Anda una buscando y leyendo estos días grandes análisis geopolíticos, explicaciones y argumentos, datos, historia, estrategias, para tratar de entender lo mejor posible lo que está ocurriendo entre Rusia y Ucrania. Anda una, con toda su buena voluntad y mejor disposición, cribando información rigurosa y descartando filfa grandilocuente, tratando de formarse una opinión propia, intentando comprender qué sucede, alejada de prejuicios e ideas preconcebidas, antes de llegar a ninguna conclusión. Para saber qué ha pasado, qué pasa y qué podría pasar. Y entonces.

Un guardia de fronteras ucraniano, en un punto de cruce en Kharkiv.

Un guardia de fronteras ucraniano, en un punto de cruce en Kharkiv. Vyacheslav Madiyevskyy Reuters

Entonces se encuentra con Isabel Serra, exportavoz de Podemos y exdiputada por condena, y su profunda reflexión en Twitter: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”. Acabáramos. Resulta que todo era un “dos no se pelean si uno no quiere”. Después de aquel “¿Te imaginas que hay una guerra y no va nadie?” y del no menos cuqui “debajo de los adoquines está la playa” no ha habido nada más profundo en la antología de frases de pin y camiseta de los del compromiso social arreglao pero informal y fotis de guapos en la carpeta.

La diferencia, claro, es que ahora los profesionales del activismo hiperconcienciado con ático familiar en el centro están jugando a alta política, pero sin cambiar el método. Ni el método ni el eslogan. Y la frasecita está muy bien como consigna, pero no como acción, no como análisis serio de la actualidad en alguien con cargo público (o con aspiración de tenerlo cuando le dejen los antecedentes). Como propuesta para solucionar los problemas complejos, las interpretaciones simples de comité estudiantil no funcionan. Es imposible tomarse en serio a esta gente. No se puede ser más ñoño.

Por culpa de Isa Serra y su visión yupista de la vida adulta he llegado hasta la propuesta del senador del PSOE Javier de Lucas: “Prioridad: detener la guerra y reforzar las sanciones”. No sé cómo no se nos había ocurrido antes. Acabar con una guerra deteniéndola. Joder, es brillante. La de conflictos armados, con todas sus consecuencias, que nos habríamos ahorrado de haberlo sabido. Es la versión posmoderna de aquel “si no tienen pan que coman pasteles”. Que es que de verdad, hay que decirlo todo: las cosas se acaban terminándolas.

Doy por perdida la mañana en el mismo momento en que me topo con la sesuda reflexión de Íñigo Errejón, diputado en el Congreso por Más País: “Las guerras siempre se deciden por arriba y se sangran por abajo”. ¿Quién necesita análisis profundos pudiendo culpar de todo a la opresión que ejercen los privilegiados y la casta sobre el pueblo? Independientemente de que tú ya no seas el que pinta una pancarta a escondidas en el cuartito de los materiales para salir a boicotear una charla que te incomoda.

Los malos siempre son los otros, eso no cambia nunca. Y las cosas siempre se dividen entre malos y buenos, blanco y negro, pobres y ricos. La vida es binaria y, de este burro, Errejón no se baja. Todo es susceptible de ser interpretado en esos términos y no va a dejar pasar la más mínima posibilidad de hacerlo. Los matices son para cobardes.

Para Ione Belarra, yo sigo, como para Isa Serra, “la guerra nunca es el camino”. Llegados a este punto no puedo menos que acordarme de aquel capítulo de Los Simpson en el que, en medio de un delirio de paz y amor megapodemita, todo el mundo se quiere y se abraza, y se destruyen todas las armas y se disuelven todos los ejércitos. Y los extraterrestres aprovechan para invadir la Tierra.

Si no fuese porque Belarra es la ministra de Derechos Sociales y de Agenda 2030 del Gobierno de España y ya no tiene catorce años, una podría incluso admirar su idealismo, ese convencimiento (entre infantil y oligofrénico) de que la violencia cero es posible. Pero es que esta señora y sus compinches son los que están al mando, así que como análisis político de la actualidad es, cuando menos, inquietante. 

Llegados a este punto, decido comprobar qué habrá escrito al respecto cierto señor mayor abanderado del feminismo (qué oxímoron), con el don de convencer a las mujeres de que todos los hombres son malos excepto él y vivir de ello. Me pregunto si ya habrá utilizado esta guerra para apuntalar su afirmación de que la mitad de la población, la que tiene pene, es violenta y la culpable de todos los males y, de paso, anunciar nuevo curso con el que hacer caja.

Pues no, estará perpetrando artículo, pero Barbijaputa, ese referente cultural citado en estudios de género en las universidades, ha analizado el conflicto para nosotros: “Hombres siendo Hombres. Señores señoreando”. Y, además y por el mismo precio, nos da la solución: “Hay que quitarles el poder a los hombres”. De milagro no ha dicho “matarlos”. 

Sólo me quedan claras dos cosas después de esto. Elegimos fatal a nuestros referentes y la única guerra que nos urge no es ni siquiera la de las ideas, es contra la cursilería.