belarra. En el recomendable y perturbador documental Los guardianes (2012), seis de los últimos directores del Shin Bet (el servicio de espionaje y seguridad interior, responsable de lo que ocurre en Gaza y Cisjordania) exponen su desazón ante lo que consideran unos gobiernos israelíes que han amparado la colonización y la ocupación y que no ha encarado intentos serios de solucionar el conflicto.

Antes al contrario, ha primado un oportunismo político que ha llevado a una situación insostenible a los palestinos, moneda de cambio permanente para la gestión del poder israelí. Un callejón sin salida para los máximos responsables de la seguridad interior con Gobiernos tanto laboristas como del Likud.

De la misma forma que son ejemplares los editoriales y los reportajes del diario Haaretz, uno de los más importantes del país, así como los manifiestos y los posicionamientos públicos de muchos de sus intelectuales y su población civil.

Es a esa sociedad civil, a ese consenso de fondo, a ese punto de encuentro potencial, al que haríamos bien en apelar tanto desde la ciudadanía como desde las instituciones, cada uno desde su lugar, con ánimo sincero de dar pasos para desescalar, gestionar y solucionar el conflicto.

Lo demás es un teatro siniestro revestido de nobleza en favor de intereses personales. Porque todo patriotismo de las grandes causas que no privilegia el sufrimiento concreto del aquí y el ahora frente a la causa abstracta es, utilizando las palabras del doctor Samuel Johnson, el último refugio de los canallas.