Como el 8M, también el 1 de mayo se ha convertido una fiesta del Gobierno y de sus organizaciones afines. No hace falta ser muy liberal para ver algo raro en que cada fiesta reivindicativa se convierta en una celebración del Gobierno. Tampoco hace falta ser muy japonés para ver algo raro en que, en un país con un 13% de paro, el Día del Trabajador se haya convertido en la fiesta del Gobierno y de los sindicatos.

El portavoz de Más País, Íñigo Errejón, en el Congreso de los Diputados.

El portavoz de Más País, Íñigo Errejón, en el Congreso de los Diputados. EFE

Pero ¿quién reivindicaría hoy al trabajador? ¿Quién reivindicaría hoy el trabajo? Aquí las reivindicaciones son siempre para trabajar menos y cobrar más. Menos años cotizados, menos horas a la semana y más sueldo y mejores pensiones durante más años. ¡Si hasta los jóvenes, con esas supuestas ganas de comerse el mundo que tienen, aspiran a ser funcionarios en la doble y doblemente innoble aspiración a un sueldo seguro y una jornada laboral corta, pero tranquila!

Y los que todavía quieren algo, hacer algo con su vida y con su nombre, están a dos o tres cuotas de autónomos, y a otra de estas reformas consensuadas con las asociaciones afines al Gobierno (como la última de Escrivá), de empezar a verle la gracia a esto de trabajar, lo justo, por cuenta ajena. 

[Tres ministros se suman al "ultimátum" sindical a la CEOE: "Subir salarios, bajar precios, repartir beneficios"]

Hay un consenso general y transversal contra el trabajo que en nuestro país, más que de una fatalidad cultural o metafísica, seguramente se trate de hacer de la necesidad virtud.

Es un consenso que va desde Yolanda Díaz y Errejón, que prometen trabajar menos y cobrar más, hasta los nuevos tecnooptimistas, que pretenden hacernos creer que con la inteligencia artificial, con el ChatGPT este, se alcanzan así finalmente las condiciones materiales para establecer el paraíso comunista soñado por Marx.

La historia del hombre empezaría ahora, gracias a la máquina que, liberándonos del trabajo más duro e indigno, nos permitiría jugar a la petanca por la mañana, tomar el aperitivo al mediodía, leer alguna novelita por la tarde y cenar en el japonés de moda a cuenta del inquebrantable sistema público de pensiones.

Es una aspiración, pretendidamente noble, que ya sorprendía e indignaba a Pla. Què collons és això de no treballar? ¿Qué cojones es esto de no trabajar? ¿En qué consiste? ¿Qué vida hace? ¿Qué mundo crea? Es decir, ¿qué mundo y qué vida nos están proponiendo los políticos y los sindicatos?

Es un misterio, pero muy relativo. Basta ver lo que hace la gente cuando se jubila o cuando tiene un domingo por la tarde libre de responsabilidades familiares o cuando se queda unos días de vacaciones solo in città. No sabemos qué hacer con nuestra libertad y es una suerte, me temo, que el trabajo, la obligación, la necesidad de los dineros y de satisfacer algún que otro vicio, nos ayude a olvidarlo. 

[Los sindicatos amenazan a la CEOE con tomar las calles si no pacta ya una subida salarial]

Nadie lo sabe mejor que los sindicalistas. Y de ahí que sus reivindicaciones vayan siempre en contra del trabajo y a favor de los trabajadores. Es decir, que vayan siempre en contra de la creación de empleo y a favor de quienes ya lo tienen. Quienes ya lo tienen son sus clientes y al menos eso sí que han entendido y aprendido a valorar del capitalismo: la relación clientelar. Por ahí van todos sus incentivos.

Por un mercado lo más cerrado y en la mayor cantidad de trabajadores públicos posibles. Para tener así el poder de chantajear al mismo tiempo al Gobierno y a los trabajadores. En un mercado dinámico y con pleno empleo, los trabajadores no dependerían de los sindicatos y los sindicatos no podrían extorsionar al Gobierno.

En esta utopía sindicalista, además, el Gobierno tiene la capacidad de controlar y empobrecer a la población según sus necesidades para poder comprar su voto con promesas cada vez más baratas.

Si no llega pronto un Gobierno de derechas que saque a los sindicalistas a la calle a hacer sus cositas viviremos pronto en la plácida utopía de un país sin trabajo ni trabajadores. Pero al fin, y para siempre, en manos de sindicalistas y de partidos obreros.