Si algo se puede decir de la interminable moción de censura que comenzó ayer es que dio mucho juego para las glosas de los cronistas parlamentarios. No en vano, se lamentó en su contrarréplica a Pedro Sánchez el eminentísimo profesor Tamames, señoría por un día, de que se dijeron demasiadas cosas para no decir nada. Probablemente esta fue la única aportación de valor del candidato de Vox en la sesión plenaria de ayer.

"¿Por qué tenemos que hablar tanto?", se preguntaba Tamames, quién sabe si rescatando de la vasta doxografía que maneja el retrato que Donoso Cortés hizo de la burguesía como "clase discutidora", aplicada ahora a la clase política actual en la que el economista no se reconoce. Si esta moción fallida sirve, al menos, para que los legisladores emprendan una reforma del Reglamento del Congreso que tase las intervenciones de sus oradores, la pantomima habrá merecido la pena.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, y el candidato a la presidencia del Gobierno, Ramón Tamames, a su llegada al hemiciclo del Congreso de los Diputados para participar en la moción de censura de ayer.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, y el candidato a la presidencia del Gobierno, Ramón Tamames, a su llegada al hemiciclo del Congreso de los Diputados para participar en la moción de censura de ayer. Congreso de los Diputados

Por lo demás, y como estaba previsto, el ínclito profesor transfiguró el hemiciclo en un aula en la que impartir una errática clase magistral, ni siquiera demasiado brillante. Tamames vino (literalmente) a hablar de su libro, ese Estructura económica de España que todos nos hemos llevado alguna vez de rebote cuando nos sobraba un euro en el bolsillo al pasar por la cuesta de Moyano.

Resulta difícil compartir este alarde de frivolidad de quienes, poco aculturados en la tradición política parlamentaria por su genealogía populista, degradan la dignidad de las Cortes y pervierten la mecánica parlamentaria. Su idea de la misma es un mero canal de expresión para un hooliganismo improcedente.

El propio Tamames, en su insubordinada espontaneidad y su desconsideración de los turnos de palabra y de la reglamentación de los tiempos y las formas, dio prueba de que entendía su presencia en el Congreso más bien como la participación en una tertulia televisiva informal.

Y esto no es óbice para reconocer que mucho antes de la llegada del cirujano de hierro Tamames, el Parlamento ya había degenerado en un genuino teatro para la escenificación de unas discrepancias políticas en realidad sobreactuadas.

Tampoco comenzó con Vox la perversión de las herramientas constitucionales. Ni mucho menos el debilitamiento del sentido reverencial debido a las instituciones políticas. Algo que muy atinadamente (aunque sonase impopular) destacó Santiago Abascal al comienzo de la sesión. El decoro de la cámara ya quedó irremediablemente profanado cuando los escaños comenzaron a poblarse de diputados que se negaron a observar los códigos de vestimenta.

[Tamames protesta por el "tocho de papeles" que lee Sánchez y pide cambiar el Reglamento del Congreso]

En cualquier caso, es cierto que un partido que se dice conservador no puede no tomarse en serio las costumbres políticas. ¿Qué sentido tiene que los promotores de una cuestión de confianza para censurar la degradación institucional por parte del Gobierno se apunten a seguir ahondando en ella?

Con todo, me atrevo a sugerir que la palmaria ostentación de vanidad (y de veleidad: ¿qué clase de comunista acaba defendiendo la división de poderes liberal, la monarquía parlamentaria y al gran empresariado?) de Tamames distrajo a la gran mayoría de analistas de lo más relevante de la moción. Porque ese era justamente su propósito.

Lo que se evidenció ayer es que el candidato de esta "moción destructiva" no sólo era lo de menos. Ha sido también un efectivo señuelo para que en las burbujas de las redacciones nos entretuviésemos regodeándonos en nuestra suficiencia por la elección de un portavoz senil. Una estratagema pensada para dejar la tribuna de oradores despejada y que pudiera lucirse el auténtico protagonista de la sesión de ayer: Santiago Abascal.

Esto es lo que me lleva a pensar que, pese a la chanza que en el último mes ha inspirado la intervención de un salvapatrias cuyo encargo mesiánico se deshilachaba por momentos, la iniciativa de Vox no ha sido realmente una torpeza.

Porque las críticas más habituales que han recibido los conservadores es que una moción condenada a no prosperar tenía por único propósito censurar al PP. Algo cuestionable, en la medida en que Abascal apenas dedicó a cargar contra Feijóo y los suyos seis minutos de los cincuenta que duró su primera intervención.

Se ha repetido también que la moción era un rescate encubierto a un Gobierno en bancarrota moral al que sólo podía reflotar la retórica polarizante que Vox promueve. Pero también aquí Abascal fue hábil, adoptando un tono templado, contenido y pausado para censurar al presidente. La manera más efectiva de neutralizar la caricatura de Vox como instigadores de una política airada y faltosa.

Fue un movimiento inteligente el de reapropiarse de todos los desaires que le han dedicado estas semanas los que han tenido que echar mano del diccionario de sinónimos para encontrar equivalencias a "esperpento".

"Hiciéramos lo que hiciéramos no podríamos rebajar más la dignidad de la legislatura: ya lo han hecho ustedes". Esta fue la estrategia de Abascal: devolverle al Gobierno, mediante el recurso a la memoria democrática, los hitos circenses que jalonan el historial político socialista.

Cuesta pensar, en fin, que la coalición vaya a poder salir "reforzada" después de la prolija relación de trapacerías del sanchismo que el presidente de Vox hizo ayer en la tribuna de oradores. Desde los beneficios penales al catálogo casi completo de los delincuentes más aborrecibles a ojos de la sociedad, al cesaropapismo inconstitucional del que se ungió Sánchez durante los estados de alarma pandémicos.

En un cándido ejercicio de wishful-thinking, el PP cree que el naufragio de la moción propiciará una desbandada de hijos pródigos de Vox de vuelta al redil de Feijóo. Algo bastante inverosímil, teniendo en cuenta que una tediosa y dilatadísima sesión plenaria difícilmente podrá servir de catarsis para que prácticamente nadie cambie su voto. Los clivajes que separan al PP de su herejía son ya irreversibles.

Sólo en nuestras cámaras de eco periodísticas podemos pensar que Vox regaló al Gobierno algo así como un foro precioso para hacer campaña.

Además, el desparpajo burlón de Tamames, que por momentos logró hacer enrojecer al presidente, ha atenuado en gran medida la crónica del ridículo anunciado que muchos vaticinaron. ¿Qué mayor falta de respeto al Congreso que las intervenciones precocinadas de Sánchez? En lugar del discurso del candidato, los medios podrían habernos ahorrado más tiempo filtrando el discurso del presidente, más preparado aún que el de Tamames.

Por lo pronto, Abascal ha logrado que Sánchez incurra en una contradicción que desbarata su pedestre discurso de identificar derecha y ultraderecha. Si decir PP es tanto como decir Vox, ¿qué sentido tiene que el presidente le explicara a Tamames que su ideario está más emparentado con el del PP que con el de Vox?

De hecho, la morbosidad que han alentado las diferencias entre el programa de Tamames y el de quienes lo han fichado tienen fácil explicación.

[Tamames retoca su discurso por la filtración: '¿Cuándo se jodió España?']

Vox ha sacado del museo de los pactos de la Moncloa para una exhibición temporal a la momia del jacobinismo que se ha mantenido fiel al espíritu de la Transición. Salvo algunas salidas del tiesto (la crítica a Estados Unidos y el otanismo, la desmitificación de la II República, la refutación de la leyenda negra antiespañola, las perlitas antiinmigración o el vilipendio a la Gran Bretaña de Churchill), Tamames interpretó su papel de representante de la "verdadera izquierda" cuya pérdida no puede dejar de llorar la derecha española.

El mayor reproche que se le puede hacer a Vox es su incapacidad para encontrar un candidato dentro de su propia tradición política que encarne un ideario más fiel al auténtico conservadurismo. Algo comprensible, en la medida en que Abascal quiso jugar la carta del profesional de acreditado prestigio y no adscrito políticamente, cuyo sentido común prevalece sobre su filiación izquierdista a la hora de denunciar la deriva sanchista. 

El centrismo político y mediático ha adoptado ante la moción que hoy continúa la misma actitud de siempre: pitorrearse. Dicen que los de Abascal ya no dan miedo, sino risa. Pero ¿y si este ha sido, precisamente, el mayor servicio de Ramón Tamames a Vox?