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EL PASEÍLLO

El estoicismo de Ángel Garrido

10 febrero, 2019 01:21

El primer taxi que vi después de dos semanas de huelga cruzaba la glorieta desierta de Rubén Darío con la luz verde cabizbaja. Parecía pedir perdón al volver a la actividad de madrugada, cuando no había nadie que recoger, circulando por circular. La huelga se había desconvocado unas horas antes. En el semáforo paramos al lado. La carretera es estrecha ahí, antes del puente de Juan Bravo, apenas hay espacio para dos coches. Nos dejó pasar. Era una señal clara, estaban arrepentidos.

Supongo que descansar durante tanto tiempo siendo autónomo tiene que ser jodido. Había cálculos por ahí de cuánto dejaban de ganar los taxistas por día y era terrorífico. También de lo que ganábamos el resto, tranquilos y silenciosos, con el tráfico fluyendo por las avenidas en este agosto improvisado que fueron los veinte días invernales de huelga. Impagable. Los taxistas invirtieron muchas cosas en defender lo que creen justo. Además del dinero y el tiempo, algo que han guardado durante años bajo llave, por lo que se hipotecaban para pasar el día conduciendo: su condición de indispensables.

La jugada no les ha salido bien y el culpable es el ex hombrito conocido como Ángel Garrido, el presidente espantapájaros de la Comunidad de Madrid, que ha salido de la crisis del taxi como por el túnel de Lluvia de estrellas. Cuando se disipó la niebla descubrimos a un estadista con melena camomila de club social, seguro de sí mismo, con poso, por qué no, asentado. Ha sido su prueba de madurez contener a los taxistas, ponerlos a girar las rotondas de la Castellana.

Tampoco le tembló la mano sacando las grúas, los tanques de la administración, para tomar la capital asediada. A la sombra de Cifuentes se quedó crudo y la presidencia ha devuelto a un tipo duro guiado desde Barcelona por Ada Colau: sólo había que hacer lo contrario.

Sin la presión de presentarse a las elecciones que vienen, claro, dirá alguien, aludiendo al terreno llano donde ha desarrollado su gestión. Precisamente por eso, era más difícil. Cualquier ególatra habría tratado de solucionar el conflicto con una idea descacharrante queriendo contentar a todos, ilusionado por ver colgada su camiseta del techo del Retiro. Sobre la bocina de su carrera política, optó por aguantar.

En un contexto en el que tenemos un presidente del Gobierno que escribe libros de autoayuda, donde la oposición actúa de forma frenética, con un partido reaccionario convertido en meme, con el separatismo explotando el sentimentalismo y donde los vídeos de políticos contestándose corren por los whatsapps cien mil veces reenviados, él optó por mantenerse serio, inamovible, sereno y coherente. En definitiva, gris derechita no tan cobarde en la época de los fuegos artificiales. Pues se agradece.

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