El "pacto político con Cataluña" que tan alegremente ha planteado Pedro Sánchez tiene sobrados ingredientes para defraudar a todo el mundo. Por imprecisa, por generalista y porque ni siquiera fue presentada hace dos semanas en el Comité Federal, la propuesta de Sánchez parece más una baratija para votantes despistados, o un nuevo guiño al PSC de cara al próximo congreso federal, que un intento serio de solucionar el problema territorial de España, como pretende. 

No es de extrañar pues ni el alborozo de Miquel Iceta, que el domingo se manifestó junto a independentistas y antisistema contra el Tribunal Constitucional, ni el estupor de las federaciones manchega, extremeña o andaluza. Con su decisión de caminar por la cuerda floja catalana, Sánchez deja patente a menos de un mes de las elecciones que el dilema entre las dos almas del PSOE, una de vocación española y unitaria y otra aliada de los nacionalismos periféricos, no está resuelto.

Singularidad catalana

El apartado territorial del documento programático del PSOE que Pedro Sánchez ha dado a conocer este martes propone un "pacto político con Cataluña" que plasme en la Constitución un reconocimiento a la "singularidad" de esta y otras nacionalidades históricas, como paso previo a una "mejora del autogobierno" en el Estatut.

La propuesta presupone una relación bilateral entre Cataluña y el resto de España de difícil digestión. También sugiere la necesidad de corregir la deriva iniciada hace una década, con el beneplácito de Zapatero, de tal modo que se reformaría la Constitución para fijar el techo competencial del Estado antes de proceder a modificar los estatutos de autonomía. La tesis esbozada es lógica, pero planteada en solitario en un contexto de precampaña y sin un consenso mínimo ni siquiera en su propio partido supone una frivolidad.

Senda constitucional

La premisa de la que parte, una reforma consensuada de la Carta Magna y el regreso a la senda constitucional de unos partidos independentistas cada vez más radicalizados, es quimérica. El Estatut de 2006 -que enmendó el Tribunal Constitucional- generó expectativas maximalistas en el nacionalismo y los partidos soberanistas están decididos a proclamar unilateralmente la independencia en el horizonte de 2017. Sin embargo, pese a la gravedad del desafío, las formaciones constitucionalistas parecen incapaces de fijar una posición común.

Sánchez ha querido enmarcar esta propuesta en la llamada "declaración de Granada de 2013", con la que el entonces Alfredo Pérez Rubalcaba intentó establecer las bases para una reforma de la Constitución de forma genérica y difusa. En este sentido, el conejo de la chistera de Sánchez sólo sirve para generar más confusión en las filas socialistas y entre sus aliados potenciales de cara al al día después de las elecciones.

Gato por liebre

Puede que Pedro Sánchez pretenda dar gato por liebre a los partidos defensores del derecho a decidir y borrar las líneas rojas que le marcó su Comité Federal con la mirada puesta en las negociaciones posteriores al 26-J, ante la perspectiva de que los resultados sean similares a los de diciembre. Iceta ha interpretado esta propuesta como una "alternativa al referéndum" que reclaman Podemos y los separatistas. Sin embargo, Emiliano García-Page y Guillermo Fernández Vara ya han dicho que no admitirán que se planteen privilegios de unas comunidades sobre otras.

El candidato socialista no debería apartarse de la senda de la moderación que le permitió cerrar el Pacto del Abrazo con Ciudadanos. Si se deja llevar por cantos de sirena se arriesga a enfadar a los propios y defraudar a los próximos sin ni siquiera contentar a los ajenos.