Allá por 1996, los dos meses que transcurrieron entre las elecciones generales (3 de marzo) y la investidura de José María Aznar (4 de mayo) fueron percibidos como algo muy parecido a la eternidad. La complejidad de las negociaciones entre el PP y los nacionalismos conservadores de Cataluña, País Vasco y Canarias prolongó lo que hasta entonces había sido un mero trámite. Los guiñoles de Canal+ pusieron capa voladora a Felipe González y lo denominaron "Súper En Funciones".

Felipe González y Pedro Sánchez, en un acto del PSOE en julio.

Felipe González y Pedro Sánchez, en un acto del PSOE en julio. Francisco J. Olmo Europa Press

Hace veinte años, Alberto Ruiz-Gallardón fue, simultáneamente, alcalde de Madrid y presidente de la Comunidad en funciones durante cerca de un semestre, entre la mini legislatura fallida del "tamayazo" y la mayoría absoluta de su compañera Esperanza Aguirre en la repetición electoral de otoño. Cundió cierto nerviosismo por lo insólito de la provisionalidad.

Pero a todo se acaba acostumbrando uno. En los 36 años que separan 1979 y 2015, España acumuló once meses de gobierno en funciones. En los ocho que nos llevan desde entonces hasta hoy, nuestro país ya suma veinte meses con su ejecutivo capitidisminuido.

De modo que ya no sorprenden las nueve semanas que arrastramos ahora, que se añaden a las 16 que se suceden desde que se procedió a la disolución de las anteriores Cortes. Hasta hoy, ningún síntoma de prisa para que esto eche a andar. (Otra cosa es lo que suceda cuando Felipe VI se haya entrevistado ya con Sánchez y Feijóo). La investidura fallida del presidente del PP ha servido, entre otras cosas, para fijar un deadline (27 de noviembre). La experiencia atendiendo nuestras tareas cotidianas nos dice que estos límites temporales son el mejor aliciente para resolverlas. Pero si Pedro Sánchez tropieza en su camino y vamos a la tercera repetición electoral consecutiva, sabemos que el mínimo de nueve meses en stand by ya no nos lo quita nadie.

Giovanni Sartori contemplaría este panorama con la satisfacción que da el acierto en el vaticinio. Lejos de haberse demostrado distopía exagerada, su concepto de videopolítica representa fielmente nuestro presente. No es que no haga falta que una legislatura dure un mínimo determinado. Ni siquiera que los gobiernos tengan un proyecto político que haga las veces de hoja de ruta. ¡Es que ni siquiera es necesario que el gobierno exista como tal!

Basta con que se produzcan elecciones, rondas de contactos con el rey, negociaciones, investiduras fallidas, alguna otra exitosa y vuelta a empezar. Los políticos y los ciudadanos interesados en los asuntos públicos, generalmente intermediados por los periodistas, han asumido la lógica de las series de televisión. Actores y público necesitan su ración diaria de giros de guión.

Hay auténticos fans del gobierno en funciones. Evocan los buenos datos del casi año antero que pasó así Mariano Rajoy. Quizá tengan razón cuando dibujan un país sin ejecutivo como un país más feliz. Pero qué quieren que les diga. El recuerdo de gobiernos operativos al mes de haber pasado por las urnas provoca algo parecido a la nostalgia. Por más que el actual morador de Moncloa no necesite guiñol para sentirse "Súper En Funciones".