Hasta este viernes había graves sospechas sobre el comportamiento de los padres de Nadia, que han recaudado cerca de un millón de euros en los últimos años para presuntamente utilizarlos en la cura de la enfermedad de la niña, una tricotiodistrofia.

Pero después de que el juez haya dictado prisión provisional para el padre y haya retirado a los progenitores la patria potestad de la menor, se confirman las peores sospechas.

Todo indica que estamos ante un delito de estafa. Ya sabemos que gastaron 600.000 euros para su uso particular, que incluían relojes de lujo y un coche de alta gama.

Lo que hace particularmente despreciable esta estafa es que se haya logrado aprovechando el sufrimiento de una niña y el sentimiento de solidaridad de la gente. La ingenuidad de los medios que dieron pábulo al descabellado relato de los padres pudo ser determinante. El caso Nadia muestra, en definitiva, cuán desaprensivos puede ser el ser humano y hasta dónde puede llegar su avaricia.