El verano es como el sanchismo. Porque el verano es saber que hay una victoria segura detrás de todo eso que no deberíamos hacer pero que acabamos haciendo. Las copas de más, los aperitivos de más, los viajes de más, los gastos de más.

El verano y el sanchismo consiguen que abracemos sin consecuencias todo aquello que desterramos de nuestro código moral el resto del año. Está a punto de empezar mi verano. Y estoy seguro de que va a ser el mejor verano sanchista de mi vida. Llevo preparándolo un par de semanas con la vista puesta en Ferraz.

María Jesús Montero y Pedro Sánchez, durante la noche electoral.

María Jesús Montero y Pedro Sánchez, durante la noche electoral. Efe

Bailar es, quizá, la mejor de las cosas que no sé hacer y que jamás podré aprender. El verano –y el sanchismo– nos desinhibe. Veo la playa aquí cerca, a unos metros de esta columna, y me siento muy próximo a María Jesús Montero. Voy a bailar como ella, voy a agitar los brazos mirando al cielo, voy a proclamar que he ganado aun habiendo perdido. Y voy a hacerlo con la furia de Patxi López.

Es importante fijarse en María Jesús. En sus mítines y en sus celebraciones. No puede uno salir del periódico, con su mochila y su camisa arrugada, y ponerse a vivir en verano. Esas vacaciones de la inteligencia y el esfuerzo de las que hablaba Julián Marías requieren un periodo de aclimatación. Meter la punta del pie en el placer nos insufla la sensación heladora del mar. El verano se empieza a disfrutar al tercer o cuarto día.

El proceso de adaptación, como en todas las misiones del ser humano, tiene que ver con la aptitud. Todos hemos disfrutado de veranos más largos y más cortos, más explosivos y más progresivos. Yo prefiero el verano progresista de Montero e Iceta, ése que empieza casi en cuanto se estrena oficialmente.

Basta la música y un leve giro de cadera. No importa el resultado del trabajo. El éxito no lo marca la clasificación, sino la posibilidad de sobrevivir. Tienen razón los sanchistas. ¡Qué hay en la vida más importante que sobrevivir! Es verano. Me rio de quienes prometen que, de ser posible, rechazarían la inmortalidad. Yo viviría para siempre. Quiero una vida infinita como el universo de Zapatero, donde se puede amar, donde se puede leer un libro. Quiero una vida eterna en La Moncloa del Mediterráneo.

A partir de ahí, entrado en el verano sanchista, diré que sí a todo lo que entrañe un riesgo, una sospecha. Le diré al camarero que me cargue hasta arriba los cubatas de nacionalismo. Seré, sin serlo programáticamente, un nacionalista del verano. Me creeré mejor que el resto por el hecho de habitar esta estación.

Nos reuniremos en el chiringuito los distintos, los de los programas irreconciliables. Pactaremos a cambio de dinero. Ellos serán míos cuando pague la ronda. Yo lo seré suyo cuando aflojen sus billetes. Seremos veraniegamente irresponsables. Arderán de utopías los bares a nuestro paso, fabricaremos países distintos, haremos oídos sordos al que nos diga que, con el amanecer, habrá que recoger.

Huiremos de esa justicia gris y socrática. ¡Es verano para el Estado de Derecho! Cuando venga la poli, echaremos un cable al prófugo. Lo hemos aprendido en la calle. Lo aprendimos todos esos veranos. Ante la duda, conviene ayudar al que huye.

Nos pondremos guapos, luciremos esas camisas vaqueras que tan bien le quedaban antes a José Antonio y ahora a Sánchez. Cuando nos pidan algo de trabajo, responderemos como sólo los sanchistas pueden responder las cartas. De chaval, si hubiese sabido escribir como mi "estimado Pedro”, habría ligado mucho más. A las chicas de mi clase les gustaban las cartas así. Duras, pasotas, inflexibles.

Será también un verano para el amor. Besaré como besa Yolanda. Con roce, cariño, pasión. Cogiendo por la cintura, cogiendo de las manos. Me dijo el otro día una compañera: "Yolanda me ha magreado una pasada en el Congreso”.

Lo estoy viendo, ya está cerca. Me veo como María Jesús, como Miquel, como Pedro. Estoy en la tarima. Suena ABBA: "And how could I ever ever refuse, I feel like I win when I lose". Siento que gano cuando pierdo. ¡Waterloo!

Cerraré los ojos la última mañana de agosto. Notaré un sol de justicia percutiendo en las mejillas. Los rayos de las promesas incumplidas me quemarán, pero no me atravesarán el cuerpo. Me pondré en rojo en septiembre, lo estaré un tiempo, pero luego se me pasará. Cuando me recriminen todo lo vivido en verano, negaré que haya ocurrido. Feliz verano sanchista.