El error de la izquierda llega cuando se contempla a sí misma como continuación de las conquistas del capitalismo y no como ruptura. Entonces la política deja de ser posibilidad para convertirse en finalidad, transformando así al sujeto en un producto de las relaciones capitalistas que el mismo sujeto produce. No sé si me explico pero bien podría decirse que en la sociedad capitalista, el hombre es idéntico al sistema que lo contiene.

Da la sensación de que nos encontramos dentro de una rueda satánica de la que no pudiesemos escapar. Lo más parecido a un círculo vicioso donde la percepción natural del tiempo ha sido eliminada por completo y su lugar lo ocupa ahora un espacio secundario del capital. De esta manera, el tiempo de ocio, en el sistema capitalista, no es otra cosa que un espacio donde se prolonga el tiempo de trabajo. El ejemplo de esto último lo pone IKEA, una franquicia poligonera importada de los nórdicos y donde la gente ocupa su tiempo libre, comprando tablas que luego ha de montar.

En tales condiciones, poniendo la mano de obra, el sujeto paga con su tiempo libre. Pero eso sí, la herramienta la ponen los nórdicos. Se trata de una pieza singular que se clava en las articulaciones, pero muy útil, ya que es lo más parecido a una llave maestra que igual vale para armar un botellero que para abrir un cinturón de castidad. Sin embargo, no sirve para lo más importante, que en este caso es abrir las puertas del enigma que guarda en sus entrañas el capitalismo, un sistema decadente que ha conseguido secuestrar la democracia, haciendo de la democracia su forma política en tiempos de paz.

Pero no vine aquí a escribir acerca de Marx ni de su crítica, tampoco de su yerno, ese tal Paul Lafargue, médico, teórico político y revolucionario franco-cubano que cultivaba la vagancia al igual que un servidor. El yerno de Marx era poco “cuñao” y exigía el derecho a la pereza, contemplando el tiempo de ocio como tiempo para entregarse a las pasiones más óptimas para la salud.

En otra ocasión escribiré sobre él, ahora toca contestar el tuit de Marta Fernández a la que he de darle razón y corazón cuando refiere que la misma herramienta no sirve para todas las geografías. Porque -como intuyo que ella sabe- hay geografías que se prestan a ser trabajadas con los dedos. No admiten otra manera.