El que está fuera de la pena amorosa está condenado a no entenderla. Al propio Savater le pasaba antes. En una conferencia de hace unos años se reía del que sufre “porque lo ha dejado Maripili”. Yo estaba entre el público y sufría porque me había dejado “Maripili”. Vivía entonces ese cerco que vive ahora Savater y que tan bien explica en La peor parte (Ariel). La muerte de su mujer Sara Torres en 2015 lo ha confinado en un duelo que no quiere ni puede ‘elaborar’: un duelo perpetuo, un duelo enquistado, que el tiempo no atenúa. La impaciencia y la incomprensión de quienes rodean al que lo padece –en este mundo de baratijas de autoayuda– dejan al amante doliente en el aislamiento absoluto. Quizá sea el último romántico, el último maldito.

Hay que distinguir entre la pérdida por abandono y la pérdida por muerte. La primera es más amarga, más áspera, deja una historia rota, pero tiene el consuelo (hiriente también) de que la persona amada vive y probablemente es feliz (sin uno). La segunda es más limpia, mantiene la historia intacta, pero en cambio es inconsolable: deja un lingote de pena pura. Esta es la de Fernando Savater, que escribe: “Ese amor no quiere amortiguarse tras la pérdida irreversible de la persona amada, sino que se descubre más puro, más desafiante, más irrefutable al convertirse en guardián de la ausencia”.

Savater, que ha sido nuestro gran alegre, es ahora un hombre triste: “Vivir sin alegría ha sido una experiencia nueva para mí, una ruptura con mi yo anterior”. En La peor parte da cuenta con brillante precisión de esta ‘novedad’ en su vida: desmenuza su estado, repite lo mucho que llora por su mujer, narra los terroríficos últimos nueve meses con ella, desde que le detectan el tumor cerebral hasta que muere. En este sentido, es un libro tristísimo. Es, sin duda, decididamente tristísimo.

Lo emocionante es que alberga también muchísima alegría. La alegría de la escritura savateriana, ágil, sin grasa, acogedora, punzante, ingeniosa, cordial, que de pronto está más en forma que nunca; y la alegría de la parte central del libro, la más amplia, que recrea la historia de amor y la convivencia con su mujer, a la que logra hacer vivir en esas páginas. Puede que Savater no tenga conciencia de cómo la alegría se le ha colado maravillosamente a pesar de los pesares, probando de nuevo que es “la fuerza mayor”, como la llamaba su amigo el filósofo francés Clément Rosset. Gracias a esto, La peor parte no es un libro de Savater bueno pero diferente de los anteriores, sino que es muy bueno (yo creo que el mejor, su obra maestra, junto a Mira por dónde) y comparte lo principal con los anteriores, con una intensidad que le hace ser su culminación.

Cuando terminé el libro me preguntaron sin en él había esperanza. Dije que para el autor solo hacia el pasado, por lo vivido. Pero que para el lector podía haberla también hacia el futuro: por vivir un amor así.