El verano de 2022 venía marcado por una doble tensión. De entrada, era el primero que podíamos disfrutar con plenitud tras dos años lúgubres, marcados por la Covid, con las masas y el frote puestos en cuarentena. Por si no fuera poco, enfrente teníamos (tenemos) un apocalipsis energético que nadie se atreve a discutir, poco más que el fin del mundo, y que los políticos ya han incorporado a su discurso con la misma normalidad con la que antes decían fase tres o personas no convivientes.

Joan Laporta y el defensa Héctor Bellerín durante su presentación.

Joan Laporta y el defensa Héctor Bellerín durante su presentación. EFE

Este pedacito de vida que nos quedó entremedias fue el verano. ¿Cómo exigirle a la gente que no perdiera un poco el coco? ¿Cómo pedir responsabilidad? ¿Responsabilidad de qué?

El FC Barcelona venía un poco igual, si no peor. Su Covid ha sido la Covid más la avaricia de varios jugadores, liderados por Messi, Piqué y compañía, cuyo contrapeso era un presidente que siempre había sido rehén. El percal que se han encontrado los nuevos es de libro, aunque ya se venía adivinando.

¿Cuál es el problema de los números? Que se pueden retorcer, claro, pero hasta cierto punto.  

Los últimos años del club han sido flojos a nivel deportivo. Encima, le espera una travesía por el desierto para paliar las cuentas. La primera reacción habría sido un verano de vender hasta al sobrino de Pedri para ingresar algo de cash, asumir que el invierno será duro y aspirar a entrar en Champions League, si eso. La contención. El fin de la abundancia.

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Pero Joan Laporta no es un tipo contenido. No hay más que ver sus legendarias fotografías de fiesta, morenísimo y empapado en champán. Florentino es un apóstol del control. Laporta, del exceso.

En lugar de eso, el de nuevo presidente del Barça ha hipotecado una parte del club para fichar a nuevos cracks y traer algo al Camp Nou que no se puede pagar con dinero. La ilusión. No todo va a ser sufrir. Antes que la pasta, los culés necesitaban un motivo de orgullo que los sacara del derrotismo. Un poco de luz entre dos noches tan oscuras.

Me da a mí que este verano todos hemos sido un poco Laporta. Ha habido quien se ha gastado en chiringuitos lo que no va a poder pagarse en calefacción. Tortas por alquilar hoteles y casas, por alquilar coches, por conseguir mesas, por entrar a la disco, por pagar copas y lo que no son copas, por no dejar ni un kilómetro de playa sin colonizar ni rayo de sol perdido. Si lo pasado y lo futuro es terrible, ¿cómo no disfrutar del presente? 

Y es que tiene cierto peligro esto de mantener a la población en un constante estado de pesimismo. No se trata de hacer el avestruz, pero si el único mensaje es "estamos jodidos", la vía de escape resulta exprimir el día a día, estrujándolo bien y ya veremos mañana. Todos hemos querido nuestro Lewandowski, viniese en una bandeja con bengalas o en la forma de un goleador polaco.

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A este septiembre llegamos descansados y contentos. El sol todavía calienta. Por fin hemos vivido esa promesa merecida, la del verano pleno. En agosto de 2022, ya era hora, nos hemos olvidado de las obligaciones, al menos las sanitarias, y la vida se ha parecido un poco más a la vida.

El Barça presidido por Laporta golea y convence. Xavi dirige en el banquillo. La vida les sonríe, nos sonríe. Pero, ¡ay! Luego llegará el invierno. ¿Cuál hubiera sido la mejor alternativa? ¿Empezar a sufrir desde ya o jugársela a un último brindis?

Sólo el tiempo dirá si la resaca mereció esta borrachera. Lo mismo para nosotros.