En Pensar el siglo XX, el historiador Tony Judt, postrado en sus últimos meses de vida, conversando con el también historiador Timothy Snyder, reflexiona sobre cómo en el pensamiento del periodo de entreguerras faltó "toda conciencia de la posibilidad del Mal como factor condicionante e incluso dominante en el espacio público". Una "criminalidad política deliberada" como la practicada por los nazis o los crímenes estalinistas (las hambrunas o el Terror de los años treinta), era "simplemente incomprensible para la mayor parte de los observadores y críticos contemporáneos, fueran de derecha o izquierda".

A comienzos de enero, en la ciudad de Lviv (Leópolis), entre ruidos de generadores eléctricos y a media luz por la campaña invernal de bombardeos rusos contra la infraestructura civil ucrania, conversaba sobre ello con Yaroslav Hrytsak, reputado historiador de este país. En este encuentro, recogido en la revista Letras Libres, rememoramos el legado de Judt y referencias de Europa Oriental como la del poeta polaco Aleksander Wat, superviviente de la guerra y el gulag. Wat dijo que "cuando uno nace en la primera mitad del siglo XX, no podías creer en Dios, pero no podías no creer en el diablo".

El presidente ruso Vladimir Putin.

El presidente ruso Vladimir Putin.

En esta ciudad, Lviv, la semana pasada tuve que dejar uno de sus encantadores cafés e ir rápido a un parking subterráneo ante otra alarma aérea en todo el país. Un aviso de ataque aéreo masivo en forma de decenas de misiles y drones rusos, muchos dirigidos contra objetivos civiles. El anodino parking, lleno de niños y niñas como los que me suelo encontrar en el metro de Kyiv, en imágenes que rememoran el Londres de 1940.

Mejor no tentar a la suerte: hace tres semanas, uno de estos misiles sobrepasó la defensa aérea de Lviv e impactó en un céntrico edificio de viviendas, matando a diez personas. Es una pauta rusa habitual: muy lejos del frente, familias enteras se van a la cama y ya no se despiertan, tras el impacto nocturno de misiles fabricados para hundir portaviones.

Tales alarmas aéreas, constantes, son objeto de mofa en la televisión oficialista rusa, cuyos propagandistas incitan al genocidio ucraniano. Se alegran especialmente cuando los bombardeos provocan muchas víctimas civiles, emplazan a la destrucción total del país vecino o a la hambruna global para lograr sus objetivos, en un sórdido culto del asesinato en masa.

Para Hrytsak, proclamas como "nunca más" (tras el horror de la Segunda Guerra Mundial), de tan manidas, han quedado relegadas casi a películas de Hollywood y videojuegos. Una dimensión virtual que dificulta ver la realidad. Es decir, que cosas tan horribles vuelven a pasar. Creo que de nuevo padecemos esa incapacidad de la que hablaba Judt para comprender el Mal.

Presente en intelectuales, élites y decisores políticos, dicha incomprensión (la hemos visto bien en este año y medio largo de gran invasión rusa) se manifiesta en tres fases. La primera, una evidente incapacidad previsora ("no pasará", "no lo harán", "no será para tanto"…). La segunda, la incapacidad de reconocerlo cuando sucede. O, superados por los acontecimientos, simplemente un no querer ver las cosas como son. Por ejemplo, "no estarán robando niños ucranios", "no puede ser verdad", etcétera. La tercera, una errática política que corre el riesgo de repetir los errores que condujeron a invocar, al final, ese "nunca más".

Por supuesto, este problema, que planteo no desde su dimensión metafísica sino empírica, como factor en la existencia humana, no está en absoluto limitado a cómo afrontamos la Rusia de Putin y su ya histórica lista de crímenes dantescos en Ucrania. Judt rememora cómo en su día muchos se aseguraban a sí mismos que "el Holocausto no podía estar pasando, simplemente porque no tenía sentido, ni para los propios ciudadanos alemanes ni para los judíos".

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Pienso también en Boko Haram, en la guerra de Bosnia en los noventa, o el Daesh (cuyas prácticas de decapitación online han emulado, en varios casos contrastados, soldados rusos contra prisioneros de guerra ucranios). El problema de fondo es el mismo: hay regímenes criminales e individuos que llevan a cabo esas atrocidades no por lógica militar o política, sino porque pueden, se ven impunes y, a menudo, les gusta el sufrimiento humano extremo. Superan nuestros marcos racionales y morales establecidos.

El primer paso es saber ver el problema cuando uno lo tiene delante y llamar a las cosas por su nombre. En tales momentos históricos, siempre hay algunos pensadores y figuras políticas y sociales (además de ciudadanos de a pie), que tienen la clarividencia e independencia de juicio necesarias para verlo, advertirnos y proponer políticas públicas en respuesta. Otros, de nuevo igual que en el periodo de entreguerras, se revelan sordos y ciegos ante este problema, aferrados a mantras y esquemas mentales inútiles hoy.

Snyder, autor, entre otros, del renombrado Tierras de sangre, sobre los crímenes de Hitler, Stalin y sus aliados en esta parte de Europa, está en la primera categoría. Por ello, cuando asevera, por ejemplo, que algunas acciones del régimen ruso como las deportaciones (Putin no podrá ir a una cumbre en Sudáfrica este mes dada la orden de arresto de la Corte Penal Internacional que sobre él pesa por la deportación de al menos decenas de miles de niños ucranios), son similares a las llevadas a cabo por los nazis o Stalin.

O cuando compara febrero de 2022 con 1938 y Munich, rompiendo tabús, hay que escucharle atentamente. Por el contrario, otros pensadores reverenciados como el filósofo alemán Habermas, tienen poco que aportar desde su alambicada pero intrascendente abstracción junto al lago Constanza.

Judt, muy dado a romper tabúes también, concluía señalando cómo los esquemas racionales "simplemente no funcionaron en el siglo XX". Tampoco en el XXI, me temo.