Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, esta semana en el Congreso.

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, esta semana en el Congreso. Jesús Hellin / Europa Press

Opinión EL LIBRO DE LA SELVA

La noche en que el Parlamento de derechas fue de derechas: Yolanda Díaz desnuda el desgobierno de Sánchez (y suyo)

Publicada

Era de noche y, como si estuviéramos encerrados en las cuevas de Zugarramurdi, un ejercicio de brujería puso al Congreso de los Diputados al derecho, que es ser de derechas si nos atenemos a los resultados de las últimas elecciones generales.

Era de noche, se acababa de debatir un asunto social y la izquierda caída derrotada por la derecha. Resultaba extraño porque, en esta España en la que el Poder Legislativo siempre acaba diluido en el Poder Ejecutivo, un fracaso del Gobierno en el Parlamento parece contraintuitivo. ¡Casi un oxímoron!

Gobiernan, están en La Moncloa. Entonces, ¿cómo no van a poder gobernar si entendemos por tal cosa aprobar una ley? La monarquía parlamentaria es mucho más fuerte de lo que Sánchez piensa. Y no; no se puede gobernar sin el concurso del legislativo.

Como lo dice Gabriel Rufián, y lo dice con una mano en el bolsillo, muchos no lo toman en serio. Pero es un recordatorio que debería lucir cincelado a la entrada del Consejo de Ministros: la derecha es ampliamente mayoritaria en el Parlamento.

PP, Vox, Junts, PNV y UPN superan con holgura los 176 escaños de la mayoría absoluta. Suman 183. Los que se autodenominan progresistas (PSOE, Sumar, Esquerra, Bildu y BNG) se quedan en 166.

Según las encuestas, además, la distancia entre los dos bloques va creciendo en favor de las derechas.

En España, si las derechas quisieran, mandaría esa "derechona" de la que hablaba Umbral.

De ahí la lógica aplastante de lo sucedido: la derecha tumbó la reducción de la jornada laboral que proponía Yolanda Díaz y tumbará todo aquello que tenga forma de hoz y cuyos clavos se hayan ajustado con un martillo.

Era de noche y aprendimos, igual que Dante cuando viajó a la luna, el sentido de los votos. La conclusión es ruda: el Gobierno no puede gobernar. Está incapacitado desde el momento en que se constituyó el Parlamento.

Sólo puede hacerlo en la teoría –y, por supuesto, legítimamente–, porque el eje nacionalista se impuso, en ese momento exacto de la investidura, al eje izquierda-derecha de la política tradicional. Pero en la práctica el desgobierno es absoluto.

No pueden aprobar las medidas sociales que, según Moncloa, justifican la permanencia de un Ejecutivo asolado por la corrupción. Esa es la piedra angular de la resistencia: seguimos en pie, no importa lo que hayamos robado, porque sólo así se puede gobernar socialmente. Lo contrario es el vendaval de la extrema derecha.

Es un argumento que cala en un porcentaje nada desdeñable de la población española. El problema es que no es cierto. Pongamos que sí, que el Gobierno estuviera aprobando un sinfín de medidas sociales. El partido de las próximas generales estaría disputado.

Porque el electorado tradicional de izquierdas –Adolfo Suárez se dio cuenta muy pronto de que la mayoría social en España es mayoritariamente de centro-izquierda y por eso el CDS fue socialdemócrata– podría tomar a Ábalos, Koldo y Cerdán como mal menor para frenar a la ultraderecha al mismo tiempo que "mejora la vida de la gente".

Pero la vivienda es un desastre.

Los trenes son muy caros y llegan tarde.

El paro juvenil no se reduce y es el doble que el de la media europea.

Sigue creciendo la desigualdad entre territorios y clases sociales.

Las listas de espera en la sanidad nos sonrojan –y enfurecen–.

El sistema de pensiones se aparece insostenible...

Y no hay Presupuestos.

El Gobierno lleva años incumpliendo la Constitución al no presentar los Presupuestos. Aunque, ¿cómo le va a importar esto a un Gobierno que amnistió –sin disculpa ni arrepentimiento– a quien ha asestado el mayor golpe a la Constitución después de Tejero?

Sánchez, en el fondo de su indescifrable conciencia, lo sabe. Sabe que no se puede gobernar sin Presupuestos. Y también sabe que no tiene Presupuestos porque el Parlamento es de derechas.

Pero España no es un país normal. Todas las naciones europeas exhiben particularidades. Sin embargo, en ninguna otra esas particularidades condicionan tanto como en España.

Era de noche y lo vimos con inusitada nitidez. El nacionalismo nos pone patas arriba; nos deja en una postura que no se puede imaginar en ninguna sauna, en ningún burdel.

El Parlamento está tan enloquecido por el nacionalismo que Sánchez podría sacar adelante unos Presupuestos de izquierdas siempre y cuando haga cesiones que ahora mismo ni imaginamos.

Escuché el otro día a unos dirigentes de Esquerra Republicana admitir que, siendo ellos de izquierdas, hay muchas cosas del PSOE que no pueden tumbar; pero en la misma frase reconocían que los Presupuestos, de salir adelante, sólo lo harán por cuestiones pendientes relacionadas con la amnistía.

Parece un poco contradictorio, ¿no? Entonces, ¿Sánchez puede gobernar o no puede gobernar? Sólo puede sobrevivir cruzando la Puerta de Tannhäuser; tomando decisiones que escapan al entendimiento humano... y constitucional.

Pero en ninguno de los días de su supervivencia Sánchez puede lanzar la transformación social que propone su programa. Es un gobierno solo de forma. Así una y otra vez. Vuelta a empezar, vuelta a empezar y vuelta a empezar.

Mientras tanto, las instituciones se desgastan, la gente se encabrona, crecen los extremos y el Estado languidece.

Cada vez, es más difícil ese gobierno que soñamos los de la catacumba del centro: lo mejor de un bloque aliado con lo mejor del otro.

La conversión de Yolanda Díaz

En una conversión teológica, como si Yolanda Díaz fuera la Beatriz de Dante en la Divina Comedia, la vicepresidenta se transformó a la verdadera lucha de clases, a la que no está viciada por Puigdemont, Esquerra, Bildu y el PNV.

Llamó "reaccionarios" a Junts, los definió como siervos de la patronal, los acusó de ser partícipes de que los empresarios sigan oprimiendo con su bota a los vulnerables. Juraría que, en ese instante de revelación mariana, Yolanda Díaz veía en Junts algo muy parecido a Vox.

Son nacionalistas y son de derechas, al fin y al cabo.

Su visión duró lo que duran las visiones... y lo que tarda Sánchez en meter a los suyos en el redil.

Pocas horas después, Yolanda Díaz se levantó algo afónica y se fue a Onda Cero para dar una entrevista. Rehuyó las preguntas de Alsina sobre Junts.

Se le escapó lo del "chantaje", pero cuando se dio cuenta plegó las velas. Se percibía a la legua la consigna: no seguir fustigando a Junts. No vaya a ser que se enfaden de verdad y tumben los Presupuestos. Repreguntada por Junts, ella respondía con PP y Vox.

Quizá muy concentrada en no volver a castigar a Puigdemont, se le escapó un diagnóstico que ya le podía salir tan certero al padre Feijóo: Sánchez incumple la Constitución al no presentar los Presupuestos, la mayoría social quiere elecciones y está en contra de la amnistía, la desafección ciudadana es mayor que cuando echó a andar este Gobierno.

Si realmente se piensa eso, ¡cómo se puede seguir formando parte del Gobierno! ¡Una España de manicomio! Una vicepresidenta asumiendo, con total tranquilidad, que forma parte de un Consejo de Ministros que incumple la Constitución y que legisla en contra de la mayoría social del país.

Era de noche y España se puso del derecho, con las verdades tan desnudas que daba pudor, pero el estriptis, como suele ocurrir, se acabó con el amanecer.

El Gobierno vuelve a ser una consigna: el muro piedra a piedra frente a la ultraderecha; y en paralelo la transformación social, por imposible que sea.

Pese a haber fracasado la reducción de la jornada laboral, uno de los socios nacionalistas –y de izquierdas– nos decía al acabar la sesión: "Hay partido". Le miramos un poco extrañados. "De verdad, creo que hay partido", repitió.

"Se habla menos de Ábalos y Cerdán y el PP está cometiendo muchos errores. Yo, si estuviera en el Gobierno, apostaría por el silencio y por que hablara la oposición continuamente". Y sonrió. Porque estaba diciendo, sin decir, que las proclamas de Vox son tan importantes como los errores del PP para que el bloque monclovita siga en pie.

Desde que comenzó el curso, probablemente debido a la ansiedad que provoca enfrentarse a un presidente como Sánchez, el PP está incurriendo en errores impropios de alguien como Feijóo, que llegó a Madrid con la promesa de la institucionalidad en su currículum.

Ese Feijóo, el institucional, el aburrido, daba plantón al Rey y al Poder Judicial, casi al mismo tiempo que subía un vídeo con el "me gusta la fruta" de Ayuso.

Lo primero es de honda importancia; lo segundo es una anécdota. Pero una anécdota que le sitúa en la indefinición. A veces cerca de Ayuso, a veces lejos. En ambos casos, haciendo algo que no haría por sí mismo, que no va con él.

Basta conocer a Feijóo para saber que lo de Gaza le parece una barbaridad, pero debe convivir con una Ayuso que considera las acciones de Netanyahu una mera operación antiterrorista.

Al PP se le puede hacer bola lo de Gaza. Y al PP se le puede hacer bola lo de Ayuso.

Los mismos nervios que llevaron a Feijóo a ausentarse del Año Judicial le hicieron dudar con lo de las saunas del suegro de Sánchez. Un día salen en tromba y al siguiente guardan silencio.

Parecía que Feijóo iba a ir a saco con los vapores en la primera sesión de control al Gobierno y dejó relegado el asunto a un quinto plano.

¿Y si esa duda tiene que ver con Ayuso?

El razonamiento es cristalino: si Sánchez fue "partícipe a título lucrativo" de las saunas de su suegro por vivir en una casa "pagada con dinero de la prostitución", en caso de que se condene al novio, Ayuso habrá sido "partícipe a título lucrativo" por haber vivido en una casa pagada por un defraudador fiscal.

Habiendo analizado la estrategia del PP, volvamos a lo mollar: ¿el Gobierno puede gobernar? ¿Podrá seguir haciéndolo? Llegadas las generales, ¿tendría una oportunidad para sobrevivir?

Es un tanto naif ese argumento de algunos socios según el cual "la gente ya no habla tanto de Ábalos, Koldo y Cerdán". Llegará la UCO con sus folios llenos de subordinadas e invadirá los bares de nuevo.

Pero hay más.

Algunos socios, en esta primera semana de Congreso, hablaban de "cambio cultural". Del auge de las formaciones de derecha y de extrema derecha –incluidas las nacionalistas como Junts o Aliança Catalana– al albur de la "inmigración ilegal". Y eso, la dialéctica del muro no puede frenarlo.

Se les nota en el discurso, en la consigna. Ese "cambio cultural" del que hablan –los posicionamientos contra la globalización, la inmigración, Europa y los partidos tradicionales– no están sabiendo leerlo. No saben cómo enfrentarse a él.

¡A ver si la corrupción va a ser el plato de campaña electoral más deseado por los estrategas del PSOE! Porque la corrupción roja, con corrupción azul se tapa.

Era de noche y, hasta que salió el sol y los trenes volvieron a llegar tarde, España anduvo por ahí desnuda, con las evidencias al aire.