Lo último ha sido ver en la televisión estatal cómo con una playa de imagen de fondo se denuncia el descontrol madrileño de Semana Santa o cómo a una turista que se expresa en inglés se la subtitula con una alusión a Madrid (desventajosa, por supuesto) que no sale en ningún momento de sus labios.

Era lo que faltaba, que en un programa realizado y emitido desde la propia Comunidad de Madrid se la pusiera en la picota. Desde las demás ya hace tiempo que los madrileños, entendiendo por estos los casi siete millones de residentes en dicha comunidad, nos vemos señalados como si fuéramos una especie de plaga.

Ya no son sólo los tradicionales detractores de ese Madrid tenebroso y manipulador, domiciliados paradójicamente en los territorios que más partido han sacado siempre del ente denigrado.

No hace mucho cruzaba por motivos de trabajo una provincia de la Comunidad de Castilla y León y en la emisora local un tertuliano achacaba con inquina a la indeseada infiltración de madrileños infecciosos algún mal dato epidemiológico en una comarca dada.

No sé si se basaba en hechos objetivos, pero no dejé de pensar que, si se daba esa situación, lo más probable, por el sitio al que aludía, era que se tratara de hijos de la emigración de la propia provincia, que por vivir en Madrid ya se veían repudiados.

Y ahora, para ponerle más sal y emoción a la cosa, tenemos a la vuelta de la esquina unas elecciones madrileñas convocadas bajo el signo de la polarización.

Nos hacen nuestros dirigentes con su despliegue preelectoral un flaco servicio a los madrileños, regando con gasolina el incendio que ya estaba declarado, y que nos encamina fatídicamente a convertirnos en exponente y chivo expiatorio de todos los males que aquejan al conjunto del país.

Quizá los madrileños tengamos algo de culpa, no digo que no. Los que se sientan de derechas, por haber sostenido durante décadas a un partido de baja exigencia ética (por la cantidad y calidad de sus encausados) que ahora se lanza a la arena con esa burda dicotomía entre ellos y la esclavitud.

Aquellos que nos sentimos de izquierda, por no haber sabido crear una alternativa y encontrarnos ahora con un batiburrillo de siglas que van de la desgana de un cabeza de lista prejubilado a quienes viven de la fea manía de motejar de fascista a todo el que no siga al pie de la letra el camino neocatecumenal de la Izquierda Verdadera.

Sin embargo, urge decir que Madrid no es nada de eso que dejan entrever nuestros representantes, y que al final abona las visiones negativas en boga. Como en cualquier lugar, algún que otro fascista hay, y como en cualquier otro lugar la mayoría de la población asiste a sus alardes con desagrado y estupor. También hay intolerantes y totalitarios de pañuelo rojo, pero sus opciones de marcar el paso son y serán mínimas.

Entre unos y otros, y los listos depredadores que en todas las listas se cobijan, hay una legión de gente trabajadora o muy trabajadora, que es la que sostiene, y no las pociones de los aprendices de brujo, el músculo vital, social y económico de la región que hoy más riqueza genera.

Esa gente, los madrileños, no va a responder nunca con el rechazo al repudio de que se los hace objeto. Con los nacidos en cualquier otro lugar, ya sea Cataluña, el País Vasco, Andalucía, Extremadura, las dos Castillas o Valencia, seguirán como hasta ahora. Aceptarán sin aspavientos a quienes quieran venir, ya sea de visita o a quedarse, y acercándose, siempre que les dejen, a conocer su vida y sus lugares con curiosidad y generosidad

Madrid, así les pese a quienes lo aborrecen, no es cuatro energúmenos con el brazo en alto, tampoco quien se va hacia ellos para resaltar su presencia rodeado de escoltas. Madrid, rico por su mezcla, no puede dejar de querer y acoger, aunque otros, incluidos nuestros líderes, no sepan o no puedan querernos.