Créanme o no me crean: soy inmune a la, en mi opinión, muy mal llamada erótica del poder. ¿Por qué muy mal llamada? Pues porque yo creo que pocas cosas se han explicado tan mal y se han entendido peor. Dices “erótica del poder”, y la gente infiere que buscas medrar por la vía del eros. Pues no, señores. Eso puede ser prostitución con anestesia, pero no es erótica del poder. Erótica del poder es sentirte verdaderamente y genuinamente atraída, seriamente y genuinamente erotizada, por uno (o por una) que manda. Que te dé morbo la posición dominante de tu partner.

¿Que todo son ventajas desde el punto de vista práctico? Indudable. También el dinero le viene bien a un ludópata cuando gana. Pero el quid del vicio no es enriquecerse. Es…otra cosa. Hay por ejemplo una línea muy fina entre esto y un buen Edipo, y es una línea más sutil, más desinteresada de lo que parece. Carmen Posadas aludió al tema hace unos meses en un artículo tan brillante como, creo yo (siempre creo yo) masivamente malinterpretado. Ella, que desposó a todo un gobernador del Banco de España, sabe sin duda de lo que habla. Pero ojo que no le desesposó cuando el gobernador cayó en desgracia. La mecha ya estaba prendida y bien que perduró. Por lo mismo que, contra toda maledicencia y todo pronóstico, Carla Bruni no dejó a Nicolas Sarkozy al apearse éste de la presidencia de Francia.

Por de pronto la erótica del poder, para ser creíble, tiene que desarrollarse en un ámbito de fascinación sincera. Cuando yo digo que soy inmune a la erótica del poder no miento, pero simplifico: quiero decir que a mí nunca me erotizaría un gobernador del Banco de España, porque el mundo financiero me resulta tedioso e indiferente hasta decir basta. A mí me erotiza antes un escritor, artista o filósofo. No exijo superventas ni el Nobel. Me basta con caer arrobada a los pies de una frase que hubiese querido escribir yo. En el fondo, ¿qué es el eros sino carne de tu carne hecha Otro?

Paro un momento a tomar aire y a releerme y me asusto de dónde he llegado a parar tratando de escribir una columna que en principio pensé en titular “El presidente de Telefónica” y que en vista del éxito no me queda otra que titular, por lo menos, “El presidente de Telefónica y yo”. Iba en un taxi y pegué un respingo al oír por la radio el nombramiento de José María Álvarez-Pallete. Recuerdo haberle entrevistado el 10 de septiembre de 2012, recién ascendido a número 3 de la compañía, y que mucho me impresionó. Con decirles que me acuerdo de la fecha exacta porque la noche antes viví una hecatombe familiar (mi marido descubrió que yo estaba enamorada de otro…) y que fui a la entrevista, lógicamente anudada con mucha antelación, sin haber pegado ojo.

Considerando esto, y que a mí Telefónica, como cualquier otra empresa, me interesa un profundo pimiento, mucho personaje tenía que ser Pallete para distraerme aquel día de mis penosos asuntos personales. Y para prender una perdurable lucecita, no de erótica del poder (ya digo que eso es imposible dado su ramo), pero sí de sorpresa y de respeto. Por el nivel de integridad y de exigencia con que Pallete se dedica a algo a lo que yo no me dedicaría nunca. Sin descuidar la pasión por ser feliz: baste decir que este hombre estuvo destinado TRES AÑOS en Sudamérica, y que durante esos tres años voló TODAS LAS SEMANAS de Sudamérica a Madrid, ida y vuelta, para no pasar nunca más de unos pocos días sin ver a su mujer y a sus hijos.

No hay mucha gente ni muchos dirigentes de nada como Pallete en este país. Y es una pena. Así van la vida y los milagros, la economía, la formación de gobierno… en fin.