Concluye la campaña electoral y ésa ya es, en sí, una gran noticia. Estamos todos bien hartos de este período efímero y cansino, tanto tiempo después del 20-D.

Pero comienza el espectáculo de después: primero, la reflexión -¡como si no hubiéramos tenido suficiente…!-; después, las urnas; una vez cerradas, deberemos soportar los monólogos de cada líder político pregonando su victoria, que será la de todos, hayan ganado o perdido; y, por fin, la imperativa necesidad de cada uno de ellos de formar Gobierno. Su Gobierno.

A medio camino, la amenaza de Rajoy de que si no le dejan gobernar habrá unas terceras elecciones. A medio camino, también, la advertencia de Sánchez de que no facilitará un Gobierno de nadie: no permitirá ninguno que no sea el suyo. Cerca, también, el sorpasso y sus indudables consecuencias; junto a éstas, aunque al otro lado, Rivera luchando por resultar necesario para alguien -¿quién sea?- y no perderse en la irrelevancia.

Éstas son, probablemente, las elecciones más importantes en España en décadas, pero encuentran al electorado cansado. Fundamentalmente, de ellos, los líderes. Solo Iglesias resiste, quizá porque la vida para él se debe de parecer mucho a una campaña electoral, y ahí es, por suerte para el líder morado, donde más decisivo y eficaz se muestra. Tal vez por eso, Unidos Podemos, con su extraordinaria capacidad de comunicación, con su indudable habilidad para ilusionar, aún entusiasme a los suyos. Bueno, a los suyos y a muchos del PSOE. Pero sólo ellos lo consiguen. El premio para las berenjenas, la plata; una plata que quién sabe si, poco tiempo después, acabará bañándose en oro.

Pero resulta incuestionable que los ciudadanos están agotados. Porque ese mismo electorado al que ahora se requiere formalmente ya votó en diciembre, y lo hizo con sus capacidades intelectuales en plena vigencia, y con sus voluntades sin adulterar. Pero los gobernantes elegidos decidieron que esos votos no les valían: convoquémosles de nuevo, debieron decirse, y que voten otra vez. A ver si ahora, con la lección aprendida, lo hacen distinto.

Así que allá vamos, hacia un domingo que marcará la Historia de nuestro país con la auto-coacción subliminal de votar al menos un poco diferente. La luz última de la noche se coloreará de azul, o tal vez lo haga de morado. El naranja apenas tiene opciones y el rosa… bien pocas: sólo una carambola podría viciar los tonos cada vez más morados de la izquierda, pero la chiripa, como bien sabe Zapatero, el mejor presidente de la democracia según Iglesias, existe.

Queda por ver si el escándalo que abruma a Fernández Díaz tiene relevancia electoral o, como dice Rajoy, no produce “ningún efecto”. El cansancio, tanto cansancio, favorece al PP en esto: muchos ciudadanos ya no quieren ni mirar a ver qué hay. Mucho menos pensar en ello: nos tienen agotados.