Se suele acusar a las obras de ficción política de ser poco creíbles. Es lo que sucedió con La conjura contra América, de Philip Roth, o Sumisión, de Michel Houellebecq; novelas que, para poder desarrollar su premisa central –que un filofascista se hiciera con el poder en EE.UU. en los años 40, y que Francia eligiese a un presidente islamista en 2022-, deben presentarnos primero una larga cadena de acontecimientos que conduciría a lo que habíamos considerado imposible.

Esa cadena es un blanco fácil para el escéptico: “Vale que A podría suceder, pero eso no tendría por qué llevar a B y sería mucha mala suerte que coincidiese con C o que desembocara en D”. Es decir: no pensamos que estas obras sean increíbles porque A, B, C o D lo sean de forma aislada, sino porque nunca podrían darse todas al mismo tiempo. Jamás se produciría una tormenta perfecta de tal magnitud.

Y sin embargo aquí estamos, con un panorama internacional que estará dominado a corto, medio y quién sabe si largo plazo por el resultado de dos tormentas perfectas. Porque, por mucho que hablemos de causas estructurales y grandes tendencias, tanto el brexit como el triunfo de Trump son también el resultado de factores puntuales que, por sí solos, probablemente no habrían producido el mismo resultado –siempre hay que recordar que el margen de victoria, en ambos casos, fue escasísimo–.

En el caso de Reino Unido se juntaron: un establishment confiado en la salud del status quo tras haber ganado el referéndum escocés; una oleada de refugiados en las costas de Europa que sirvió a los eurófobos para anunciar una invasión demográfica si Reino Unido no recuperaba el control de sus fronteras; un primer ministro que nunca enamoró a su base y que ya había anunciado que no buscaría la reelección, con lo cual sus posibles sucesores (como Boris Johnson) tenían todos los incentivos para desobedecerlo y labrarse un perfil propio; un líder de la oposición cuya confianza en la UE había disminuido sustancialmente tras la crisis de la deuda griega; y una cultura nacional que durante siglos se ha definido en contraposición a un ente amorfo y mal comprendido al que llama “Europa”.

En el caso de EE.UU. se juntaron: un partido demócrata que ya llevaba dos legislaturas controlando la Casa Blanca, lo cual daba ventaja al candidato republicano (desde Bush padre no ha habido un presidente del mismo partido que su antecesor); una intervención por parte de una potencia extranjera para desacreditar a uno de los dos bandos; una de las candidatas con menor carisma y tirón electoral que se recuerdan, y que además llevaba dos décadas acumulando animadversión entre el electorado republicano; un candidato que supo aprovechar como nadie los peores aspectos del sistema de primarias para hacerse con la nominación; el anuncio, once días antes de las elecciones, de que el FBI reabría la investigación sobre Hillary Clinton; y una cultura nacionalista incapaz de asumir la estrategia cautelosa y multipolar, el explícito rechazo a la idea del excepcionalismo americano, de Barack Obama.

Por todo esto, las acusaciones de nepotismo contra François Fillon, el candidato con más posibilidades de derrotar a Marine Le Pen en las presidenciales francesas, tienen el aire ominoso de otra tormenta perfecta que se va fraguando. Si se juntasen el descrédito del candidato de centro-derecha con las escasas posibilidades del candidato de la izquierda (Hamon) y un posible pinchazo del globo Macron, ¿cuántas más piezas de dominó tendrían que caer para que viésemos a Marine Le Pen en el Elíseo?

Sí, puede que estemos todos demasiado nerviosos a estas alturas de la historia. Pero tampoco me habría creído la llegada de Trump a la Casa Blanca de haberla leído en una novela.