Lo que parecía impensable hace apenas unos meses es ahora una realidad. Tras una aplastante victoria en las primarias de Indiana y la retirada de su principal adversario, el conservador Ted Cruz, de la carrera por la Casa Blanca, Donald Trump será con toda probabilidad el candidato del Partido Republicano en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos. Así lo ha confirmado el presidente de su partido en Twitter, quien tras reconocer a Trump como candidato, ha pedido la unidad de los republicanos para derrotar a Hillary Clinton en noviembre.

De esta manera el controvertido magnate se perfila como el candidato presidencial más volátil y menos preparado de la historia reciente del país. Estas son buenas noticias para Clinton, ya que las últimas encuestas la colocan más de 10 puntos por delante de su adversario. Sin embargo, la mera posibilidad de que un populista xenófobo pueda ocupar el despacho oval es un aviso de lo que sucede cuando los partidos tradicionales son incapaces de responder a las preocupaciones del electorado.

De outsider a candidato

La democracia tiene a veces efectos perversos, y uno de ellos ha sido la victoria en las primarias de un outsider al establishment republicano. Donald Trump ha sido ridiculizado con frecuencia por los pesos pesados de su partido, pero las primarias movilizan a minorías militantes que no necesariamente coinciden con la opinión de sus representantes. El avance de Trump refleja el abismo que ahora mismo existe entre los dirigentes del Partido Republicano y sus votantes: que el magnate haya sido capaz de seducir a sus electores con un eslogan tan simplón como Make America Great Again (Haz America grande otra vez) y presentando tan sólo propuestas disparatadas y xenófobas, como por ejemplo prohibir la entrada a Estados Unidos de todos los musulmanes, muestra hasta qué punto el americano medio ha perdido la fe en la clase dirigente de su país.

Este alejamiento tiene mucho que ver con el hastío de los votantes hacia dos partidos que parecen incapaces de ponerse de acuerdo y que muchas veces aparentan más interés en culparse los unos a los otros y en bloquear las iniciativas del oponente que en legislar. La crisis económica también ha tenido consecuencias devastadoras para la clase media y trabajadora. Muchos americanos han visto cómo sus ingresos se estancaban y desaparecía la seguridad de sus empleos. Los jóvenes cada vez lo tienen más difícil para entrar en el mercado laboral y muchos de ellos tendrán una calidad de vida peor a la de la generación previa. Donald Trump propone soluciones demagógicas para estos problemas y aprovecha las inseguridades del electorado al utilizar a inmigrantes, musulmanes y mexicanos como chivo expiatorio.

Catástrofe republicana

La candidatura de Trump es una catástrofe para los republicanos. El Grand Old Party (para los americanos GOP) de Lincoln no sólo parece destinado a seguir fuera de la Casa Blanca, sino que también podría perder el control del Senado. Muchos congresistas ya han comenzado a distanciarse públicamente del futuro candidato para no perder su escaño. Sin embargo, esta no es la solución. El Partido Republicano debe tomar decisiones fundamentales sobre su futuro y sobre cómo volver a conectar con los votantes para que un candidato como Trump no vuelva a ser nominado.

Este es un trabajo que también debe hacer el Partido Demócrata. Cuando Obama fue investido en 2008, el presidente declaró en su discurso de victoria que los estadounidenses no eran una colección de estados rojos y azules, refiriéndose a los colores de los dos principales partidos, sino los Estados Unidos de América. Ocho años después, Obama deja un país más polarizado que nunca. Por mucho que ahora les pueda beneficiar, el auge del populismo de Trump también es un fracaso de Obama y del Partido Demócrata. Ambos partidos deben mirarse al espejo y reflexionar sobre cómo un demagogo de la peor especie ha podido llegar tan cerca de la Casa Blanca.