A David Bravo yo le situé hace años, allá por 2018, por una canción de Tote King. Se llamaba Mi colega y mi rapero de guardia se la dedicaba a su padre fallecido para actualizarle sobre cómo iban las cosas por aquí abajo. "Y yo recuerdo que me dijiste que no llegarían lejos: los tontos de Podemos ya están peleaos entre ellos. David y yo nos mojamos pa'esta ocasión histórica. La puta izquierda y su puta enfermedad crónica", dice.

Luego Tote me contó que se refería a Bravo, que era su amigo de toda la vida. Dos tipos geniales y desobedientes de palique durante décadas allí en Sevilla. David es un abogado prestigioso y muy crítico con los vetos de la propiedad intelectual, lo que él llama la "cultura del miedo", porque defiende un conocimiento común y libre a través de internet. En su día le puso las banderillas a Zapatero y a su 'Ley Sinde' con una carta abierta y acabó siendo diputado de Podemos por Almería.

Ahora se ha hecho viral por contar en un vídeo aquella experiencia lisérgica desde dentro. Trece minutos de verdad y gracia para desmontar la comedia de enredo de la política institucional de la infinita España.

Bravo salió del escaño más quemado que la moto de un hippie al vivir en sus carnes la coña del sistema. Cuenta que lo primero que le escaldó fue darse cuenta de que su partido y él no eran más que "manifestantes dentro del Congreso", peña curtida en la insurrección en la vía pública que ahora tenía por fin la ocasión de toquetear las malformaciones legales intramuros.

Pero ya sabes, cuidado con lo que deseas: es más cómodo disputar el poder que ejercerlo. Una vez lo tienes entre manos funciona como un espejo y revela, también, tus propias insuficiencias.

David creyó, como yo misma habría hecho, que si pulsabas los mecanismos de la democracia, razonablemente, algo echaría a andar, que no se habría quedado todo tan atado y bien atado como un día prometió ese caudillo diminuto y nuestro que pencó en la cama. Bien. Resultó que no era así. Lo que Podemos le ofreció a Bravo como diputado no era más que una ridícula política de símbolos, epatante y estéril, de la que han hecho uso todos los partidos pero con especial sonrojo la nueva izquierda (ya momificada). 

"Todos los días había una performance nueva. Coger una cartulina y levantarla o no sé qué aspavientos. Exacto, política de gestos. Eso está bien para un rato, pero te cansa", narra David, con un tono medio desapasionado, pero trufado de ironía sutilísima, casi imperceptible. No se sentía muy útil. Se sentía más útil como abogado. Y, además, echaba de menos a sus hijos por las noches. 

Luego llegó el Diario de Almería y sus jugarretas (poniéndole en la diana sin ton ni son) para terminar de confirmar que si la política es un circo no sólo es porque en el Congreso haya mucho payaso sin gracia, sino porque los medios nos hemos sumado a la comitiva y ejercemos de contorsionista, forzando una mijilla las cosas.

Atiendan. "Es verdad que yo era un artista, que yo me lo merecía, porque estoy amamonao'", se encoge de hombros David. Él mantenía que no quería ser político, sino ser él mismo y decir las cosas tal y como las pensaba, que también a quién se le ocurre, ¿no? Ni que viviésemos en un país libre. 

Total, que la prensa local se empezó a emperrar con que Bravo no tenía ni pajolera de Almería, y, en efecto, así era. "A mí me preguntaban 'oye, ¿de Almería tú qué sabes?'. Y yo les dije que las circunscripciones territoriales son un invento, que el Congreso no funciona así, sino que se hacen leyes de orden estatal, y que todo eso es una tontería, que lo que yo abordaba no tenía que ver con Almería ni con Sevilla". Le dijo al periódico que él no había estado en Almería ni de vacaciones.

Para qué quisimos más. A la patria chica se le hincharon las gónadas y le convirtió en el chico favorito de sus portadas, hasta la estupidez, hasta el cansancio, hasta el linchamiento local.

En Podemos tampoco tenían muchas luces, como luego no se han cansado de demostrar hasta su desaparición, así que en vez de apoyar el sentido común y escapar de su sino (el camarote de los hermanos Marx), le plantaron a David un dossier sobre Almería para que se lo aprendiese y se dejase de hostias, que aquí no hemos venido a contar la verdad sino a fabricarla.

El abogado, muy estudioso, se lo aprendió de pe a pa y en su próxima intervención en prensa, preguntado por qué esperaba del futuro de Almería, cual médium, pues dijo que a ver si acababan ya la A7 de una vez. Por lo que sea, llevaba terminada dos años (aquí vemos las dificultades de comprensión lectora de los asesores de Podemos que elaboraron el feliz dossier) y el abogado volvió a quedarse en bragas ante la grada. Una delicia. 

Por supuesto, le dijeron que asumiese él el error, que la política tiene estas cosas. ¡Fieras! 

A estas alturas, David ya estaba descuajaringado perdido. Ione Belarra, siempre oportuna, fue a preguntarle si estaba "contento", si estaba "eufórico" con el nuevo cargo. Él respondió: "No, yo soy mucho más de deprimirme". Hacía bien, porque la pesadilla sólo empezaba. 

Un día se sentó el tío en su escaño y colgó el abrigo en la silla. Hasta aquí, normal. Cuando se metió en Twitter era una especie de Rosa Parks, aclamado por el progresismo por su presunto gesto brillante: "El David este, que máquina, que se ha llevado el abrigo al escaño para que no se lo roben la cantidad de rateros que hay ahí dentro, jajajá". La verdad es que el hombre no sabía que había ropero. No estaba pretendiendo epatar. "No soy gilipollas". Te lo ha dicho claro. 

Esto pone negro sobre blanco que el público también hace al circo. Que bebe de él y se empapa de sus códigos. Que nosotros, el pueblo o cómo carajo queramos llamarlo, hemos asumido la dialéctica imbécil de esa panda de jetas a los que les pagamos el sueldo, creativos y zumbados al estilo Marina Abramovic, y les hemos comprado que no vengan a nuestras vidas a intervenirlas para mejorarlas, sino a llenarlas de luces como un jodido árbol de Navidad. Todo es destello, todo es sorpresa, todo es ya ademán poético, sin fondo ni repercusión real. 

"Yo lo que no quiero es campaña", dijo David, para preservar su dignidad en aquel hotel de cucarachas. Lo consiguió, al menos. Otros se vendieron al show. Como dice mi amigo Dani, todos tendemos a la autoparodia, pero la verdad es que algunos tienen más talento que el resto.

El que demostró sus artes interpretativas fue Julio Rodríguez, cuenta Bravo. "Campañón hizo el tío. Chapeau. Bebió agua de una fuente... que dicen que quien bebe agua de esa fuente se queda en Almería para siempre... una fuente mágica o algo así. Hizo una campaña de la hostia, vamos, todo el día en Almería, recogió fresas y de tó".

Me he reído maliciosamente con el vídeo de David, que es hilarante y sofisticado, brillante y suavón. No insulta a nadie, pero en dos trazos retrata a todos en su esperpento. En nuestro esperpento. En nuestra insistente charanga y pandereta. Es histórico porque la anécdota es elocuente y profunda, y porque no revela sólo una serie de errores logísticos partidistas (entre la torpeza humanizante y la comedia), sino el fracaso de todo un sistema que nos aliena, nos engaña y nos estupidiza. Del viejo al nuevo. Todo aquí sirve a la tontería. 

Los mejores siempre quedan fuera. Del escaño y del fango. David, bravo