Iba yo a comprar -ennerudado, como cada mañana– la baguete nuestra de cada día cuando se plantó frente a mí, cariacontecido y socarrón, el homeless oficial del barrio para preguntarme, con tono mordaz: “¿Qué tal lo llevas, primo?”. Krunoslav, que así se llama el interfecto (croata, indigente, feo y sentimental) le ha cogido gusto al estribillo y lo repite mil veces a la hora. Es como su arma química secreta. Su táctica de acercamiento.

Krunoslav es distinto. Krunoslav se aparta de los tópicos. Krunoslav, que se te queda mirando desde el fondo de los ojos y repite, con una apariencia de desbordante interés: “¿Qué tal lo llevas, primo?”. Como si te conociera de toda la vida. Y, a lo peor, es que te conoce de toda la vida.

Luego me dijo, malévolamente: “En España tenéis un presidente del Gobierno que es un cachondo mental. El tipo arrasa en unas elecciones en las que todos le daban por muerto, sale esa misma noche a dar el discurso desde el balcón y entonces finge que le ha dado un ictus. ¿No es para partirse el culo?”. Me lo quedé mirando con respeto, con dolor, con misericordia. Y con devoción.

Krunoslav está un poco loco, como todos los homeless. Pero, al igual que yo, sigue a rajatabla esa fórmula tan sencilla que es informar y dejarse de coñas. Entonces me pidió una moneda de dos euros. Y me la pidió con una sonrisa desbaratada y porque los dos vivimos en la calle y de la calle, como busconas del periodismo, y si yo tengo más monedas de dos euros que él, él tiene más experiencia que yo.

La pobreza conlleva algo de dandismo, que Krunoslav ha trocado y trucado en golfismo serbocroata. Y le va de maravilla. Krunoslav meditó un instante. Fingió un gesto dramático, doloroso. Y lo consiguió. Añadió entonces: “Si es cierto eso de que el PP diseñó su campaña sobre la base de que robar no les pasa factura, daos por jodidos. Os van a dejar en pelotas. Además, no han pasado ni dos días y ya empieza a notarse una mejoría. Los jóvenes comienzan a regresar a España. De momento, los 22 de la Selección”.

“¿Qué tal lo llevas, primo?”. Pues lo que es llevarlo, lo que se dice llevarlo, hoy no llevo nada más a rastras que un hondo e inefable desencanto. Ah, y una moneda de dos euros menos. Extraviada en el baúl de los cadáveres de nuestras ilusiones.