Lo de Azúa con Colau comienza a ser, en términos psicoanalíticos, pura fijación. Una movida gordísima. Freudiana. Intelectualoide. Psicosexual. Algo muy chungo. En plan Atracción fatal, aunque con síntomas disléxicos y tintes almodovarianos. Él todavía no lo sabe, ni se lo imagina siquiera, pero debe de andar colau por la alcaldesa de Barcelona.

Juraría cualquiera que el académico de la RAE pulula travestido por Las Ramblas, a lo Glenn Close, con un conejito blanco hervido dentro de una olla, mientras vocea un “¡Sardinas freeeeeeeescues!” sobrecogedor. Quienes viven malas relaciones durante años suman una mayor concentración de dopamina, se vuelven adictos al amor y, si no son correspondidos, muestran su agresividad con el otro. No hay más que fijarse en Rasca y Pica.

Pobre Félix de Azúa. Ha empezado su love story desde el odio en vez de por el cariño. Y es que la semanita que lleva el tío es cojonuda: si el viernes la mandó a servir pescado en una entrevista, y el lunes dijo de ella que “apenas tenía estudios”, el martes cargaba contra la alcaldesa por el ataque a la casa de Boadella (“No sé si Ada Colau odia a los nazis”) al tiempo que sacaba fuerzas donde no las hay para propinarnos, en una furibunda carta al director, una lección de filología hispánica comparada (es decir, de lo suyo): “En español pescadera no es insulto (aunque sí en francés). A la mujer maleducada y violenta se la llama rabanera, pero está en desuso”.

Pues eso. Que está en desuso. Lo de fijar, limpiar o dar esplendor parece haber caído en un académico olvido. Es el trending topic de un idiota retuiteado por él mismo. El diletante Azúa se empeña, desde el sillón hache mayúscula de la RAE, en ser como Pérez-Reverte. Pero se queda en troll facebookero. Se agarra Azúa, como a un clavo ardiendo, a sus argumentos machirulos y clasistas. No ve lo que tiene delante ni refugiándose tras sus esplendorosas gafas. Mucha es su rabia. Ciega. Misógina. Y tan pertinaz como explosiva.

De seguir así el académico menos académico de España, empeñado en redecorarse, acabaremos todos limpiando pescado para estampar sus tripas en los escleróticos muros de la RAE. Resulta curioso: mientras que Santander, BBVA y demás chiringuitos financieros están a punto de despedir a 25.000 empleados para poder pagar las jubilaciones multimillonarias de sus directivos y presidentes, nadie se plantea que a la RAE (como entidad bancaria y palabrera que es) le haya llegado la hora del ERE.

Eso sí, de un ERE almondigoso, justipoético, individual y felixtivo.