"Hasta aquí hemos llegado", sí, señor Rajoy. Pero no porque usted fuera capaz de rebatir el 14 de diciembre las graves y fundadas acusaciones de su contrincante ni porque se levantara de la mesa de aquel único debate en el que accedió a dar la cara cuando se le hincharon un poquito las venas. De hecho el viaje junto a Sánchez continúa. Hay quien se escandaliza de que el tildado de "indecente" convoque al que llamó "miserable" para negociar su futuro, pero siempre he pensado que las palabras deben agotar su efecto corrosivo una vez pronunciadas si se quiere avanzar en algo de provecho. Aplaudo pues que en esta situación tan grave haga de tripas corazón, se reúna con quien haga falta y aparque el amor propio bajo la lona de su plaza de garaje.

Ilustración: Javier Muñoz

Ilustración: Javier Muñoz Javier Muñoz

No, el "hasta aquí hemos llegado" no es vocativo sino topográfico. Y no se refiere a Sánchez y a usted sino a todos los españoles que desde hace cuatro años y treinta y nueve días, cuando ganó por abrumadora mayoría absoluta las elecciones de 2011, venimos sintiendo los efectos de su liderazgo político. Casi once millones de votantes -un 44,6% de quienes ejercieron su derecho, se dice pronto- le otorgaron a usted entonces un mandato inequívoco que le permitía hacer cuanto considerara conveniente. Sobre todo teniendo en cuenta que, además del Congreso y el Senado, su partido controlaba casi todas las comunidades autónomas y alcaldías importantes. En términos democráticos usted era el amo de España. Más incluso de lo que lo fueron González o Aznar.

"Hemos llegado" por lo tanto hasta donde usted nos ha traído. Y cada español ha echado antes de volver a votar las cuentas de su "aquí". Para unos ha pesado más el haber perdido o recuperado el empleo, tener mejores o peores perspectivas salariales o de negocio, ver afianzadas o en el aire sus pensiones. Para otros ha sido clave el nivel de cumplimiento de sus promesas sobre los impuestos, la independencia judicial, el aborto, la búsqueda de la verdad del 11-M, el apoyo a las víctimas del terrorismo o la vigencia de las leyes en Cataluña.

El caso es que, como al final de la famosa cena bíblica, usted ha sido de nuevo tasado y su valor electoral ha encogido exponencialmente, al perder más de tres millones seiscientos mil sufragios, 63 escaños, más de un tercio de los apoyos, casi un 16% del total de los votantes. Con la excepción de la debacle de la UCD en el 82 nadie perdió nunca tanto en tan poco tiempo.

No, el "hasta aquí hemos llegado" no es vocativo sino topográfico. Y no se refiere a Sánchez y a usted sino a todos los españoles

Nos conocemos, señor Rajoy, desde hace muchos años. Nos hemos reunido innumerables veces solos o en compañía de otros, usted ha almorzado en mi casa y yo he cenado en la suya. Aunque su trayectoria y conducta ha servido de argumento a cientos de mis artículos, es la primera vez que le escribo una carta abierta a modo de pública interpelación. Sólo lo hice antes con Felipe González para apelar a su patriotismo, pidiéndole que asumiera su responsabilidad política en el montaje de los GAL y nos liberara a todos de la complicidad pasiva que implicaba su continuidad en la Moncloa. Lo que ahora tiene usted en su debe son cosas moralmente menos graves pero a cambio España está más cerca de una situación-límite en la que se juega su propia supervivencia como Nación y como Estado.

Por eso no voy a pedirle simplemente que se vaya. Eso ya lo hice hace dos años y medio cuando publiqué las pruebas de su implicación en el encubrimiento de la financiación ilegal del PP. ¡Cuánto nos habríamos ahorrado todos si usted hubiera obrado entonces en consecuencia! Pero eligió enrocarse en el negacionismo y me acusó en sede parlamentaria de "manipular" y "tergivesar" los hechos. La justicia los ha acreditado desde entonces y no le negaré que, después de todo lo que me sucedió, he sentido una gran paz interior al ver a Rivera exhibiendo aquella portada, a Sánchez diciéndole lo que le dijo y a Iglesias recordando cada día de campaña su relación con Bárcenas. En cierto modo los votos que usted ha perdido el pasado domingo son los que debieron haberle negado aquel 1 de agosto de 2013 los diputados con escrúpulos éticos de su grupo parlamentario, si es que hubiera habido alguno.

Todo esto quedará en la Historia pero políticamente ya es agua pasada, toda vez que los ciudadanos acaban de pronunciarse y más de siete millones le han absuelto manteniendo a su partido como primera fuerza parlamentaria. Mi primera reacción al conocer su, más que "amarga", probablemente pírrica victoria, fue darle por amortizado como última gárgola del panteón de los cien negritos que usted ha ido confeccionando, cadáver a cadáver, dentro del PP.

Por eso no voy a pedirle simplemente que se vaya. Eso ya lo hice hace dos años y medio cuando publiqué las pruebas de su implicación en el encubrimiento de la financiación ilegal del PP.

Por muy fragmentado que esté el resto de la cámara, nadie ha conseguido sobrevivir en un régimen parlamentario con unos números tan pobres como los suyos. De ahí mi sorpresa al verle el propio lunes recoger, raudo, el guante que Aznar le lanzó desde el humillante rincón al que usted viene relegándole tras llegar al poder; y escucharle explicar, desafiante, que, como dice Ana I. Gracia, el único "plan B" de Mariano sigue siendo Mariano.

Usted tiene derecho a intentar ser investido de nuevo presidente, faltaría más, pero no a convertirse en un elemento de bloqueo que impida que fructifique la única fórmula de Gobierno conveniente para España que permite la actual aritmética parlamentaria. Me refiero a esa gran coalición entre PP, Ciudadanos y PSOE que prescribió en primer lugar EL ESPAÑOL, por la que ya se ha decantado Albert Rivera y por la que abogan tanto la plataforma Libres e Iguales como múltiples personalidades de toda laya, incluidos el señor Feijóo y otros líderes de su partido.

Una vez que ya ha quedado claro que Podemos es rehén de sus pactos disgregadores, hasta el extremo de anteponer el referéndum de autodeterminación en Cataluña a los problemas y aspiraciones de todos los españoles, sólo ese gran acuerdo de una fuerza constitucional de derechas, otra de centro y otra de izquierda puede aportar la estabilidad necesaria para hacer frente al desafío separatista, a la gobernabilidad y a lo que venga. Se trataría de convertir la necesidad en virtud con un programa común regeneracionista apoyado por 253 diputados, un gobierno con lo mejor de cada casa y una especie de ponencia de reforma constitucional que negociara a continuación con el resto de las fuerzas políticas, en pos de un consenso similar al del 78.

Lo ideal sería constituir cuanto antes esa comisión tripartita de trabajo que propone Albert Rivera; pero no adelantemos acontecimientos, toda vez que hoy por hoy el PSOE tampoco está por la labor. De ahí que lo que yo quiero proponerle es un trato. No conmigo sino con sus exvotantes, con ese decisivo segmento de tres millones seiscientos mil españoles exigentes que le apoyaron hace cuatro años y han dejado de hacerlo ahora por decepciones múltiples. Casi todos se han pasado a Ciudadanos. No pretendo erigirme en su portavoz pero algo creo saber de sus anhelos e inquietudes. Además el trato es justo, una proposición muy decente que le reubicaría a usted ante los ojos de muchos por el mero hecho asumirla.

Tiene derecho a intentar ser investido de nuevo presidente, pero no a convertirse en un elemento de bloqueo que impida que fructifique la única fórmula de Gobierno que permite la actual aritmética.

Consistiría en lo siguiente: si usted logra fraguar un acuerdo sin merma de la soberanía nacional que, además de su investidura, garantice la viabilidad de su gobierno -el matiz es importante pues de nada serviría la abstención de una tarde si al día siguiente el PSOE empezara a legislar desde la oposición con Podemos-, seremos los primeros en respaldarlo, poniendo el contador de la nueva legislatura a cero. Hablo por mí, por este periódico y por esa tercera España crítica en cuyo seno llevo toda la vida palpitando. Si llegamos a ese punto, usted necesitará y merecerá ampliar su menguada base social actual y muchos reencuentros serían posibles en pro de grandes ideales comunes.

Ahora bien, usted debería comprometerse a cambio a que si no es investido ni en primera votación por mayoría absoluta, ni en segunda o tercera votación por mayoría simple, daría inmediatamente un paso atrás para contribuir a que alguien de su propio partido, de alguno de los otros dos mencionados o incluso algún independiente, en quien se fijara el Rey cuando terminara de enseñar su fastuoso palacio, lo intentara con mejor suerte, antes de que corrieran los plazos legales y desembocáramos en unas nuevas elecciones.

Y lo planteo así porque a mi modo de ver esta sería la peor de las alternativas: una especie de segunda vuelta basada en una enconada polarización de las dos Españas entre el señor Iglesias y usted, en la que -a la vista de lo ocurrido en las siete citas con las urnas desde su llegada a la Moncloa- mucho me temo que ganaría él, con todo lo que ello implica. Sería un pronóstico como para ponerse a esperar el descendimiento de Santa Susana y a estas alturas de la vida resultaría muy duro tener que hacerse socialista.

Piénseselo: si lo logra, todos con usted; si a la tercera no va la vencida, que corra el turno. No hace falta que me conteste ahora si cree que eso perjudicaría de antemano sus posibilidades de investidura. Lo esencial es que pacte ya con su conciencia, recordando que hubo un tiempo no tan lejano en el que se levantaba cada mañana repitiendo junto a su primer mentor que "España es lo único importante".