La izquierda y la derecha sufren en España el síndrome de la inasequible mayoría absoluta. Ni la una ni la otra pueden soñar con alcanzarla. También la mayoría "abierta" que invoca Alberto Núñez Feijóo queda fuera de esa utopía.

Alfonso Fernández Mañueco y Alberto Núñez Feijóo en Fitur 2023.

Alfonso Fernández Mañueco y Alberto Núñez Feijóo en Fitur 2023. Juan Lázaro Ical

Pero el verdadero drama de los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, es otro. Que uno no puede gobernar sin abrazarse a los independentistas catalanes y vascos, y el otro no tiene más asidero que Vox para llegar a la Moncloa.

Caben atajos. Pero la española no es la democracia alemana, que perdió el pudor hace tiempo y puso en marcha una tercera vía con ciertas reminiscencias del compromiso histórico del comunista italiano Enrico Berlinguer. El abrazo del oso fue la solución y los alemanes han encadenado sucesivas legislaturas de concentración entre democristianos y socialdemócratas.

La tercera vía planeó sobre la política española en los años dorados de Albert Rivera al frente de Ciudadanos (hoy una caricatura del partido que se proponía llegar a la Moncloa, por no decir un partido en barrena).

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Sólo entonces la mitología estuvo a punto de hacerse realidad.

Pero pronto regresamos a los polos opuestos. Al bipartidismo tradicional que tanto dio por muerto el 15-M. Pero esta vez demediado, con menos potencial en las urnas. 

Y el laberinto ya tiene un minotauro: Vox.

El escenario actual es el ideal para Santiago Abascal. Todos los ojos miran a su vicepresidente autonómico Juan García-Gallardo, a quien el plan antiaborto de Castilla y León le está haciendo la mejor campaña de visibilidad.

Mañueco ha mordido el polvo de gobernar con Vox. Y lo ha hecho a riesgo de arruinar la carrera hacia la Moncloa de Núñez Feijóo. La que parecía iba a ser una campaña electoral municipal y autonómica a propósito de asuntos de política nacional, como la sedición y la malversación, ha acabado derrapando en uno de los asuntos más resbaladizos de la lucha ideológica de este país, aún pendiente del veredicto del Constitucional: el aborto.

La torpeza de Mañueco tratando de descafeinar las medidas provida de su socio, como si el resto de los españoles fueran imbéciles, y haciendo malabarismos con asuntos tan delicados como la ecografía 4D y el latido del feto (con los que Vox pretende contraprogramar el derecho al aborto), ha llevado el conflicto a la orilla del precipicio.

Vox se reafirma en su plan, Mañueco queda con las vergüenzas al aire y Feijóo deberá mover ficha.

Como dice Borja Sémper, el desgraciado contratiempo de la política antiabortista de Castilla y León, ha sido un chollo para Sánchez y para Podemos, que venía de lamerse las heridas a causa del efecto perverso de su ley del 'sólo sí es sí'.

Bastante tiene Pedro Sánchez con buscar cómo explicarle a Oriol Junqueras las vías de agua de la reforma de la malversación y evitar contra reloj los desagües de las encuestas. El desliz del pacto PP-Vox en Castilla y León le ha caído del cielo como aquel voto del popular Alberto Casero que le salvó la ley de reforma laboral.

Sánchez no puede pretender mantenerse en el poder con golpes de suerte todo el tiempo. Pero, desde luego, en el PP han de buscar quién es el tuerto que les mira siempre que se las prometen felices.

Se especuló con que Sánchez, con los Presupuestos atados, se distanciaría de Podemos para escorarse al centro, y era una obviedad que Feijóo haría idéntico movimiento alejándose de Vox. Pero ni lo uno ni lo otro. Sánchez, porque no parece tener semejantes intenciones. Y Feijóo, porque Mañueco se lo pone difícil.