El domingo tengo sarao. Amaneceremos tempraneros, desayunaremos en el  mismo bar de siempre, compraremos la prensa y al colegio electoral. A cumplir con mi derecho pero también con mi obligación de decirle a todos estos hasta dónde estoy dispuesta a llegar.

Votaré por eliminación. Ese es mi sistema. Quitándome de encima las que no cumplan mis mínimos, por mucho que sean todos sus máximos. Repudiaré papeletas de un plumazo quitándome la morralla de la mesa electoral como Antonio el de Roquetas devolvía al mar todo el pescao chico que no servia pa na. No quiero ni ver cerca cualquiera que no modifique la Ley de violencia de género. Ni miro las papeletas de los partidos que no se hayan comprometido a salvaguardar los derechos y principios de la comunidad LGTBI. Y exijo cuanto antes una Ley integral de Transexualidad. Pero de verdad, no solo de boquilla.

Sí, en cuestiones sexuales y sexistas exijo mucho. No me queda otra; soy mujer y en el cuerpo lo llevo. Mujer y con un voto en la mano, uno de esos que tanto les gusta y al que hacen tan poco caso. Nos quieren calladitos a unos y a otras. Sin cuestionar los temas que puedan incomodar. Con las ganas que tengo de sacarlos a todos de quicio exigiéndoles lo que considero indispensable, por mucho que no quieran ni hablar del tema. Apoyaré al partido que derogue la ley mordaza, que saque a nuestros muertos de las cunetas, que cobre a los equipos de fútbol su deuda con Hacienda y que obligue a la Iglesia a pagar el IBI.

Sigamos con el escarnio; la cosa se está poniendo fea.

Me niego a que mi voto mantenga la ley de educación del ministro que salió por patas dejando fuera de las aulas la Educación para la ciudadanía. Me niego a que alce los brazos en ningún balcón ninguno de los que crea que el despido puede ser libre aspirando a que sea hasta gratuito. Quiero en la cárcel a los que roban millones a través de los bancos, a los que estafan escondiéndose detrás de las siglas de un partido político. Si me apuras también quiero cambiar la constitución y la ley electoral. Soy de las que quiere que todo explote y que nos sentemos de nuevo en el suelo del salón a ir pieza por pieza recomponiendo el puzzle.

¿Quién dijo miedo? ¿Sois capaces de llamar a eso miedo?

Miedo es lo que tienen los 65 millones de padres y madres que deambulan con sus hijos en brazos buscando refugio. Algunos tienen suerte. Solo uno de cada diez niños refugiados llega a nuestras fronteras acompañado de un adulto. Niños como el que me acompañará el domingo a votar y al que haré una foto cuando deposite mi voto en la urna, previa autorización del presidente de la mesa. No pienso meter ni una papeleta de ningún partido que los que cierren las puertas.

Dice El Patillas que no escriba de las elecciones. Que ya he dicho todo lo que tenía que decir. Si yo ya sé que hay cosas de las que no se habla, si lo sé. Llevo años escuchando la misma frase con la que se zanja cualquier tema de conversación que fuera mínimamente incómodo: “De eso no se habla, niña”.

Verás tú cuando se enteren de que voté por descarte. Todo con tal de dar que hablar.