No sé si, cuando aparezcan publicadas estas líneas, Volodimir Zelenski seguirá vivo. Sabemos que está en Kiev, rodeado de sus generales, refugiado en un búnker que buscan los Sukhoi. Y acabamos de ver un vídeo en el que aparece con el rostro descubierto, como un joven Churchill, caminando por los barrios pobres de Londres durante los bombardeos alemanes de septiembre de 1940.

El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.

El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. Reuters

Pero también sé que encabeza en la lista de asesinatos establecida, según la prensa inglesa, por el Kremlin. No se me va de la cabeza la despedida que pronunció el viernes 25 de febrero, por Zoom, ante sus homólogos durante la cumbre extraordinaria de la Unión Europea: "Esta puede ser la última vez que me veáis con vida".

¿Qué es la grandeza? ¿La verdadera grandeza enseñada por la caballería europea? Tal vez eso es todo. Este heroísmo tranquilo y orgulloso. Esta apariencia de Allende en la víspera del asalto a la Moneda por los escuadrones de la muerte de Pinochet. 

Esa manera de decirle a Biden: "Necesito munición, no un taxi". Y a Putin, un Pinochet de hoy en día: "Puedes intentar matarme, estoy preparado, porque sé que una idea vive en mí y me sobrevivirá". 

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La primera vez que le vi fue el 30 de marzo de 2019, un día antes de su sorprendente victoria en la primera vuelta de las elecciones, en un restaurante de pescados, cerca de la plaza Maidán. Acababa de interpretar en la Universidad de Kiev Looking For Europe (Buscando a Europa), el monólogo teatral que, en esa época, llevaba a las capitales europeas. Fue mi amigo Vlad Davidzon, uno de los últimos periodistas americanos que quedan hoy en Ucrania, quien organizó el encuentro.

Detestaba que se le comparara con Beppe Grillo, el actor que fundó el Movimiento 5 estrellas en Italia

Volodimir Zelenski era entonces un hombre muy joven, una especie de Gavroche que vestía vaqueros, zapatillas usadas, una camiseta negra con el cuello desgastado, que pasó la noche celebrando la última representación en una pista de patinaje de los suburbios de Kiev transformada en un café-teatro, de Servidor del Pueblo, el espectáculo unipersonal televisivo que le dio la fama.

Hablamos de Beppe Grillo, otro actor de café-concierto, fundador del Movimiento 5 Estrellas en Italia, con el que detestaba que se le comparara. También del cómico Michel Colucci, más conocido como Coluche, cuya historia no conocía bien y del que no comprendía que hubiera cambiado de opinión y no se hubiera presentado a las elecciones francesas: "¿A lo mejor porque había un gran hombre en Francia, el señor Mitterrand, y por lo tanto no necesitaba dar ese paso?" 

También hablamos de Ronald Reagan: de él, lo sabía todo. Zelenski fue la voz de este cómico de películas malas del oeste que se convirtió en presidente en un documental de ficción del canal '1+1', propiedad del israelí-ucraniano Igor Koilomovski. 

Y también hablamos de Putin. El otro Vladimir, al que, no dudaba, haría reír el día que se conocieran cara a cara, como lo hacía con todo el mundo en Rusia: "Actúo en ruso, entonces los jóvenes rusos me adoran, se ríen como jorobados en mis actuaciones". "Lo único...", dudó. Se inclinó sobre la mesa para decirme en voz baja: "Aunque hay una cosa... este hombre no tiene mirada. Tiene dos ojos, pero no una mirada. O, si hay una mirada, es una mirada helada, vacía de toda expresión".

El otro tema de nuestra conversación fue su judaísmo. ¿Cómo un joven judío, nacido en una familia diezmada por la Shoah en Dnipropetrovsk, podía convertirse en presidente en el país de Babi Yar?

Pues bien, "es muy simple", me respondió entre carcajadas: "Hay menos antisemitas en Ucrania que en Francia. Y, sobre todo, menos que en Rusia; donde, a fuerza de buscar la paja nazi en el ojo del vecino, acabas por no ver la viga en el tuyo; "¿no fueron las unidades ucranianas del Ejército Rojo quienes, después de todo, liberaron Auschwitz?"

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Nuestro segundo encuentro fue en la conferencia anual de la Estrategia Europea de Yalta, el mini-Davos ucraniano creao por el filántropo Victor Pinchuk. Allí hay, como cada año, geopolíticos distinguidos, gente de la Administración estadounidense, responsables de la OTAN, jefes de Estados europeos en activo o retirados, e intelectuales. 

El ahora presidente Zelenski dio un discurso fuerte en el que detalló su plan de lucha contra la corrupción, esa plaga de la economía del país. Después, llegó la hora de la cena tradicional en la que el anfitrión tiene la costumbre, entre peras y queso, de ofrecer una "sorpresa" que debe ser el plato fuerte de la jornada. Un año fue Donald Trump, cuando todavía era candidato... Otro, Elton John o Stephen Hawking... La sorpresa, esa vez, fue la aparición sobre el escenario, de cara a las mesas, de la compañía de actores con la que Zelenski hacía equipo hasta su elección como nuevo jefe de Estado.

Zelenski, esa noche, era como Woody Allen en La Rosa púrpura de El Cairo

En la actuación, primero imitaron a Merkel, luego montaron una supuesta conversación -graciosa y salaz- por Whatsapp entre Trump y Clinton. Y, en tercer lugar, hicieron una parodia de Zelenski, mostrándole como un ucraniano palurdo que hablaba mal inglés que buscaba a un traductor. Por casualidad, el actor señaló al verdadero Zelenski, que sin dejar que se lo dijeran dos veces, saltó de su silla para unirse a sus compañeros sobre el escenario. 

Tal era la situación que un falso Zelenski actuó como si fuera el verdadero. El verdadero hizo de falso Zelenski. El falso era traducido por el verdadero y profirió tales barbaridades que el otro se vio obligado a traducir, lo que le convirtió en objeto de burlas. En definitiva, un espectáculo inaudito. El caso, sin precedentes, del presidente de un país en guerra feliz de actuar con su doble y de intercambiar papeles con él. 

Y la sala, frente a este malentendido, a esta indistinción jovial del original y de la copia, frente a esta autoliquidación de un presidente avalado por su avatar, dudaba entre las risas, el malestar y el asombro. Zelenski, esa noche, era Woody Allen, como en La Rosa púrpura de El Cairo, invitándonos a su película o, mejor dicho, a su serie.

Y cuando terminó el espectáculo, fui a preguntarle sobre lo que Putin, desde Moscú, iba a pensar de este enemigo desaparecido detrás de su máscara y convertido en su propio simulacro, me dio esta respuesta: "¡Es verdad! ¡La postura seguramente sea desconocida en el repertorio de la FSB! ¡Pero la risa es un arma y este arma es letal para los hombres de mármol! El tiempo lo dirá..."

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Y nos volvimos a reencontrar, de nuevo, el año pasado. Volvía de un reportaje en el Donbás en el que atravesé las líneas del frente, de Mariúpol y Lugansk, con tropas de élite del Ejército de Ucrania. Y mientras mis fotógrafos Marc Roussel y Gilles Hertzog se instalaban sobre la mesa del salón en el que nos recibía para hacerle mejores fotografías, un Zelenski completamente diferente apareció ante nuestros ojos.

Entendí que el antiguo payaso, actor y artista que había conocido se había metamorfoseado en jefe de guerra

En una de las fotos, tomada en Novotroitsk, en el recodo de una trinchera rudimentaria y con forma de zigzag que parecía sacada de un Verdún helado, reconoció al general Vikton Ganushchak, jefe del décimo batallón de la brigada de asalto de montaña.

En otra foto, realizada en la zona de Myroliubovka, cerca de Donetsk, Zelenski comentó con Andrei Yermak, su asesor cercano, situado a su derecha, la vulnerabilidad de un campo de tiro donde, como monstruos de acero prehistórico, estaban posicionados tres cañones de 155 mm.

En una tercera imagen, tomada a las puertas de Donetsk, en una calle destrozada de la aldea fantasma de Pisky, sabía el número exacto de valientes que, enterrados en el barro y la nieve, fueron capaces de mantener la línea de batalla.

Y luego en Zolote, cerca de Lugansk, en un laberinto de trincheras de tablones plantados en la tierra negra, conoció por su nombre, porque les acababa de inspeccionar, a todos los 'Rambos' sobreequipados, que tenían las caras de color tierra o con un pasamontañas, que montaban guardia cada diez metros y parecían hipnotizados por la tierra de nadie que tenían ante sí.

¿Volodimir Zelenski sabía, ese día, que Putin había decidido terminar con la excepción democrática ucraniana y con él? ¿Había entendido que nunca reiría, finalmente, con el hombre de ojos fríos y alma de asesino? La idea, en ese momento, se impuso de forma evidente. 

Entonces entendí que el antiguo payaso, actor y artista que había conocido en esa cena de gala de Kiev se había metamorfoseado en jefe de guerra.

En su cara de insomnio feliz y confiada pese al tormento, hay algo de las figuras legendarias del gueto de Varsovia

Le ví entrar en la compañia ejemplar de esas mujeres y hombres que tengo, desde la España republicana hasta Sarajevo y el Kurdistán, venerados toda mi vida porque no están hechos para el papel que les cae encima como un mal destino, pero que aprovechan con estilo y aprenden a hacer la guerra sin quererla. 

Y, en la silueta ligeramente espesada, en sus trazos de niño Bara convertido en Danton, vi levantarse a un hombre resistente cuyo coraje asombra, hoy, al mundo. 

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Zelenski puede ganar. Este hombre que prefiere morir con un arma en las manos a incurrir en el deshonor de una rendición impuesta, este falso cómico que, ayer, parecía decir "todo está perdido, fuerza y honor" y que, el sábado por la mañana, después de una nueva noche de bombardeos, encuentra la fuerza suficiente para arengar a su pueblo y decirle que aún es un pueblo libre, ya es la pesadilla de Putin; puede, si decidimos ayudarle, es decir, enviarle cañones, aviones y la munición que necesita, convertirse en su vencedor

Sobre su cara de insomnio feliz y de confianza a pesar del tormento, en ese humor del que no se separa, a pesar de que llueven misiles, hay algo de las figuras legendarias del gueto de Varsovia. 

Que los dioses le acompañen: el mundo libre, que se juega su destino en la batalla de Kiev, y Europa, han encontrado a un héroe y a un nuevo padre fundador.