En ámbitos políticos y diplomáticos, Emmanuel Macron se ha labrado la reputación de lanzar grandes ideas estratégicas, sin consensos previos, que primero generan controversia y trabajo adicional, para luego él mismo abandonarlas distraído con otras prioridades. Puede ser el caso de la Comunidad Política Europea.

Pero esta vez, con su audaz apelación a no excluir la presencia de fuerzas occidentales en Ucrania y su énfasis en usar todas las cartas para disuadir a Rusia, podría ser diferente.

En la cumbre de París de hace dos semanas, que propuso para reforzar el apoyo a Ucrania en un momento frágil de la guerra, lanzó varios mensajes importantes.

El presidente francés, Emmanuel Macron.

El presidente francés, Emmanuel Macron. EFE

Uno, los aliados de Ucrania deben hacer todo lo que sea preciso (whatever it takes) para apoyar al país invadido en su lucha existencial contra Putin.

Dos, dejándose de florituras retóricas, sostuvo que es vital para la seguridad europea que Rusia sea derrotada (ya sin añadir "pero no humillada").

Y tres, que si bien no hay consenso en enviar fuerzas occidentales a Ucrania, nada puede ser excluido.

Previsiblemente, esto último hizo que una serie de dirigentes de países europeos, con el alemán Scholz a la cabeza, salieran en tromba subrayando que eso no se contempla y no va a pasar.

Previsiblemente también, Rusia dio al play de amenazas, también nucleares, que viene lanzando (desde 2014, por cierto) tras cada anuncio de envío occidental de material militar relevante. Lo que demuestra que, al igual que con la confiscación de sus activos (en la UE, ingresos derivados), le duele y le preocupa. Eso quiere decir que vamos por el buen camino

Lejos de envainársela, Macron se mantiene en su postura frente al aluvión de críticas. No es precisamente momento para "cobardía" (alguien se habrá dado por aludido), ha dicho.

El canciller alemán, el socialista Olaf Scholz.

El canciller alemán, el socialista Olaf Scholz. Reuters

Sus ministros han aclarado que de momento el foco estaría en una presencia limitada de fuerzas para, por ejemplo, labores de entrenamiento a los ucranianos y desminado, no de combate.

En lo que concierne al entrenamiento, esto enlaza con una reflexión sobre cómo los programas occidentales y europeos no están adaptados a la realidad de la guerra que luchan en su país los ucranianos (algo evidente en el fracaso de la contraofensiva terrestre de 2023) y que en algún momento será preciso que entrenadores y formadores estén en Ucrania.

El Servicio de Acción Exterior de la UE ya incluyó esta idea el otoño pasado en un menú de ideas para medio y largo plazo. Todas ellas, por cierto, son opciones perfectamente legítimas y legales conforme al derecho internacional a la legítima defensa que Ucrania ejerce en virtud de la Carta de Naciones Unidas, la misma que Rusia destroza cada día. 

De momento, no hablamos pues de fuerzas de combate para luchar contra los rusos en Ucrania. Pero, como he sostenido aquí, me temo que ese escenario es más probable si, con nuestra atrofia y apocamiento, permitimos una victoria rusa en Ucrania, Rusia se rearma y acaba mirando, como ya hace, más allá de ese país.

Es además estúpido pensar que la UE o la OTAN pueden realmente esquivar esa eventualidad (por no hablar del genocidio que seguiría allí y decenas de millones de refugiados rumbo a la UE), aún menos con Estados Unidos fuera de juego.

Macron da pues señales de entender lo que está en juego, además de su conciencia (y ambición personal) de que Francia debe liderar Europa en momentos históricos como este.

También podrían pesar acciones hostiles rusas contra Francia. Un Estado democrático que se precie debe saber responder, sin medias tintas, a un Estado hostil y agresivo. España, un país con una pasmosamente baja conciencia de seguridad nacional, podría tomar nota. 

Es sin duda una evolución del Macron que en 2019, contra toda advertencia, inició la enésima intentona de llevarse bien con Putin. Eso terminó con el sonoro fracaso de 2022 y la humillación personal del presidente francés, a quien Putin mintió en la cara diciendo que no invadiría.

Rompiendo en parte con la tradicional política exterior y de seguridad francesa, el gobierno francés parece haber entendido que el futuro de Europa se juega en el este.

Francia, así, pasa a jugar a la ambigüedad estratégica: mantener a tu adversario en la incertidumbre de lo que podrías o no hacer, sin a priori marcarte líneas rojas, e intentando condicionar su cálculo. 

Muy diferente de los errores de Biden y Scholz al telegrafiar 24/7 a Rusia todo lo que no van a hacer para ayudar a Ucrania: llamémoslo autodisuasión. Su visible resultado es que Rusia se ve prácticamente libre de escalar dónde y cómo quiera pues sabe que no habrá respuesta real, mientras azuza el temor a una conflagración nuclear

Dar la pelea política y pedagógica en casa también es necesario. De ahí el valor del memorable discurso del joven primer ministro francés, Gabriel Attal, en la Asamblea Nacional, donde rememoró el espíritu de resistencia de 1940 a la hora de votar el pacto de seguridad con Ucrania, ante los abucheos de la extrema izquierda (que votó en contra) y la extrema derecha (que se abstuvo).

¿Cuándo veremos líderes así en nuestra provinciana y ombliguista España? 

Veremos pasquines y alegatos de "no moriremos por Ucrania" como en su día decían pourquoi mourir pour Danzig (luego, muchos autores de esos manifiestos "pacifistas" de izquierda abrazaron Vichy, por cierto). Ya sabemos cómo terminó todo eso. 

Por supuesto, sería bueno que Macron y Scholz acercaran posturas este viernes 15 en el marco de la cumbre del llamado Triángulo de Weimar, que incluye la Polonia de Tusk

No es tiempo de imprudentes, pero tampoco de cobardes. La mejor manera, aunque no sea tampoco infalible, de evitar escenarios peores para todos es hacer hoy lo posible y más para que Putin termine perdiendo en Ucrania

Esta vez, Macron tiene razón.