Se hace raro ver a Messi en el banquillo. Incluso en el de la sala de juicios, con traje y sin botas, a merced de un árbitro que no lleva silbato. Tiene cara de no haber roto un plato en su vida.

Los aficionados descubrimos hace tiempo que bajo esa apariencia de mosquita muerta había un killer del gol y los inspectores de Hacienda han acabado destapando a un defraudador de cuatro millones de eurazos.

Messi es una estrella. Nadie ha perseguido al fiscal pese a haber hecho lo mismo que Horrach con la infanta: defender en lugar de acusar. Lo cual demuestra que el deporte rey tiene mucho más predicamento que la monarquía.

Messi ha tenido a su club detrás, apoyándole desde el principio e incluso después de la condena. Tiene motivos sobrados para hacerlo. No me cabe la menor duda de que el futbolista es infinitamente más honrado que la mayoría de quienes pueblan el palco del Camp Nou abrigados por el tres por ciento, como mínimo.

Messi es argentino pero es un emblema de Cataluña. No tanto por ser el mejor delantero del mundo como por contribuir a engrandecer un club que es santo y seña del catalanismo político. Con un Messi en el césped hay muchas mas garantías de que ondeen las esteladas. Le hicieron un árbol genealógico y le apareció un bisabuelo leridano. Sin proponérselo, sus regates, sus goles y sus genialidades son una palanca más al servicio del nacionalismo. 

Es así que cuando se conocieron las pesquisas que apuntaban sus posibles irregularidades fiscales se habló de persecución y ataque al país. El Estado no actuaba contra Messi, sino contra Cataluña entera. Algo parecido a cuando Romeva, actual titular de Exteriores, pidió la intervención de la UE para evitar la invasión porque cuatro cazas del Ejército habían sobrevolado la campiña gerundense en unas prácticas. Claro que con ministros del Interior como Fernández Díaz hay pasto de sobra para alimentar las conspiraciones.

Messi es una historia de superación personal. Estoy convencido de que dice la verdad cuando asegura que delegaba los asuntos fiscales en sus abogados. Pero la sentencia me parece impecable: el desconocimiento no puede amparar una descarga de la responsabilidad. Dio un auténtico pelotazo al no pagar impuestos por sus derechos de imagen. Un balonazo de oro. Sería el sexto. Pero, ay; éste se lo ha parado la Justicia.