Un digital tituló la noticia de la muerte de Antoni Asunción: “El hombre al que se le escapó Roldán”. Me parece más justo recordarle como el ministro que dejó su cargo en Interior cuando Luis Roldán se dio a la fuga.

En un país en el que casi nadie sabe irse, es bueno recordar a las personas capaces de marcharse pidiendo perdón. Hay en la dimisión un acto de dignidad que casi nunca se reconoce, pues la naturaleza mezquina del ser humano se empeña tercamente en rememorar el error y no la grandeza de la salida voluntaria.

Asunción estaba siendo un excelente ministro, pero la chapuza de la que se hizo gallardamente responsable frenó en seco una carrera que habría sido brillante. Como los más jóvenes no lo vivieron y los más viejos ya lo olvidaron, conviene recordar que quien celebró más que nadie la salida de Asunción fue el entorno etarra, con Otegi a la cabeza.

Cuando era director general de Instituciones Penitenciarias, Asunción ideó el plan de dispersión de presos que hizo agujeros en la férrea disciplina interna de ETA. Le costó caro: durante años, su vida privada simplemente no existió. Llevaba tal cantidad de escoltas que sus vecinos presionaron para que se marchara del piso alquilado que ocupaba. Se tuvo que ir a vivir a una buhardilla del Ministerio. Le echaron del gimnasio porque a los socios les incomodaba su operativo de seguridad. Y casi no salía, porque ¿a dónde va uno con una docena de guardaespaldas?

Jamás se quejó del precio que había pagado por dinamitar desde dentro parte de la estructura de ETA, pues sabía que para otros había sido infinitamente más oneroso: se habían dejado la vida con una bomba lapa o un tiro en la nuca. A quienes tienen ahora veinte años les cuesta creer que a su edad almorzábamos cada día con el nombre de un muerto, de un secuestrado, de un herido, susurrado desde el telediario. Que las cosas sean distintas se lo debemos, entre otros, a Antoni Asunción.

Le conocí hace un par de años en un acto de Movimiento Ciudadano. Era un hombre pausado, generoso, esencialmente bueno. Había en él un poso de dulzura que llamaba la atención en alguien tan maltratado por la cosa pública. Ahora me doy cuenta de que su paz interior era el marchamo de alguien que tenía la conciencia tranquila.

Sí, Antoni Asunción fue el hombre al que se le escapó Luis Roldán, pero también el que puso la primera piedra para que ETA se convirtiese en un recuerdo miserable de la parte peor de nuestra historia.