Un mes después, el Partido Popular parece más mentalizado para gobernar (algo que sólo puede pasar después de una sucesión de carambolas harto improbable) que para ejercer la oposición durante algún tiempo adicional. Que es, hoy por hoy, el escenario que tiene más visos de producirse.

Alberto Núñez Feijóo junto a Cuca Gamarra, Alfonso Rueda y Mariano Rajoy.

Alberto Núñez Feijóo junto a Cuca Gamarra, Alfonso Rueda y Mariano Rajoy. EFE

Que las elecciones fueran fijadas un 23 de julio ha terminado teniendo un efecto benéfico inesperado en Génova 13. Estas cinco semanas de descoordinación en la difusión de mensajes hubieran sido mucho más lesivas en cualquier otra época del año.

En cualquier caso, el PP ha visto concedido su deseo. Alberto Núñez Feijóo será candidato en un debate de investidura dentro de poco menos de un mes.

No cabía echarse atrás. Ni mucho menos reincidir en uno de los mayores errores cometidos por Mariano Rajoy. No es ya que rechazara el encargo. Son los motivos que adujo para hacerlo: carecer de los apoyos necesarios para conseguirlo. Formalmente, el discurso de investidura debe servir para convencer a los diputados de ese voto afirmativo.

[El equipo de sincronizada tiene nuevo lema. "A Feijóo este mes se le va a hacer muy largo". Subestiman la capacidad que la esfera pública española tiene para entretenerse].

Para encarar con éxito esta tarea hacen falta grandes dosis de eso que lleva escaseando en el PP y sus alrededores desde el recuento del 23-J: realismo. Aunque nada pueda darse por hecho, los signos de estas semanas inducen a pensar en una investidura de Sánchez con apoyo del independentismo más o menos al filo de que expire el plazo de disolución automática de las Cortes y repetición de elecciones.

Es sobre esa premisa sobre la que resultaría más inteligente orientar lo que suceda el 26 de septiembre. El discurso de Feijóo deberá encajar con la otra mitad de un puzle de sólo dos piezas: la réplica que este haga en un hipotético intento de Sánchez.

Si el hoy presidente en funciones revalida el cargo será gracias al nacionalismo disolvente en sus peores variantes en general y al grupo de acólitos de Carles Puigdemont en el Congreso en particular. Ese será su hecho definitorio, traducido en cesiones de digestión casi imposible. ¿Con qué autoridad se podrá reprochar si algunas semanas antes se les han lanzado guiños ambiguos?

El caos argumentativo de los últimos tiempos no podrá trasladarse a la tribuna de oradores. Intentar contemporizar con los grupos nacionalistas conservadores que previsiblemente apoyarán al PSOE imposibilitaría la crítica rigurosa al magma disparatado que se disponen a constituir. El riesgo no merece la pena. ¿Qué pueden sacar en claro de un gobierno que cayera inesperadamente en sus manos por alguna acción u omisión de los hacedores del 1-O?

Además, la (no) investidura de Feijóo tiene otras minas diseminadas por el terreno. El marco en el que el líder del PP expondrá su programa de gobierno es el mismo que el de las elecciones de tan infausto recuerdo para ellos. Si está en posición de aspirante es gracias al apoyo anunciado por Vox. El Congreso va a ver encarnado el mismo espantajo cuya agitación supuso un éxito al bloque contrario. La relación con un partido con el que no puede seguir soplando y sorbiendo es la gran asignatura pendiente que Génova deja para más allá de septiembre.

Queda la ilusión ("concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por el engaño de los sentidos", según la primera acepción del DRAE) de explicar al país qué se haría con él en caso de gobernarlo.

Mucho o poco, el tiempo que transcurra hasta hacerlo de verdad sí puede que se le haga largo.