Hay una cosa en la que supero a Pedro J, pero no es razón para dejar de leer EL ESPAÑOL

Hay una cosa en la que supero a Pedro J, pero no es razón para dejar de leer EL ESPAÑOL

Opinión

Hay una cosa en la que supero a Pedro J, pero no es razón para dejar de leer EL ESPAÑOL

De las discusiones de portada al puzle infinito de la búsqueda de la verdad.

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Muchas veces, al salir de la reunión de portada, pienso "nos estamos equivocando".

El propio director explicaba, en la entrevista que le hizo Dani Ramírez con motivo del lanzamiento de su segundo tomo de memorias, que le "sorprende que esa exigencia", la suya día a día, "genere a lo largo de los años relaciones de complicidad tan profunda".

Eso me hizo reflexionar:

Uno, sobre si seré yo un masoquista. Porque "esa exigencia" tiene la intensidad media de una centrifugadora de planta nuclear. Y yo llevo desde noviembre de 1997 trabajando para él (salvo el breve interregno desde su despido en El Mundo, en enero de 2014, el mío casi dos años después, y que me fichara de vuelta para EL ESPAÑOL, en septiembre de 2018).

Dos, sobre eso que le sorprende a él. Lo de la complicidad.

Mayormente, porque muchas veces, cuando salgo de la reunión de portada, no sólo pienso "nos estamos equivocando". Sino porque de esas veces, unas pocas, al día siguiente, tengo razón. O se confirma, al ver la competencia, que podía tenerla.

Y ahí es donde está el secreto del periodismo, ese ejercicio vicario del derecho de los ciudadanos a la verdad, y esa labor viciosa de sus ejercientes. En que el derecho a la información veraz, recogido en la Constitución como fundamental, nunca es completo.

Como reportero he aprendido en estas décadas que nunca lograré saberlo todo, que siempre hay una fuente más a la que una pregunta más siga una respuesta más que arroje una luz más. En cada tema que publico.

Que el puzle nunca estará completo. Ni siquiera cuando el director me da la razón y compra mi historia, la titula como yo propuse y la destaca en portada.

De esa conciencia parten otras dos reflexiones.

La primera, que ésa será probablemente la razón por la que el periodismo es la única droga que engancha más a los camellos, nosotros los informantes, que a sus consumidores. Porque siempre querremos más pedacitos de verdad, que es con lo que pagamos la hipoteca.

Y la segunda, que por mucho que me soliviante en las reuniones, vale más hacer caso al jefe. Y no porque es el mejor, que lo es. Sino porque él sólo abandona la discusión después de sembrarla, regarla y abonarla.

Y como alguien tiene que decidir, y ése suele ser el que manda, sólo cabe una conclusión: nadie es el mejor durante 45 años si a todas sus cualidades no le añade eso que sólo vemos unos pocos, un ansia infinita (y constantemente a pleno rendimiento) por hacer el mejor periódico, la mejor portada, el mejor título, y la mejor edición.

Hasta la última coma y el punto final. Y desde el encabezamiento.

Déjenme que les cuente una cosa, a partir de mis dos adicciones vitales, el periodismo y los Beatles. Sólo supero a Pedro J. en una cosa, mi beatlemanía es mayor que la suya.

Hace apenas unos meses, una de las múltiples reediciones de su obra nos desveló un secreto a los eruditos que puede demostrar a las masas una enorme mentira instalada en el imaginario colectivo: que las canciones trascendentes eran de Lennon y las bobas, de McCartney. Pues no, Yellow Submarine es de Lennon.

Como a Paul, también ocurre que al director se le acusa, como verdades universales, de pequeñeces que no son ciertas.

Él me ha contado, y me ha demostrado, que su Diario 16 salió defendiendo la democracia, como mínimo, a la vez que El País aquella noche del 23-F.

Y no, El Mundo que él dirigía nunca dijo que el 11-M había sido ETA: es más, era yo el imberbe redactor de la Mesa al que él le dio la orden de quitar a la banda terrorista del título en la edición especial de aquella tarde, tras la llamada del presidente, José María Aznar.

"Dice que ha sido ETA, pero le he preguntado por qué lo asegura y no me ha dado motivos creíbles... quita ETA".

Yo, por entonces, sólo entraba de oyente a algunas de las reuniones de portada, "la mejor escuela de periodismo a la que puede uno ir", le contaba a quien quisiera oírlo, "cada día". Pero lo que acababa de ocurrir era que el jefe había sometido a Aznar a lo mismo que a nosotros: había discutido, discurrido y cambiado el titular.

El puzle de la verdad estaba todavía lleno de hierros retorcidos, cadáveres y escombros. Y, ya se vio después, nunca se completó, a pesar del vicio insatisfecho, siempre, de Pedro J.

Por eso sigo trabajando a sus órdenes. Hay sólo una cosa en la que supero a Pedro J., y por mucho que le discuta, no es en la búsqueda de la mayor cantidad de verdad posible.

Y por eso, aunque mañana él no tenga razón, o yo lo crea así, habrá que leer EL ESPAÑOL.