Censura, que algo queda. Santiago Abascal no puede ocultar que su propósito encubierto en la segunda moción de censura que sale del horno de Vox no es tanto enmendar la plana, en las antípodas, a Pedro Sánchez (que empata a censuras con Mariano Rajoy, lo cual es mal fario), como afear la conducta a Alberto Núñez Feijóo.

El economista y exdiputado Ramón Tamames en una imagen de noviembre de 2022.

El economista y exdiputado Ramón Tamames en una imagen de noviembre de 2022. Europa Press

De lo cual se desprende que Abascal brinda, por segunda vez, un servicio bajo cuerda al presidente tras la anterior censura trampa a Sánchez, en octubre de 2020, que a quien pasó factura fue a Pablo Casado. Por tercera vez, si computamos la famosa abstención que permitió al Gobierno convalidar el decreto de los fondos europeos. Gesta de la que se cumple ahora su segundo aniversario.

Esta censura impostada está hecha con guiones ajenos. Imita la artimaña de la de Sánchez a Rajoy en 2018 (acaso inadvertidamente, es posible que sin haber reparado siquiera en ello) y parece pretender resucitar con Ramón Tamames, a sus 89 venerables años, el revulsivo que supuso el respetado nonagenario activista Stéphane Hessel, el escritor y excombatiente de la resistencia francesa fallecido hace diez años y que en las Navidades de 2010 publicó ¡Indignaos!, aquel esplendente opúsculo que reflejó el malestar social provocado por la Gran Recesión.

En España, Hessel tuvo tal impacto que influyó en el movimiento 15-M y su expresión política, Podemos. Abascal, sin saberlo (o sabiéndolo), sueña con la reencarnación en Tamames de Hessel, cuyo librito motivacional fue editado en España con prólogo de otro santón de esa zaga, José Luis Sampedro, economista combativo y faro como el candidato censurante de Vox.

Pero esta es la más embaucadora de las seis censuras promovidas desde la Transición.

Para empezar, asume un candidato alternativo que no es diputado, siguiendo la doctrina de Sánchez. Tendría gracia que Iván Redondo fuera ahora reclutado por el inquilino de la Moncloa para desactivar la bomba que juntos le pusieron a Rajoy, en esta ocasión para evitar que le explote al actual presidente si por una serendipia se alinearan los planetas para provocar su caída y un estrepitoso adelanto electoral.

La elección de Ramón Tamames, que ha descrito Daniel Ramírez en EL ESPAÑOL con todo lujo de detalles, es un ardid de otro Sánchez, Fernando Sánchez Dragó.

El autor de Gárgoris y Habidis, camuflado con Abascal y su asesor Méndez-Monasterio en una marisquería de la calle Narváez, procedió a una tormenta de ideas sin más originalidad que replicar aquella censura entonces inédita de Sánchez a raíz de la sentencia de la primera etapa de la trama Gürtel.

Buscar al De Gaulle que salve a España del desbarrancamiento de la madre patria, como diría Fernando Vallejo, ha devenido en una forzada sincronía de Carl Jung, retorciendo el malabar del recurso del candidato sin escaño.

[Editorial: Tamames no debería prestarse a la farsa de Abascal]

Pero añade una pretenciosa carambola. No sólo imita la escenificación de la caída de Rajoy con el resultado maquiavélico de dañar indirectamente a los mismos, o sea, al PP. Sino que, petulantemente, el método de Vox, puestos a copiar, aspiraría a desenterrar la figura del anciano lúcido que removió los cimientos de las conciencias de Europa hace trece años, cuando la crisis financiera había sembrado tal rechazo hacia los partidos tradicionales, "la vieja política", que la democracia pareció quedar patas arriba.

Es año de ocurrencias. La afición a hacer juegos de prestidigitación es muy habitual en las campañas electorales. Los asesores se encargan de ese cometido, que les justifica el sueldo, y todos sueñan con dar en el clavo. Como aquel eureka de James Carville, asesor de Bill Clinton, que acuñó por azar en los 90 un latiguillo ya mítico ("es la economía, estúpido"), cuando todas las encuestas juraban y perjuraban que iba a ganar Bush padre impulsado por la guerra del Golfo y el final de la Guerra Fría.

Pero no todos los chistes están llamados a tener éxito de chiripa. Y algunos telegrafían su aviesa estupidez de un modo tan previsible que dan margen de sobra para verlos venir y desenmascararlos.

Como a los chinos, a Vox se le ha pinchado el globo antes de que Tamames (si no se retracta a última hora) suba al estrado y dispare contra Sánchez a sabiendas de que el tiro rebotará contra la bancada popular por más que Feijóo no tenga tampoco escaño en el Congreso, igual que el legendario economista candidato en la farsa.

Tamames, siguiendo la suplantación, no hablará en nombre de sí mismo, sino de Abascal. La rocambolesca fórmula, para más inri, invoca el origen de Podemos, pero al revés, remedando a sus padres putativos como un disfraz más de esta esperpéntica censura de Carnaval.