El discurso de la victoria de Mariano Rajoy fue el análisis poselectoral perfecto. Si todavía había alguien que creía que Rajoy había ganado las elecciones gracias a su encanto político, ahí tuvo la evidencia incontestable de que estaba equivocado. En el balcón de Génova el ganador mostró todos los rasgos que conforman su carácter y demostró que sigue concediendo el mismo valor a la política que cuando disfrutaba de una arrolladora mayoría absoluta. Seducir, ¿para qué?

Los clásicos identificaron dos formas de gobernar a las personas, mediante el miedo y la esperanza. En el caso del 26-J el proceso fue de una sencillez pasmosa, como el funcionamiento de una balanza: cuanto más crecieron las expectativas de los traficantes de esperanza, más real fue el miedo del electorado. ¿Los soldados de Spengler? Bah. Al final de cuentas siempre es un pelotón de pensionistas el que salva a la civilización.

Los ciudadanos identificaron al PP como un refugio frente a la tempestad populista y eso es algo que debiera hacer reflexionar a sus adversarios constitucionalistas. Yo no conozco a nadie entre sus votantes que diga que Rajoy es un líder deseable y sin embargo sí conozco a decenas que nunca le han votado y sí lo harían en caso de que se produjeran unas terceras elecciones. Este sondeo tan poco científico me inclina a pensar que lo del veto es un mal negocio para Ciudadanos y que no hay otra alternativa para el PSOE que reflexionar en la oposición. Rajoy está agarrado a la Moncloa como el percebe a la roca; cuanto más batan las olas contra él, mejor.

La asunción del mal menor como forma de gobierno es un signo de madurez política. Más allá del mal menor habitan el mesianismo y el secuestro emocional. El mal menor gobierna obligado a continuas transacciones, sometido por sus alianzas y cuando cae lo hace sin estrépito, como deben caer los gobiernos de los países prósperos. Hay una mentalidad pervertida que considera que los electores jamás se equivocan, cuando las elecciones son antes un mecanismo para corregir sin dramatismo las equivocaciones de los electores que una suerte de epifanía colectiva.

El español tiende a considerar España como excepcional y su deriva como fruto de una especie de maldición histórica. Que la nación más cabal de la Tierra haya sido arrastrada fuera de la Unión Europea por una ola de demagogia y estupidez no es suficiente para acabar con la leyenda que nos hemos creído de nosotros mismos. Por si no hubiera suficientes ejemplos, el baluarte de defensa de la democracia en Estados Unidos es una mujer investigada por el FBI, de liderazgo débil y proceder cuestionable. Y ya hace años que Chirac nos enseñó cómo se arrasa en una presidenciales con varios procesos pendientes por corrupción. "Vota a un delincuente, no a un fascista", clamaban durante aquella campaña los socialistas franceses con las narices tapadas. La mediocridad es esto.