Lars Von Trier, esa maraca mágica del cine de culto europeo, busca novia por internet. La cosa está mú'mala. Este tipo pizpiretísimo se ha hecho un vídeo-selfi lanzando la propuesta a la red como un náufrago más de la isla zumbada y silvestre que es uno mismo, del terruño rodeado de océano que resultamos cada uno de nosotros, al cabo, aislados secretamente del continente más cercano, del terror civilizatorio y colonialista que nos suponen los otros. En fin: un minuto de puro cine.

Arranca la performance con un folio escrito a mano en letras temblorosas, torcidas como la vida: "Lars Von Trier busca novia/musa". El hombre sabe titular. Lo pone en tercera persona porque se quiere, y bien que hace, ese es el primer paso para iniciar una conversación que no dé pena.

Estéticamente, parece el cartelillo de una película de terror amateur. Lógico. Qué es el cortejo si no un pánico biológico.

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En su plano picado, Von Trier no se anda con chiquitas. "No sé qué me ha arrastrado aquí en este tiempo, pero antes de ahogarme en un anuncio petulante, déjenme aclarar algunas cosas: tengo 67 años. Tengo párkinson, TOC y un alcoholismo controlado. También he hecho algunas películas decentes. Todo esto forma parte de la publicidad anticuada, sin entender mucho de redes sociales, de alguien que busca una novia o una musa. Alguien que, en un buen día y con la compañía correcta, puede ser un compañero encantador". 

Lars Von Trier.

Lars Von Trier.

Todo es bello y raro en este mensaje. Lars Von Trier conoce algo esencial: somos, sobre todo, nuestras taras, nuestras flaquezas, nuestros vicios. Somos, sobre todo, lo que molesta de nosotros mismos. "Aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú", decía Cernuda. Adoro este listado anti-Tinder, anti-gloria, anti-compra. Adoro no volver a escuchar un repugnante "me gustan los animales, pasarlo bien, conocer mundo, soy un traveller".

Qué listo. No, mira. Traveller era Ulises. Tú eres un chaval con pasta que se puede permitir creerse Willy Fog en los veranos del mundo. Toda búsqueda que no es hacia dentro es errática

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Uno no conoce los defectos de una casa hasta que vive en ella. Entiendo que lo mismo sucede con las personas. No les leemos las grietas hasta que los habitamos. ¿Y si pudiésemos avisar al inquilino siguiente, verdad? El sistema lo impide, inteligentemente. Así que en la ocupación (también en la afectiva) todo es salto, todo es primera vez, todo es apostar sin sobreaviso. Y luego, ¿qué? Luego, amar lo roto o huir. 

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Todo se vende. La gente se vende. Sólo es triste porque es cierto. Te comes una monserga sí o sí. Vives en una entrevista de trabajo permanente. Tragas publicidad a paladas largas. Qué guapos somos todos, qué listos, qué sanos, qué poco dolor nos quedó dentro. ¿Nuestro mayor defecto? Un clásico: ser perfeccionistas. 

Es tan cansado todo esto. Tan cansado. 

Por eso me gusta que Lars von Trier se descojone de la belleza, la juventud y del siglo de los maniquíes (hasta de él y, por tanto, de todos nosotros) poniendo por delante sus descalabros, sus imperfecciones, sus mutaciones poéticas. Resulta tan expectorante. ¿Y si lo hiciéramos todos? Es un juego. Es divertido. "Hola, soy Lorena, tengo 32 años, me dan miedo los perros, soy hipocondríaca y algunas cosas más que no diré si no es bajo pago. He escrito algún artículo decente. Soy alguien que, en un buen día y con la compañía correcta, puede resultar una compañera encantadora". Jajá. 

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El "yo neurótico", dicen los psicólogos. Como si hubiera otro.

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¿Está jugando Lars von Trier? ¿Es esto una broma para su próxima película? Da igual. Todo es verdad y no es verdad al mismo tiempo. Aquí bancamos al Homo Ludens hasta el final de los tiempos. 

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Hay una canción hermosa de La Costa Brava que se llama Déjese querer por una loca. "Es único", dicen.

Sí.

Seguro es único también dejarse querer por esa orgía de boutades que es Lars von Trier, un caballero delirante que fue declarado persona non grata en Cannes y luego fue abrazado por el mismo festival (¿habrá algo más excitante en la vida que ver a los jurados biempensantes rendirse a la genialidad, por incómoda que sea?), un cerebro brillante descosido, desparejado como calcetín en la lavadora, alguien dispuesto a revolvértelo todo.

Tú sabes que he llegado a tu casa (a tu vida) porque las cosas no están ya en el mismo sitio. 

Sólo alguien capaz de perder toda reputación y todo el sentido del ridículo puede ser realmente libre, sólo así se puede, de verdad, amar y ser amado: pisando tabúes como cristales en la arena con los pies descalzos. Gracias, Lars. Dale duro ahí.