A esta Europa nuestra envejecida y decadente han venido a despertarla de su letargo un grupo de sacamantecas con cinturones explosivos. ¿Espabilará, siquiera por el ruido de las detonaciones?

Ante los grandes problemas, Europa se pone digna y mira por encima del hombro a Estados Unidos, como si frente a esos americanos empeñados en arreglar el mundo a cañonazos, los europeos opusiésemos oportuna cordura y sentido común. Pero el colosal esperpento de hogaño con los refugiados es un estigma de dimensiones comparables al apoteósico ridículo de antaño en los Balcanes. Acabaremos reclamando otra vez a los marines.

El martes se me cayó el sombrajo -o lo que quedaba de él- cuando oí decir a los expertos en terrorismo que uno de los motivos que explica los atentados de Bruselas es la existencia de fallos en "la Inteligencia belga". Recordé inmediatamente el interés de la Generalitat por crear un CNI catalán. ¿La seguridad de Europa en manos de Bélgica? ¿Lo estará acaso algún día en las de los Mossos d'Esquadra?

Hijo de esa Europa decrépita es Pedro Santisteve, el alcalde de Zaragoza, que igual que carga los gastos de su gomina al presupuesto municipal justifica los atentados yihadistas por "esa violencia que hemos contribuido a sembrar en el mundo".

Hijo de esa Europa patética es el diputado de Compromís Enric Bataller, que mientras sus colegas de Podemos en Navarra se niegan a condenar los asesinatos de Bruselas, advierte "elementos xenófobos o no muy respetuosos con la cultura musulmana" en el pacto antiyihadista. Una sociedad que está dispuesta a disculpar el terrorismo que mata a sus hijos está enferma.

En España vemos confirmado a diario el ocaso de nuestra civilización. Muchos de los que pretenden pasar la página de ETA, pese a que ha matado hasta hace cuatro días, claman justicia por sangre derramada hace ochenta años en una guerra que no vivieron. Muchos de los que reclaman tolerancia para los musulmanes asaltan, orgullosos, capillas cristianas. Muchos de los que piden que se combata la barbarie con flores y cataplasmas, jalean en sus manifestaciones las agresiones brutales a policías.

Declara el refrán que podemos conocer a alguien en función de con quién anda. He aquí su versión moderna: Dime qué te indigna y te diré quién eres.