Lo de Feijóo y Juanma Moreno me recuerda a aquel Tour de Francia que ganó Bradley Wiggins en 2012 y que tenía que haberse llevado su escudero, el por entonces desconocido Chris Froome. El gregario keniata fue el más fuerte de la carrera (acabó segundo), pero las órdenes del equipo Sky eran claras: que Wiggins llegase vestido de amarillo a París.

Froome pudo desquitarse y venció en cuatro de los cinco Tours siguientes. Pero nadie le devolvería aquel primer maillot amarillo que no le dejaron vestir por no desempeñar el papel de líder, teniendo que esperar a su compañero fumándose un cigarrillo en las cumbres pirenaicas y alpinas para entrar a su rueda en meta.

Tengo la impresión de que sucede algo parecido en el Partido Popular. Juanma parece que tiene más gas que Feijóo, pero debe ir pisando el freno para no dejar atrás al gallego, que, en definitiva, es el aspirante a la presidencia del Gobierno. 

Sin embargo, asegurar que el presidente andaluz sería mejor candidato que el actual líder popular resultaría engañoso. Máxime cuando en tiempos de vacas flacas para los populares, Feijóo era el valor que más cotizaba, encadenando mayorías absolutas en Galicia.

¡Si hasta era alabado por la izquierda nacional como "un moderado" y "un hombre de consenso" para contraponer su figura al "radicalismo" de los Ayuso y Casado! Como era de esperar, las cañas se volvieron lanzas cuando pasó de presidente de la Xunta a candidato a la Moncloa.

Es la exposición pública, la intemperie, el estar en el disparadero a izquierda y derecha, lo que ha erosionado rápidamente la figura del aspirante popular. Que ya no es un tótem rocoso, sino una escultura de arena a la que el viento del tiempo va desfigurando grano a grano.

El gallego era consciente de lo que suponía abandonar la seguridad de su pazo en Santiago. Y si a la primera (cuando invistieron a Casado) rehusó, a la segunda no le quedó más remedio que dar un paso al frente, abandonar su zona de confort y decir aquí estoy yo.

La imagen actual de Feijóo es la del chiquillo que, en la playa, trata de llevar en las manos un puñado de arena (los potenciales votantes) hasta la orilla (las elecciones generales), mientras esta se le va escurriendo entre los dedos por culpa del viento de levante (Vox), que sopla desde la derecha, y del viento de poniente (sanchismo), que empuja desde la izquierda.

Pero a veces ambos vientos se contrarrestan reinando la calma.

Y Juanma sabe que si el gallego no llega a la orilla, ("si no lo logro, no merezco ser líder del PP", dijo el domingo), el siguiente en intentarlo tiene que ser él. 

Así las cosas, Feijóo sondeará su porvenir el próximo 28 de mayo, en las elecciones municipales y regionales. Será en los municipios andaluces donde los populares pondrán el foco y el acento, dado el peso que estos tienen en los comicios nacionales. Andalucía es la costalera de España: si aquí abajo dejamos de andar, el país se para.

"Andalucía es la plaza estratégica del 28-M y tiene mucho que decir sobre las generales". No lo digo yo, lo dice alguien que conoce el percal, Ignacio Varela.

Y se basa Varela para su análisis en los datos del Centra (el CIS andaluz) según los cuales el Partido Popular, como escribí en un artículo anterior sin encuestas en la mano, vencería en las ocho capitales andaluzas y teñiría de azul el mapa del poder municipal, hasta ahora sobre fondo rojo.

Prepara para ello el PP un gran acto preelectoral para el próximo 28 de febrero, día de Andalucía, en el que evidentemente se contará con el presidente nacional. Faltarán justo tres meses para ir a las urnas.

"Del 28-F al 28-M hay que echar el resto". Esa es la consigna desde San Telmo, sede del Gobierno andaluz.

Además, el día de san Román, Juanma Moreno y los suyos harán bandera (nunca mejor dicho) de sus políticas andalucistas ma non troppo con las que han conseguido ganar el centro del ruedo andaluz, atrayendo a votantes moderados de izquierda y derecha y, sobre todo, a ciudadanos despolitizados. Ciudadanos que son el grueso de la población y, por tanto, los que te hacen ganar o perder unas elecciones.

Una estrategia que conoce bien Feijóo, la de no entretenerse en batallitas culturales y halagar al pueblo con regionalismos, mientras se aplican políticas socioeconómicas liberales y que tan buenos resultados le dieron en Galicia.

[El PP ganaría en las ocho capitales y podría gobernar en todas, según el 'CIS andaluz']

Pero no crean que Andalucía es un pueblo nacionalista como el resto de autonomías de "la vía rápida" (aquí la vida es lenta). Es, por lo general, una población que se siente tan española como cualquier burgo castellano, aunque con una identidad propia muy marcada, pero a la que asusta la rojigualda a secas por un trauma histórico, y que gusta de que esta vaya acompañada de la blanca y verde: indisociable símbolo de la democracia y de la Transición.

Cuando los partidos juegan a pie cambiado mejor centran la bola y más opciones tienen de gol. Así, cuando el PSOE luce banderón español en los mítines, está abriendo una puerta a la moderación y a la victoria. Y cuando el PP termina sus mítines con el himno de Andalucía, que es lo que hace Juanma, gana puntos.

Algo que jamás entenderán los cerriles de VOX.

Las elecciones del 28-M indicarán a Feijóo cómo de empinada será la cuesta hasta ¿el 26-N? Dependiendo del resultado, requerirá en mayor o menor medida de la rueda de su gregario de lujo, Juanma Moreno. ¿Esperará este agazapado, como Froome, su momento?

¿O se tragará los vientos, también como Froome, por su Induráin particular?