España está burocratizada. Todo es producto de un procedimiento, de una metodología, de un sistema de control. Esta realidad se ha enraizado con tanta profundidad en nuestra sociedad que ha cristalizado en algo parecido a una cultura de la sospecha. Estamos siempre bajo sospecha. Hay que vigilarnos, prohibirnos, medírnoslo y controlárnoslo todo. Y lo cierto es que no es de extrañar. En Europa tomaron nota de esto hace ya décadas cuando les engañamos con el lino. Peccata minuta: algunos vecinos mediterráneos llegaron a 'plantar' olivos de cartón: tras la supervisión área, Bruselas solía soltar la pasta… ¿Y aquí?, pues ¡qué les voy a contar!: pensionistas fallecidos hace lustros, desempleados que nunca tuvieron contrato arañando el dinero de los ERTES, empresas que se crean para recibir subvenciones… La casuística tiende al infinito y así no es fácil pasar al siguiente capítulo: nuestro sistema de garantías no funciona, tenemos que crear algo nuevo.

En el país de la picaresca resulta crucial que la administración substituya su sistema garantista por otro en el que las cosas se supervisan luego (ex post). Lo ilustro con un ejemplo: las familias más necesitadas de este país lo están pasando fatal para obtener sus ayudas porque antes de recibir lo poco que se les puede dar alguien tiene que comprobarlo todo: ¿son familia?, ¿tienen otros ingresos?, ¿comparten vivienda?, ¿reciben otras ayudas que incompatibilicen la asignación de esta en concreto?, ¿existe alguna presunta irresponsabilidad en la declaración responsable?

Coexisten hoy en España diversas ventanillas de la administración que no dan más de sí. El SEPE es un buen ejemplo de ello: está colapsado porque no puede tramitar más solicitudes. Como el SEPE hay decenas, cientos de unidades administrativas y de gestión de lo público que se ven superadas por la exigencia de velocidad que preconiza la economía hoy. Pedimos tantos papeles antes que lo más fácil es encontrar un defecto de forma, una falta, un punto no puesto, una fecha contradictoria, un sellado que se sale de la cuadratura… Uno se acerca a una ventanilla de lo público con cierto miedo: ¿lo tendré todo?, ¿se dará alguien cuenta de que tenía que haber presentado el papel ayer?

Sistema garantista: pedir y pedir para garantizar que lo que se concede está bien asignado. De este modo nos aseguramos de que la gente no defrauda, ¿verdad? Pues miren, no. España está en el puesto 13 del ranking europeo del Índice de Percepción de la Corrupción 2020. ¿La solución? Dar las ayudas y comprobarlo todo después.

Las ayudas de Europa exigirán velocidad

Más de 70.000 millones de euros en ayudas no rembolsables invertidos en tres años de forma eficiente y transformadora: ante semejante reto asusta pensar en los resortes de nuestros sistemas de gestión públicos. Europa ha establecido un régimen de condicionalidad bastante laxo sujeto a las recomendaciones del semestre y poco más: un freno de emergencia por si nos pasamos de frenada y un porcentaje de fondos para los alumnos más aventajados, poca cosa en comparación con el estricto régimen de gestión de los fondos estructurales. ¿El mensaje? Vuelen. Gástenlo todo a la velocidad de la luz.

Ahora mismo parece una utopía. Los plazos se harán eternos y el dinero no llegará donde tiene que llegar y entonces, por más que seamos los campeones de las políticas antifraude (observen ustedes: el dinero que nos ha dado Europa no se ha malgastado, aquí está todo, lo pueden contar), la realidad será esta: desempleados deambulando de ventanilla en ventanilla, autónomos que perecen sobre una montaña de papeles y emprendedores que no arrancan porque nadie es capaz de darles un permiso.

Por eso hay que fiarlo todo a la rapidez. Imaginen. La velocidad permitiría dar comienzo a las inversiones toda vez que nuestro cuerpo de funcionarios cambia el librillo del no salirse por el de conseguir que las cosas que se hagan, el incentivo inspirado en el rigor de la letra por el premio por objetivos, la sospecha por la confianza, el no poder por el querer hacerlo a toda costa. Para ello será necesario un nuevo marco legal que no dudo que será aprobado en tiempo récord por todos los partidos políticos que tienen consciencia de la urgencia, pero habrá que ir más allá, habrá que explicarlo y revisarlo, mejorarlo y aplaudirlo. Habrá que hacerlo nuestro. Un nuevo modus operandi para conectar con el futuro.

Al otro lado del calendario de este año maldito hay un futuro verde y digital, un plan para apostar miles de millones de euros a las casillas de la ciencia, la innovación y la modernización de nuestra economía; si somos incapaces de jugar esta partida porque dudamos de la inclinación de la ruleta (todas la tienen, por levísimo que sea su desajuste) es mejor que apaguemos las luces y nos sentemos a esperar a quienes intervendrán nuestra economía y suspenderán nuestra autonomía. O aprendemos a ir rápido o estamos fuera de esta gran revolución.

*** Fran Estevan es escritor y fundador de LocalEurope.