En los últimos tiempos se ha puesto de moda decir que la distinción entre derechas e izquierdas ha perdido su sentido. Hay quien lo dice en el plano conceptual, y como fruto de una reflexión que no deja de tener una base objetiva. La complicidad de partidos que se dicen de izquierda con políticas inspiradas en presupuestos ideológicos propios de la derecha, o la asunción por ésta de compromisos públicos vinculados por ejemplo con el estado del bienestar, de cuño izquierdista, han contribuido a desdibujar algunos contornos y a dar pie a esa afirmación.

En algún otro caso, se trata de un discurso mucho menos asentado en conceptos, y en el que parecen adivinarse sólo intenciones tácticas de extensión de la base electoral, para las que sería conveniente no presentarse de manera muy marcada como partícipe de esa tradicional dualidad izquierda-derecha.

Algunos, sin embargo, creemos que la distinción sigue teniendo sentido, y que si bien las derechas hacen a veces políticas “izquierdistas” (como conceder becas o elevar los impuestos), y las izquierdas toman medidas “derechistas” (como liberalizar sectores o privatizar empresas y servicios públicos), perviven matices relevantes, que afloran de manera especial en los momentos de crisis y frente a realidades conflictivas. Por poner un ejemplo, y ahora que tenemos reciente la conmemoración de la proclamación de la Segunda República, para una sensibilidad de derechas su fracaso, que se juzga total y sin paliativos, se debe a la incapacidad y la ambición sectaria de los partidos republicanos de izquierdas; mientras que un izquierdista tiende a poner el acento en el sabotaje y la desafección que desde el primer momento padeció la República por parte de la derecha social y económica y en el golpe militar finalmente perpetrado con el apoyo entusiasta o la aquiescencia de la derecha política.

Qué decir de la crisis. La respuesta que ha dado la derecha ya la conocemos: ajuste feroz, subida de impuestos a las clases humildes y trabajadoras (que padecen la imposición indirecta con más dolor que las pudientes) y amnistía fiscal para las grandes fortunas que, como también se ve en estos días, disponían de todo un arsenal de instrumentos opacos para asegurar y desarrollar más cómodamente sus prácticas insolidarias.

La respuesta que hubiera dado o podría dar la izquierda, en cambio, está inédita. Y estos tres meses de negociación estéril parecen anunciar que seguirá inédita varios años más. Corren malos tiempos para quienes nos sentimos de izquierdas, y al final, como ya pasó antes en la Historia, son las izquierdas las primeras responsables de su fracaso. A quienes hoy las representan corresponderá, cuando toque, pedirles cuentas.